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Mensajes externos de procedencia interna del Universo..

Nombre: RA
Ubicación: Orv.7, Neb, Sat.606, Ura.

9.04.2007

Las primeras grandes decisiones del maestro.



LA PRIMERA GRAN DECISIÓN


Al tercer día después de comenzar esta conferencia consigo mismo y con su Ajustador Personalizado, se le presentó a Jesús la visión de las huestes celestiales de Nebadon reunidas y enviadas por sus comandantes para aguardar la voluntad de su amado Soberano. Esta hueste poderosa abarcaba doce legiones de serafines y un número proporcional de cada una de las órdenes de inteligencia universal. La primera gran decisión de Jesús en su retiro consistió en determinar si haría uso o no de estas personalidades poderosas en relación con el próximo programa de su obra pública en Urantia.

Jesús decidió que no utilizaría ni una sola personalidad de esta vasta asamblea a menos que resultara evidente que el uso era la voluntad de su Padre. A pesar de esta decisión general, estas vastas huestes permanecieron con él por el resto de su vida terrenal, siempre listas para obedecer la menor expresión de la voluntad de su Soberano. Aunque Jesús no contemplaba constantemente con sus ojos humanos a estas personalidades asistentes, su Ajustador Personalizado asociado las veía constantemente y podía comunicarse con ellas en todo momento.

Antes de descender de su retiro de cuarenta días en las montañas, Jesús asignó el mando inmediato de estas huestes de personalidades universales asistentes a su Ajustador recientemente Personalizado, y por más de cuatro años, medidos en tiempo de Urantia, estas personalidades seleccionadas de todas las divisiones de las inteligencias universales, obediente y respetuosamente funcionaron bajo la prudente dirección de este exaltado y experto Monitor Misterioso Personalizado. Al asumir el mando de esta poderosa asamblea, el Ajustador, siendo a la vez parte y esencia del Padre del Paraíso, aseguró a Jesús que estas agencias sobrehumanas no serían permitidas servirle, manifestarse, o actuar en favor de su carrera terrenal, a menos que ocurriese que dicha intervención fuera la voluntad del Padre. Así pues, en virtud de una gran decisión, se privó Jesús voluntariamente de toda cooperación sobrehumana en todos los asuntos que tuvieran que ver con el resto de su carrera mortal, a menos que el Padre eligiese independientemente participar en un determinado acto o episodio de la obra terrenal del Hijo.

Al aceptar el mando de las huestes universales que servían a Cristo Micael, el Ajustador Personalizado insistió en señalar a Jesús que, si bien sería posible limitar en el espacio las actividades de esa asamblea de criaturas universales mediante la autoridad delegada de su Creador, tales limitaciones no se aplicaban en relación con su función en el tiempo. Esta limitación se debía al hecho de que los Ajustadores, una vez que han sido personalizados, son seres sin tiempo. Por consiguiente se le advirtió a Jesús que, aunque el control del Ajustador sobre las inteligencias vivas colocadas bajo su mando sería completo y perfecto en todos los asuntos relacionados con el espacio, no podrían imponerse tales limitaciones perfectas en los asuntos relacionados con el tiempo. Dijo el Ajustador: «Impediré, tal como tú me lo has ordenado, la intervención de estas huestes de inteligencias universales servidoras en todo aspecto que se relacione con tu carrera terrenal, excepto en aquellos casos en los que el Padre del Paraíso me instruya que exima a tales agencias de la prohibición a fin de que se cumpla su voluntad divina a la que tú has elegido someterte, y en aquellos casos en los que tú puedas emprender una elección o acción de tu voluntad divina-humana que tan sólo implique desviaciones del orden terrestre natural relacionadas con el tiempo. En todos los eventos de esta índole, soy impotente, y tus criaturas aquí reunidas en perfección y unidad de poder son del mismo modo impotentes. Si tus naturalezas unidas abrigan en algún momento tales deseos, estos mandatos de tu elección serán inmediatamente ejecutados. Tu deseo en todos esos asuntos constituirá la condensación del tiempo, y la cosa proyectada es existente. Bajo mi autoridad esto constituye la limitación más plena posible que pueda imponerse a tu soberanía potencial. En mi autoconciencia, el tiempo es no existente, por lo tanto no puedo limitar a tus criaturas en ningún asunto relacionado con el tiempo».

Así llegó Jesús a enterarse de cómo se manifestaría su decisión de seguir viviendo como hombre entre los hombres. En virtud de una única decisión había él excluido a todas sus huestes asistentes universales de variadas inteligencias de la participación en su próximo ministerio público, excepto en asuntos relacionados exclusivamente con el tiempo. Se hace pues evidente que todo posible acompañamiento sobrenatural o supuestamente sobrehumano del ministerio de Jesús pertenecería exclusivamente a la eliminación del tiempo, a menos que el Padre celestial dictaminara específicamente lo contrario. Ningún milagro, ministerio de misericordia, ni ningún otro evento posible que ocurriera en relación con lo que quedaba por hacer de la obra terrenal de Jesús podía ser de la naturaleza o carácter de una acción que trascendiera las leyes naturales establecidas y regularmente funcionales en los asuntos del hombre en su vida en Urantia, excepto en este asunto expresamente definido del tiempo. Por supuesto, ningún límite podía ser impuesto a las manifestaciones de «la voluntad del Padre». La eliminación del tiempo en relación con el deseo expreso de este Soberano potencial de un universo, sólo podía evitarse por la acción directa y explícita de la voluntad de este Dios-hombre en el sentido de que el tiempo, en la medida en que se relacionara con la acción o evento específico, no debía ser acortado o eliminado. A fin de prevenir la ocurrencia de milagros temporales aparentes, fue menester que Jesús permaneciera constantemente consciente del tiempo. Un lapso suyo de la conciencia del tiempo, en conexión con la consideración de un deseo definido, era equivalente al efectuar la cosa concebida en la mente de este Hijo Creador, sin la intervención del tiempo.

Gracias al control supervisor de su Ajustador asociado y Personalizado, era posible para Micael, limitar perfectamente sus actividades personales en la tierra en lo que se refería al espacio, pero no era posible para el Hijo del Hombre, limitar de la misma manera su nueva situación en la tierra como Soberano potencial de Nebadon en lo que se refería al tiempo. Y éste era el estado real de Jesús de Nazaret cuando salió para comenzar su ministerio público en Urantia.


LA SEGUNDA DECISIÓN

Habiendo aclarado su línea de conducta en relación con todas las personalidades de todas las clases de las inteligencias por él creadas, hasta donde se la pudiera determinar en vista del potencial inherente a su nuevo estado de divinidad, Jesús dirigió sus pensamientos sobre sí mismo. ¿Qué podía él, ahora plenamente consciente de que era el creador de todas las cosas y de todos los seres existentes de este universo, hacer con estas prerrogativas creadoras en las situaciones recurrentes de la vida con que se enfrentaría inmediatamente al regresar a Galilea para reanudar su obra entre los hombres? En efecto, ya, allí mismo donde se hallaba en estas colinas solitarias, se le había presentado a la fuerza este problema en cuanto a conseguir comida. Al tercer día de sus meditaciones solitarias, el cuerpo humano sintió hambre. ¿Debía acaso ir en busca de alimento como cualquier común mortal, o bien ejercer simplemente sus poderes normales creadores, y producir allí donde se encontraba alimento apropiado para nutrir su cuerpo? Esta gran decisión del Maestro os ha sido descrita como una tentación —como un reto de supuestos enemigos, desafiándolo a que «mandara que estas piedras se convirtieran en panes».

Así pues estableció Jesús otra línea de conducta uniforme para el resto de su obra terrenal. En lo que se referiría a sus necesidades personales, y en general, aun en sus relaciones con otras personalidades, eligió deliberadamente, en ese momento, seguir la senda de la existencia terrenal normal; se decidió firmemente en contra de una línea de conducta que trascendiera, violara, o alterara las leyes naturales por él establecidas. Pero no podía prometerse a sí mismo, tal como ya le había advertido su Ajustador Personalizado, que estas leyes naturales no pudieran, bajo ciertas circunstancias concebibles, resultar considerablemente aceleradas. En principio, Jesús decidió que la obra de su vida se organizaría y procedería en conformidad con la ley natural y en armonía con la organización social existente. El Maestro eligió por ende un programa de vida que equivalía a una decisión en contra de milagros y prodigios. Una vez más se pronunció a favor de «la voluntad del Padre»; una vez más puso todas las cosas en las manos de su Padre del Paraíso.

La naturaleza humana de Jesús dictaminaba que el primer deber era la autopreservación; ésa es la actitud normal del hombre natural en los mundos del tiempo y del espacio, y es, por consiguiente, una reacción legítima de un mortal de Urantia. Pero las preocupaciones de Jesús no se limitaban tan sólo a este mundo y sus criaturas; estaba viviendo una vida destinada a la instrucción e inspiración de las muchas criaturas de un vastísimo universo.

Antes de su esclarecimiento bautismal había vivido en perfecta sumisión a la voluntad y orientación de su Padre celestial. Enfáticamente decidió continuar en esa misma implícita dependencia mortal de la voluntad del Padre. Se propuso seguir un curso no natural —decidió que no procuraría la autopreservación. Eligió continuar con su línea de conducta según la cual se negaba a defenderse. Expresó sus conclusiones en las palabras de las Escrituras conocidas a su mente humana: «No sólo de pan vivirá el hombre, mas de toda palabra que sale de la boca de Dios». Al llegar a esta conclusión sobre el apetito de la naturaleza física tal como se expresa en el hambre de alimento, el Hijo del Hombre hacía su declaración final sobre todos los demás instintos de la carne y los impulsos naturales de la naturaleza humana.

Tal vez podría usar su poder sobrehumano para ayudar a otros, pero para sí mismo, nunca. Y se mantuvo fiel a esta línea de conducta por siempre y hasta el fin, cuando de él se dijo con sarcasmo: «A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse» —porque no lo quiso.

Los judíos esperaban a un Mesías que hiciera aun mayores maravillas que Moisés, de quien se decía que había hecho manar agua de la roca en el desierto y que también había alimentado con maná a sus antepasados en el desierto. Jesús conocía la clase de Mesías que esperaban sus compatriotas, y tenía todos los poderes y prerrogativas para equipararse con sus más ardientes esperanzas, pero decidió en contra de tan magnífico programa de poder y gloria. Jesús consideraba semejante curso de acciones milagrosas esperadas como un retroceso a los tiempos antiguos de magia ignorante y a las prácticas depravadas de los hechiceros salvajes. Quizás, para la salvación de sus criaturas, se aviniera a acelerar la ley natural, pero transgredir sus propias leyes, ya fuese para su propio beneficio o para deslumbrar a sus semejantes, eso no lo haría. Y la decisión del Maestro fue final.

Jesús se condolía de su pueblo; entendía plenamente cómo habían sido conducidos a esperar al Mesías venidero, cuando «la tierra producirá diez mil veces más frutos, y una vid tendrá mil pámpanos, y cada pámpano producirá mil racimos, y cada racimo producirá mil uvas, y cada uva producirá un barril de vino». Los judíos creían que el Mesías inauguraría una era de milagrosa abundancia. Durante mucho tiempo se nutrieron los hebreos de tradiciones de milagros y leyendas de prodigios.

No era él un Mesías que venía para multiplicar el pan y el vino. No venía para ministrar tan sólo las necesidades temporales; venía para revelar su Padre celestial a sus hijos terrenales, mientras trataba de conducir a estos hijos para que con él hicieran el esfuerzo sincero de vivir haciendo la voluntad del Padre celestial.

Con esta decisión, Jesús de Nazaret demostraba para un universo espectador, cuán tonto y pecaminoso es prostituir los talentos divinos y la capacidad dada por Dios para el engrandecimiento personal o para beneficio y gloria puramente egoístas. Había sido ése el pecado de Lucifer y Caligastia.Esta gran decisión de Jesús ilustra dramáticamente la verdad de que la satisfacción egoísta y la gratificación sensual, de por sí solas, no pueden dar la felicidad a los seres humanos evolutivos. Hay valores más elevados en la existencia mortal —maestría intelectual y avance espiritual— que trascienden de lejos la gratificación necesaria de los apetitos e impulsos puramente físicos del hombre. Las dotes naturales de talento y habilidad del hombre deberían aplicarse principalmente al desarrollo y ennoblecimiento de sus más elevados poderes de mente y espíritu.

Jesús revelaba así a las criaturas de su universo la técnica de un camino nuevo y mejor, los valores morales más elevados del vivir y las satisfacciones espirituales más profundas de la existencia humana evolucionaria en los mundos del espacio.

LA TERCERA DECISIÓN

Habiendo tomado pues sus decisiones sobre los asuntos relacionados con el alimento y la ministración física de las necesidades de su cuerpo material, el cuidado de su salud y de la salud de sus asociados, aún quedaban otros problemas por resolver. ¿Cuál sería su actitud al enfrentarse con situaciones de peligro personal? Decidió ejercer una vigilancia normal sobre su seguridad humana y tomar precauciones razonables para prevenir el fin prematuro de su carrera en la carne, pero decidió que se abstendría de toda intervención sobrehumana cuando sobreviniera la crisis de su vida en la carne. Al tomar esta decisión, estaba Jesús sentado a la sombra de un árbol, sobre un saliente rocoso, y a sus pies se abría un precipicio. Se daba plena cuenta de que podía deslizarse del saliente y arrojarse al espacio, sin que nada le sucediera que lo lastimara, siempre y cuando revocara su primera gran decisión de no invocar la interposición de sus ayudantes celestiales en la continuación de su obra en Urantia, y siempre y cuando abrogara su segunda decisión respecto a su actitud hacia la autoconservación.

Jesús sabía que sus compatriotas esperaban un Mesías que estuviera por encima de la ley natural. Bien le habían enseñado esa Escritura que dice: «No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada. Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. En las manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra». ¿Se justificaría una presunción de esta índole, este desafío a las leyes de gravedad de su Padre, para protegerse de heridas o, acaso para ganar la confianza de su pueblo mal enseñado y desorientado? Pero este curso de acción, por más gratificante que fuera para los judíos a la espera de un signo, sería, no una revelación de su Padre, sino un dudoso juego con las leyes establecidas del universo de los universos.

Si entendéis todo esto y sabéis que el Maestro se negó a desafiar las leyes de la naturaleza por él establecidas en cuanto a lo que se refiriera a su conducta personal, sabéis con certidumbre que él nunca caminó sobre las aguas ni hizo ninguna otra cosa que constituyera un insulto a su orden material de administrar el mundo; pero,

por supuesto, recordad siempre que aún no se había encontrado la manera de librarlo completamente de la falta de control sobre el elemento de tiempo en conexión con los asuntos encomendados a la jurisdicción del Ajustador Personalizado.

Durante toda su vida terrenal Jesús fue constantemente fiel a esta decisión. Aunque los fariseos lo provocaron pidiéndole un signo, o aunque los espectadores en el Calvario le desafiaron a que descendiera de la cruz, se adhirió firmemente a la decisión que en esa hora tomó en la montaña.

LA CUARTA DECISIÓN

El gran problema siguiente con que hubo de luchar este Dios-hombre y que decidió en definitiva de acuerdo con la voluntad del Padre celestial, consistía en si debía o no emplear alguno de sus poderes sobrehumanos para atraer la atención y ganar la adhesión de sus semejantes. ¿Debía él, en algún grado o manera, prestar sus poderes universales para la gratificación del ansia de los judíos por lo espectacular y lo maravilloso? Decidió que no. Se decidió por una línea de conducta que eliminaba todas esas prácticas como método de llevar su misión a la atención de los hombres. Cumplió constantemente con esta gran decisión. Incluso cuando permitió la manifestación de numerosas ministraciones de misericordia acortadoras del tiempo, casi invariablemente amonestaba a los que recibían su ministerio curativo para que nada dijeran a ningún hombre sobre los beneficios que habían recibido. Siempre rechazó el reto burlón de sus enemigos que le desafiaban a «darnos un signo» como prueba y demostración de su divinidad.

Jesús sabiamente vio que hacer milagros y ejecutar prodigios tan sólo atraería una lealtad superficial en intimidar la mente material. Tales acciones no revelarían a Dios ni salvarían a los hombres. Se negó a ser simplemente un hacedor de milagros. Resolvió que se ocuparía de una sola tarea: el establecimiento del reino del cielo.

Durante todo este diálogo monumental de Jesús consigo mismo, siempre estaba presente el elemento humano que preguntaba y casi dudaba, porque Jesús era hombre a la vez que Dios. Era evidente que nunca sería recibido por los judíos como el Mesías si no hacía prodigios. Además, si consentía en hacer tan sólo una cosa no natural, la mente humana sabría con certidumbre que estaba sometida a una mente verdaderamente divina. ¿Estaba de acuerdo con «la voluntad del Padre» que la mente divina hiciera esa concesión a la naturaleza incrédula de la mente humana? Jesús decidió que no, y citó la presencia del Ajustador Personalizado como prueba suficiente de la divinidad asociada con la humanidad.

Jesús había viajado mucho; recordaba Roma, Alejandría y Damasco. Conocía las maneras del mundo —sabía cómo obtenían sus propósitos los hombres en la política y en el comercio por medio de compromisos y diplomacia. ¿Utilizaría él este conocimiento en la realización de su misión en la tierra? ¡No! También decidió contra todo compromiso con la sabiduría del mundo y la influencia de las riquezas en el establecimiento del reino. Nuevamente, eligió depender exclusivamente de la voluntad del Padre.

Jesús tenía plena conciencia de los atajos que se abrían para una personalidad con sus poderes. Conocía muchas maneras de atraer inmediatamente la atención de la nación y del mundo entero sobre su persona. Pronto se celebraría la Pascua en Jerusalén; la ciudad estaría llena de visitantes. Podía ascender al pináculo del templo y ante las multitudes asombradas andar en el aire; ése era el tipo de Mesías que la gente esperaba. Pero después los desilusionaría puesto que no había venido para volver a establecer el trono de David. Y conocía la futilidad del método de Caligastia de tratar de adelantarse al modo natural, lento y seguro de cumplir el propósito divino. Nuevamente se sometió el Hijo del Hombre obedientemente a los procedimientos del Padre, a la voluntad del Padre.

Jesús eligió establecer el reino del cielo en el corazón de la humanidad por métodos naturales, comunes, difíciles y esforzados, los mismos procedimientos que tendrían que seguir en el futuro sus hijos terrenales para ampliar y expandir ese reino celestial. Porque bien sabía el Hijo del Hombre que sería «a través de muchas tribulaciones que muchos de los hijos de todas las edades entrarían en el reino». Jesús estaba pasando ahora por la gran prueba del hombre civilizado, la de tener el poder y negarse continua y firmemente a utilizarlo para fines puramente egoístas o personales.

En vuestra consideración de la vida y experiencia del Hijo del Hombre, deberíais tener siempre presente el hecho de que el Hijo de Dios estaba encarnado en la mente de un ser humano del siglo primero, no en la mente de un mortal del siglo veinte ni de otro siglo. Con esto deseamos transmitiros la idea de que las dotes humanas de Jesús eran de adquisición natural. Él era el producto de factores hereditarios y ambientales de su época, sumados a la influencia de su crianza y educación. Su humanidad era genuina, natural, plenamente derivada y nutrida por los antecedentes de la condición intelectual real y de las condiciones económicas y sociales de ese día y de esa generación. Aunque en la experiencia de este Dios-hombre siempre existía la posibilidad de que la mente divina trascendiera el intelecto humano, sin embargo, siempre que funcionaba su mente humana, lo hacía como una auténtica mente mortal lo haría bajo las condiciones del ambiente humano de esa época.

Jesús ilustró para todos los mundos de su vasto universo la tontería de crear situaciones artificiales con el propósito de exhibir una autoridad arbitraria o de permitirse un poder excepcional para perfeccionar los valores morales o acelerar el progreso espiritual. Jesús decidió que no prestaría su misión en la tierra a una repetición de la desilusión del reinado de los Macabeos. Se negó a prostituir sus atributos divinos para adquirir una popularidad no merecida o para ganar prestigio político. No consentiría a la transmutación de la energía divina y creadora en poder nacional o en prestigio internacional. Jesús de Nazaret se negó a hacer compromisos con el mal, mucho menos a asociarse con el pecado. El Maestro colocó triunfalmente la fidelidad a la voluntad de su Padre por encima de toda otra consideración terrena y temporal.

LA QUINTA DECISIÓN

Habiendo establecido el criterio sobre lo que se refería a sus relaciones individuales con la ley natural y con el poder espiritual, dirigió su atención a la elección de los métodos que emplearía para proclamar y establecer el reino de Dios. Juan ya había comenzado este trabajo; ¿cómo podría continuar el mensaje? ¿Cómo podría él seguir con la misión de Juan? ¿Cómo debería organizar a sus seguidores para que el esfuerzo resultara eficaz y la cooperación, inteligente? Jesús ya estaba llegando a la decisión final que le prohibiría seguir considerándose el Mesías judío, por lo menos el Mesías tal como lo concebía la mente común de esa época.

Los judíos imaginaban un libertador que llegaría investido de poder milagroso para derribar a los enemigos de Israel y establecer a los judíos como gobernantes del mundo, libres de necesidades y opresión. Jesús sabía que esta esperanza no se materializaría jamás. Sabía que el reino del cielo tenía que ver con el derrocamiento del mal en el corazón de los hombres, y que era un asunto de interés puramente espiritual. Reflexionó sobre la conveniencia de inaugurar el reino espiritual con un despliegue brillante y estremecedor de poder —cosa que era permisible y que estaba totalmente dentro de la jurisdicción de Micael— pero decidió en contra de dicho plan. No quería comprometerse con las técnicas revolucionarias de Caligastia. En potencial ya había ganado el mundo sometiéndose a la voluntad de su Padre, y se proponía terminar su obra como la había empezado, como el Hijo del Hombre.

¡Es casi imposible para vosotros imaginar qué habría sucedido en Urantia si este Dios-hombre, ahora en posesión potencial de todo el poder del cielo y de la tierra, hubiera decidido desplegar el estandarte de la soberanía, e invocar en formación militar a sus batallones de hacedores de maravillas! Pero no se avenía a tal cosa. No estaba dispuesto a ponerse al servicio del mal para que, según es de suponer, triunfara el culto de Dios. Acataba tan sólo la voluntad del Padre. Proclamaría a todo un universo espectador: «Adoraréis al Señor vuestro Dios y a él sólo serviréis».

A medida que pasaban los días, Jesús percibía con claridad cada vez mayor qué clase de revelador de la verdad sería él. Discernía que el camino de Dios no iba a ser el camino fácil. Comenzaba a darse cuenta que posiblemente el resto de su experiencia humana sería un amargo cáliz pero igual bebería de él.

Aun su mente humana se está despidiendo del trono de David. Paso a paso esta mente humana sigue la senda de lo divino. La mente humana aún hace preguntas pero infaliblemente acepta las respuestas divinas como dictámenes finales en esta vida conjunta de vivir como un hombre en el mundo mientras todo el tiempo someterse incondicionalmente a hacer la voluntad eterna y divina del Padre.

Roma era el ama del mundo occidental. El Hijo del Hombre, ahora en su aislamiento, elaborando estas decisiones importantísimas, con las huestes del cielo a su disposición, representaba la última oportunidad del pueblo judío para ganar señorío mundial; pero este judío que había nacido en la tierra, dotado de tan extraordinaria sabiduría y poder, se negó a usar sus dotes universales tanto para su propio engrandecimiento como para la entronización de su pueblo. El veía, por decirlo así, «los reinos de este mundo» y poseía el poder para apoderarse de ellos. Los Altísimos de Edentia le habían entregado estos poderes en las manos, pero no los quería. Los reinos de la tierra eran cosas mezquinas, indignas del interés del Creador y Gobernante de un universo. Uno solo era su propósito: la ulterior revelación de Dios al hombre, el establecimiento del reino, la soberanía del Padre celestial en el corazón de la humanidad.

La idea de batalla, contienda y matanza repugnaba a Jesús; nada de eso quería él. Aparecería en la tierra como el Príncipe de Paz para revelar al Dios del amor. Antes de su bautismo, había rechazado nuevamente una oferta de los zelotes para encabezar su rebelión contra los opresores romanos. Ahora pues tomaba su decisión final sobre las Escrituras que su madre le había enseñado, que decían entre otras cosas: «El Señor me ha dicho: `Mi Hijo eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia los paganos y como posesión tuya las partes más remotas de la tierra. Los quebrantarás con una vara de hierro; como vasija de alfarero los despedazarás'».

Jesús de Nazaret llegó a la conclusión de que tales pronunciamientos no se referían a él. Por último y finalmente la mente humana del Hijo del Hombre se despojó de todas estas dificultades y contradicciones mesiánicas —las escrituras hebreas, las enseñanzas paternas y las del chazán, las expectativas de los judíos y los ambiciosos anhelos humanos; de una vez por todas decidió su curso de acción. Regresaría a Galilea y comenzaría calladamente la proclamación del reino, confiando en su Padre (el Ajustador Personalizado) para todos los detalles de procedimiento día a día.

Con estas decisiones estableció Jesús un digno ejemplo para todos los seres de todos los mundos de un vasto universo, al negarse a aplicar pruebas materiales a la verificación de los problemas espirituales, al negarse al desafío presuntuoso de las leyes naturales. Y dio un ejemplo inspirador de lealtad universal y de nobleza moral al negarse a tomar el poder temporal como preludio de la gloria espiritual.

Si el Hijo del Hombre abrigaba alguna duda respecto de su misión y de la naturaleza de ésta al ascender la montaña después de su bautismo, ya no le cabía duda alguna al descender al seno de sus semejantes después de los cuarenta días de aislamiento y de decisiones.

Jesús ha elaborado un programa para el establecimiento del reino del Padre. No habrá de dedicarse a la gratificación física de la gente. No distribuirá pan a las multitudes como viera hacer tan recientemente en Roma. No atraerá la atención haciendo prodigios, a pesar de que los judíos esperan a un libertador de precisamente esta índole. Tampoco intentará ganar la aceptación de un mensaje espiritual mediante una exhibición de autoridad política o de poder temporal.

Al rechazar estos métodos de embellecimiento del reino venidero ante los ojos esperanzados de los judíos, Jesús se aseguró de que estos mismos judíos rechazaran certera y finalmente su derecho a la autoridad y la divinidad. Conociendo todo esto, Jesús durante mucho tiempo trató de evitar que sus primeros seguidores se refirieran a él con el nombre de Mesías.

A través de su entero ministerio público hubo de enfrentarse constantemente con la necesidad de tratar con tres situaciones recurrentes: el clamor de los hambrientos, la insistente demanda de milagros, y la solicitud final de los que lo seguían que les permitieran coronarlo rey. Pero Jesús no se apartó jamás de las decisiones que tomó durante estos días de aislamiento en las colinas de Perea.

LA SEXTA DECISIÓN

El último día de este memorable retiro, antes de comenzar el descenso del monte para reunirse con Juan y sus discípulos, el Hijo del Hombre tomó su decisión final. Así, con estas palabras comunicó esta decisión al Ajustador Personalizado: «Y en todos los demás asuntos, así como en estas decisiones ya registradas, te prometo que me someteré a la voluntad de mi Padre». Cuando así hubo hablado comenzó el descenso de la montaña. Y su faz resplandecía con la gloria de la victoria espiritual y del triunfo moral.

EL trigesimo primero año de Jesús.

EL AÑO TREINTA Y UNO (25 d. de J. C.)

Al regresar Jesús del Mar Caspio, sabía que sus viajes por el mundo prácticamente habían acabado. Tan sólo salió de Palestina una vez más para viajar a Siria. Después de una breve visita a Capernaum, fue a Nazaret, quedándose allí unos pocos días. A mediados de abril salió de Nazaret para Tiro. Desde allí viajó hacia el norte, pasando unos días en Sidón, pero su destino era Antioquía.
Éste es el año de los viajes solitarios de Jesús por Palestina y Siria. Durante este año de viajes se le conoció por distintos nombres en diferentes partes del país: el carpintero de Nazaret, el armador de Capernaum, el escriba de Damasco y el maestro de Alejandría.
En Antioquía, el Hijo del Hombre vivió durante más de dos meses, trabajando, observando, estudiando, visitando, ministrando y aprendiendo todo el tiempo cómo viven los hombres, cómo piensan, cómo sienten y cómo reaccionan ante el medio de la existencia humana. Durante tres semanas de este período, trabajó como fabricante de tiendas. Permaneció más tiempo en Antioquía que en ningún otro lugar durante este viaje. Diez años más tarde, al predicar el apóstol Pablo en Antioquía, y oír que sus seguidores hablaban de las doctrinas del escriba de Damasco, no se dio cuenta de que éstos habían oído la voz y escuchado las enseñanzas del Maestro mismo.
Desde Antioquía Jesús viajó hacia el sur, a lo largo de la costa, hasta Cesarea, donde permaneció unas pocas semanas, continuando luego por la costa hasta Jope. Desde Jope se internó hasta Jamnia, Asdod y Gaza. Desde Gaza se alejó de la costa en dirección a Beerseba, donde permaneció una semana.
Comenzó entonces Jesús su gira final de incógnito, por el corazón de Palestina, caminando de Beerseba en el sur hasta Dan en el norte. En este viaje hacia el norte, paró en Hebrón, Belén (donde vio el sitio de su nacimiento), Jerusalén (no visitó Betania), Beerot, Lebona, Sicar, Siquem, Samaria, Geba, En-Ganim, Endor, Madón; cruzó Magdala y Capernaum, y prosiguió hacia el norte; y pasó al este de las Aguas de Merom, caminó de Cárata, hasta Dan o Cesarea de Filipo.
El Ajustador del Pensamiento residente condujo a Jesús a apartarse de los lugares habitados por los hombres y ascender al Monte Hermón para terminar allí la labor de conquista de su mente humana y completar la tarea de su consagración plena al resto de su ministerio en la tierra.
Fue ésta una de esas épocas inusitadas y extraordinarias en la vida terrenal del Maestro en Urantia. Otra muy similar fue la que experimentó al retirarse solitario a las colinas cercanas a Pella, inmediatamente después de su bautismo. Este período de aislamiento en el Monte Hermón marcó la terminación de su carrera puramente humana, es decir, la terminación de hecho del autootorgamiento en semejanza de un mortal, mientras que el aislamiento posterior señaló el comienzo de la fase más divina del autootorgamiento. Jesús vivió a solas con Dios durante seis semanas en las faldas del Monte Hermón.

LA ESTADÍA EN EL MONTE HERMÓN

Después de pasar algún tiempo en la vecindad de Cesarea de Filipo, Jesús preparó sus provisiones, y tras conseguir una bestia de carga y los servicios de un muchacho llamado Tiglat, se dirigió por el camino de Damasco a una aldea conocida en otro tiempo como Beit Jenn, al pie del Monte Hermón. Aquí, a mediados de agosto del año 25 d. de J.C., estableció su centro de operaciones, y dejando las provisiones bajo la custodia de Tiglat, ascendió la solitaria ladera de la montaña. Durante este primer día de ascensión, Tiglat acompañó a Jesús hasta un punto designado a unos 2000 metros de altura sobre el nivel del mar, donde construyeron un depósito de piedra, en el cual Tiglat colocaría alimentos dos veces por semana.
Ese primer día, después de separarse de Tiglat, Jesús no había ascendido más que un breve tramo de la montaña cuando se detuvo para orar. Entre otras cosas le pidió a su Padre que enviara a su serafín guardián para que «acompañara a Tiglat». Pidió que se le permitiera enfrentarse a solas en su último combate con las fuerzas de la existencia mortal. Y esta petición le fue concedida. Acudió a la gran prueba con la única ayuda y respaldo de su Ajustador residente.
Jesús comió frugalmente durante su permanencia en las montañas; se abstuvo de todo alimento sólo un día o dos a la vez. Los seres superhumanos que se le enfrentaron en la montaña, contra quienes luchó en espíritu y a quienes derrotó en poder, eran verdaderos; eran sus enemigos acérrimos en el sistema de Satania; no eran fantasmas de la imaginación producidos por los desvaríos mentales de un mortal debilitado y hambriento que ya no podía distinguir la realidad de las visiones de una mente desordenada.
Jesús pasó las últimas tres semanas de agosto y las primeras tres semanas de septiembre en el Monte Hermón. Durante este período completó la tarea mortal de lograr los círculos de comprensión de la mente y de control de la personalidad. A lo largo de este período de comunión con su Padre celestial, también completó el Ajustador residente los servicios que se le habían asignado. La meta mortal de esta criatura terrenal fue alcanzada allí. Sólo faltaba la consumación de la fase final de armonización de la mente con el Ajustador.
Al cabo de más de cinco semanas de ininterrumpida comunión con su Padre del Paraíso, Jesús estuvo plenamente seguro de su propia naturaleza, y de la certidumbre de su triunfo sobre los niveles materiales de la manifestación espaciotemporal de su personalidad. Creía plenamente en la ascendencia de su naturaleza divina sobre su naturaleza humana y no dudó en afirmarlo.
Hacia el final de su estancia en la montaña, Jesús pidió a su Padre que le permitiera celebrar una conferencia con sus enemigos de Satania en su calidad de Hijo del Hombre, de Josué ben José. Esta petición le fue concedida. Durante la última semana en el Monte Hermón, tuvo lugar la gran tentación, la prueba cósmica. Satanás (representando a Lucifer) y el rebelde Príncipe Planetario Caligastia, estuvieron presentes con Jesús y se le hicieron plenamente visibles. Y esta «tentación», esta prueba final de la lealtad humana, en presencia de las tergiversaciones de las personalidades rebeldes, nada tuvo que ver con su falta de alimento, los pináculos del templo, ni acciones presuntuosas. No tuvo que ver con los reinos de este mundo, sino con la soberanía de un universo poderoso y glorioso. El simbolismo de las escrituras estaba destinado a las eras atrasadas del pensamiento infantil del mundo. Y las generaciones subsiguientes deben entender mejor la gran lucha por que pasó el Hijo del Hombre ese día extraordinario en el Monte Hermón.

A las muchas propuestas y contrapropuestas de los emisarios de Lucifer, Jesús solamente replicaba: «Que la voluntad de mi Padre del Paraíso prevalezca, y que tú, mi hijo rebelde, seas juzgado de acuerdo con las leyes divinas, por los Ancianos de los Días. Yo soy vuestro padre-Creador, no puedo juzgaros con justicia, y ya habéis desdeñado mi misericordia. Os remito a los jueces de un universo más grande».
Ante todas las componendas y expedientes temporales sugeridas por Lucifer, ante todas esas engañosas propuestas relativas al autootorgamiento en forma de encarnación, Jesús solamente tenía una respuesta: «Que se haga la voluntad de mi Padre que está en el Paraíso». Cuando la dura prueba hubo terminado, el serafín guardián volvió al lado de Jesús para confortarle.
Una tarde a finales del verano, entre los árboles y el silencio de la naturaleza, Micael de Nebadon ganó la indisputada soberanía de su universo. Ese día completó la tarea que han de cumplir los Hijos Creadores, la de vivir plenamente la vida encarnada en la semejanza de la carne mortal, en los mundos evolutivos del tiempo y del espacio. El anuncio del universo sobre este logro monumental no se efectuó hasta el día de su bautismo, meses más tarde, pero en realidad tuvo lugar ese día en la montaña. Y cuando Jesús descendió de su estancia en el Monte Hermón, la rebelión luciferina en Satania, y la secesión caligastiana en Urantia, quedaron prácticamente terminadas. Jesús había pagado el último precio que se le exigía para alcanzar la soberanía de su universo, que por sí misma regula el estado de todos los rebeldes y determina que toda sublevación futura (si se produce) se resuelva de manera sumaria y eficaz. En consecuencia, puede verse que la llamada «gran tentación» de Jesús tuvo lugar cierto tiempo antes de su bautismo, y no poco después de ese acontecimiento.
Al descender Jesús al final de su estancia en la montaña, se encontró con Tiglat que ascendía llevando alimentos al depósito. Al indicarle Jesús que se volviera, tan sólo le dijo: «El período de descanso ha terminado; debo volver a los asuntos de mi Padre». Parecía un hombre muy cambiado y taciturno durante su viaje de regreso a Dan. Al llegar allí, se despidió del mancebo, donándole el burro de carga. Luego siguió hacia el sur por el mismo camino que había venido, hasta Capernaum.

EL PERÍODO DE ESPERA

Ya estaba terminándose el verano, y se acercaba la fecha del día de la expiación y la fiesta de los tabernáculos. Jesús se reunió con su familia en Capernaum el sábado, y al día siguiente se dirigió a Jerusalén con Juan, el hijo de Zebedeo, tomando el camino al este del lago, y por Gérasa, y bajando por el valle del Jordán. Aunque Jesús departía de vez en cuando con su compañero de viaje por el camino, Juan notó en él un gran cambio.
Jesús y Juan se detuvieron en Betania donde pasaron la noche con Lázaro y sus hermanas, habiendo salido por la mañana siguiente a primera hora rumbo a Jerusalén. Pasaron casi tres semanas en la ciudad y en sus alrededores, por lo menos así lo hizo Juan. Muchos días, Juan fue solo a Jerusalén, mientras Jesús deambulaba por las colinas cercanas, dedicado a la comunión espiritual con su Padre en el cielo.
Ambos estuvieron presentes en los solemnes oficios del día de la expiación. Juan estaba muy conmovido por las ceremonias de este día importantísimo del ritual de la religión judía, pero Jesús permaneció como un espectador pensativo y taciturno. Esta ceremonia le resultaba penosa y patética al Hijo del Hombre. La veía como una tergiversación del carácter y de los atributos de su Padre celestial. Consideraba los sucesos de este día como una farsa de los hechos de la justicia divina y de la verdad de la misericordia infinita. Ardía en deseos de expresar abiertamente la verdad sobre el carácter amoroso y la conducta misericordiosa de su Padre en el universo, pero su fiel Monitor le advirtió que su hora aún no había llegado. Sin embargo, esa noche en Betania, Jesús hizo numerosos comentarios que perturbaron mucho a Juan; y Juan no acabó nunca de entender por completo el verdadero significado de lo que Jesús les dijo esa noche.
Jesús se proponía quedarse con Juan durante toda la semana de la fiesta de los tabernáculos. Esta fiesta era la fiesta anual de toda Palestina; era la época de las vacaciones de los judíos. Aunque Jesús no participó del júbilo de la ocasión, era evidente que se complacía y experimentaba satisfacción al contemplar la alegría y el gozoso abandono de jóvenes y ancianos.
A mediados de la semana de celebraciones, antes de que terminaran las festividades, Jesús se despidió de Juan, diciendo que deseaba retirarse a las colinas para comulgar mejor con su Padre Paradisiaco. Juan quería acompañarlo, pero Jesús insistió en que se quedara hasta el fin de las festividades, diciendo: «No necesitas llevar el peso del Hijo del Hombre; basta con que el centinela mantenga la vigilia, mientras la ciudad duerme en paz». Jesús no regresó a Jerusalén. Después de pasar casi una semana a solas en las colinas cerca de Betania, partió para Capernaum. Camino del hogar, pasó un día y una noche de soledad en las laderas de Gilboa, cerca de donde el rey Saúl se había quitado la vida; y cuando llegó a Capernaum, parecía más alegre que cuando se había despedido de Juan en Jerusalén.
A la mañana siguiente, Jesús se dirigió hacia el baúl que había dejado en el taller de Zebedeo y que contenía sus efectos personales; se puso su delantal, y se presentó al trabajo, diciendo: «Es menester que me mantenga ocupado mientras espero que llegue mi hora». Junto con su hermano Santiago, trabajó varios meses, hasta enero del año siguiente, en el taller de barcas. Después de trabajar junto a Jesús durante este período, y a pesar de las dudas que oscurecían su comprensión sobre la obra del Hijo del Hombre en la vida, Santiago nunca más renunció real y totalmente a su fe en la misión de Jesús.
Durante este período final de Jesús en el taller de barcas, dedicó la mayor parte de su tiempo al acabado interior de algunas de las barcas más grandes. Ponía gran cuidado en su artesanía, y parecía experimentar la satisfacción del logro humano cada vez que completaba una pieza digna de alabanza. Aunque no perdía el tiempo con pequeñeces, era un artesano paciente en la fabricación de los detalles esenciales de cualquier encargo que le encomendaban.
A medida que pasaba el tiempo, llegaban a Capernaum rumores de la aparición de un tal Juan que predicaba y bautizaba a los penitentes en el Jordán, y que su predicación era: «El reino del cielo se aproxima; arrepentíos y sed bautizados». Jesús escuchó estos informes mientras Juan remontaba lentamente el valle del Jordán desde el vado del río que estaba cerca de Jerusalén. Pero Jesús siguió trabajando, haciendo barcas, hasta que Juan llegó río arriba a un punto cercano a Pella, en el mes de enero del siguiente año, 26 d. de J. C. Entonces dejó sus herramientas, declarando, «Ha llegado mi hora», y seguidamente se presentó ante Juan para ser bautizado.

Pero un gran cambio se había producido en Jesús. Pocos de los que habían disfrutado de sus visitas y servicios en sus idas y venidas por la tierra, reconocerían más tarde en el maestro público a quien habían conocido y amado como persona privada en años anteriores. Había una razón para que estos primeros beneficiarios suyos no lo reconocieran en su papel posterior de maestro público lleno de autoridad. Durante muchos años, había estado en proceso ésta transformación de mente y espíritu, y se completó durante su extraordinaria permanencia en el Monte Hermón.

EL trigesimo año de Jesús. II

LOS AÑOS DE TRANSICIÓN

DURANTE el viaje por el Mediterráneo, Jesús había estudiado cuidadosamente a las personas con quien se encontraba y los países por los cuales pasaba, y por esta época llegó a tomar su decisión final respecto a lo que le faltaba por vivir en la tierra. Había considerado en todos sus detalles y ahora finalmente aprobado el plan que estipulaba que nacería de padres judíos en Palestina, y por lo tanto, regresó deliberadamente a Galilea para esperar el comienzo de su tarea de la vida como maestro público de la verdad; comenzó a trazar planes para una carrera pública en la tierra del pueblo de su padre José, y esto lo hizo por su propia voluntad.
Jesús había descubierto por experiencia personal y humana, que Palestina sería el teatro más adecuado, dentro del entero mundo romano, para el desenvolvimiento y representación de los últimos capítulos de las escenas finales de su vida en la tierra. Por primera vez, le satisfizo plenamente la idea de manifestar sin ambages su verdadera naturaleza y de revelar su identidad divina entre los judíos y los gentiles de su nativa Palestina. Definitivamente decidió terminar su vida mortal en la carne en la misma tierra en la que había comenzado su experiencia humana como niño indefenso. Su carrera en Urantia había comenzado en Palestina entre los judíos, y decidió cerrar el capítulo de su vida, en Palestina, entre los judíos.

EL AÑO TREINTA (24 d. de J.C.)

Después de despedirse de Gonod y de Ganid en Charax (en diciembre del año 23 d. de J.C.) Jesús regresó por el camino de Ur a Babilonia, donde se unió a una caravana del desierto que se dirigía a Damasco. De Damasco fue a Nazaret, deteniéndose sólo unas pocas horas en Capernaum para visitar a la familia de Zebedeo. Se encontró allí con su hermano Santiago, quien estaba desde hacía algún tiempo trabajando en su lugar en el astillero de Zebedeo. Después de conversar con Santiago y con Judá, que también se encontraba por casualidad en Capernaum; y de hacer a su hermano Santiago el traspaso de propiedad de la casita que Juan Zebedeo había comprado en su nombre, Jesús siguió camino a Nazaret.
Al finalizar su viaje por el Mediterráneo, Jesús había ganado dinero suficiente como para cubrir los gastos diarios casi hasta el momento del comienzo mismo de su ministerio público. Pero, a excepción de Zebedeo de Capernaum, y de los que le conocieron en el curso de esta gira extraordinaria, el mundo nada supo de este viaje. Su familia creía que había pasado ese período de tiempo estudiando en Alejandría. Jesús nunca confirmó estas suposiciones, pero tampoco hizo nada por refutarlas abiertamente.
Durante su estancia de unas pocas semanas en Nazaret, Jesús departió con su familia y sus amigos, y estuvo por algún tiempo en el taller de reparaciones con su hermano José, pero la mayor parte de su atención la dedicó a María y a Ruth. Estaba Ruth por cumplir los quince años, y era ésta la primera oportunidad que se le ofrecía a Jesús de conversar con ella desde que se había convertido en doncella.
Tanto Simón como Judá deseaban casarse desde hacía algún tiempo, pero no querían hacerlo sin el consentimiento de Jesús; por eso habían pospuesto estos eventos a la espera del retorno de su hermano mayor. Aunque todos consideraban a Santiago como el jefe de la familia en casi todos los asuntos, en lo que se refería al matrimonio deseaban recibir la bendición de Jesús. Así pues, Simón y Judá se casaron en una doble boda a principios de marzo de este año, el 24 d. de J.C. Ya todos los hijos mayores estaban casados; sólo Ruth, la más joven, aún estaba con María en la casa paterna.
Jesús departía con toda naturalidad con cada uno de los integrantes de su familia por separado, pero cuando se encontraban todos reunidos era tan poco lo que tenía que decir, que todos lo comentaban entre ellos. Especialmente María estaba desconcertada por este comportamiento tan peculiar y extraño de su hijo primogénito.
Por la época en que Jesús se estaba aprontando para irse de Nazaret, el conductor de una gran caravana, a la sazón en la ciudad, cayó gravemente enfermo y Jesús, que era políglota, se ofreció para reemplazarlo. Puesto que este viaje significaría que se ausentaría por un año, y puesto que todos sus hermanos ya estaban casados y su madre vivía en la casa paterna con Ruth, Jesús convocó un consejo de familia para proponer que María y Ruth se mudaran a Capernaum, para habitar en la casa que le había traspasado recientemente a Santiago. Así, pocos días después de la partida de Jesús con la caravana, se mudaron María y Ruth a Capernaum, donde vivieron por el resto de la vida de María en la casa que Jesús les había proporcionado. José se mudó con su familia a la vieja casa de Nazaret.
Fue éste uno de los años más excepcionales en la experiencia íntima del Hijo del Hombre; hubo gran progreso en la tarea de alcanzar una armonía funcional entre su mente humana y el Ajustador residente. El Ajustador se había ocupado activamente de la reorganización del pensamiento y la preparación de la mente para los grandes acontecimientos que se anunciaban en un futuro ya no muy distante. La personalidad de Jesús se estaba preparando para su gran cambio de actitud hacia el mundo. Fue ésta la época intermedia, la etapa de transición de este ser, que comenzó la vida como Dios que aparece como hombre, y que ahora se estaba preparando para completar su carrera terrenal como hombre que aparece como Dios.

EL VIAJE CON LA CARAVANA AL CASPIO
Era el primero de abril del año 24 d. de J. C. cuando Jesús partió de Nazaret con la caravana, con destino a la región del Mar Caspio. La caravana a la que se unió Jesús como conductor iba desde Jerusalén, por el camino de Damasco y del Lago de Urmia, cruzando Asiria, Media y Partia, hasta la región sudoriental del Mar Caspio. Un año entero transcurrió antes de su regreso.
Esta caravana fue para Jesús otra aventura de exploración y ministerio personal. Fue para él una experiencia interesante convivir con la familia de la caravana —pasajeros, guardias y conductores de camellos. Veintenas de hombres, mujeres y niños, que habitaban a lo largo de la ruta seguida por la caravana, vivieron vidas más ricas como resultado de su encuentro con Jesús, que fue para ellos el extraordinario conductor de una caravana ordinaria. No todos los que tuvieron la oportunidad de disfrutar de estas ocasiones de ministerio personal supieron sacar provecho de éstas, pero la gran mayoría de aquellos que le conocieron y conversaron con él, fueron personas mejores el resto de sus vidas.
De todos sus viajes por el mundo, el que hizo al Mar Caspio fue el que más acercó a Jesús a Oriente, y le permitió adquirir una mejor comprensión de los pueblos del lejano Oriente. Se relacionó íntima y personalmente con cada una de las razas sobrevivientes en Urantia, con excepción de la roja. Disfrutó igualmente de su ministerio personal con cada una de estas diversas razas y pueblos mestizos, y todos ellos fueron receptivos a la verdad viviente que les traía. Los europeos del extremo occidente y los asiáticos del extremo oriente prestaron atención en igual medida a sus palabras de esperanza y de vida eterna, y fueron igualmente influidos por la vida de amoroso servicio y ministerio espiritual que tan compasivamente vivió entre ellos.
El viaje con la caravana fue un éxito en todos los sentidos. Fue éste uno de los episodios más interesantes en la vida humana de Jesús, porque desempeñó durante este año una función de carácter ejecutivo, siendo responsable del material confiado a su cuidado y de la conducción segura de los viajeros que integraban la caravana. Cumplió con sus múltiples deberes con la mayor lealtad, eficiencia y prudencia.
Al regreso de la región caspiana, Jesús renunció a la dirección de la caravana en el Lago Urmia, donde permaneció poco más de dos semanas. Regresó como pasajero en una caravana posterior que se dirigía a Damasco, donde los propietarios de los camellos le rogaron que permaneciese a su servicio. Al rehusar esta oferta, siguió viaje con la caravana hasta Capernaum, donde llegó el primero de abril del año 25 d. de J. C.. Ya no consideraba a Nazaret como su hogar. Capernaum se había convertido en el hogar de Jesús, de Santiago, de María y de Ruth. Pero Jesús no volvió nunca más a vivir con su familia; cuando se encontraba en Capernaum, se hospedaba en la casa de los Zebedeo.

LAS CONFERENCIAS DE URMIA

Camino del Mar Caspio, Jesús se había detenido varios días en la vieja ciudad persa de Urmia, sobre la costa occidental del Lago Urmia, para descansar y recuperarse. En la isla más grande, de un grupo situado a corta distancia de la costa cerca de Urmia, se levantaba un gran edificio, un anfiteatro para conferencias, dedicado al «espíritu de la religión». En realidad esta estructura era un templo dedicado a la filosofía de las religiones.
Este templo había sido construido por un rico mercader, ciudadano de Urmia, y sus tres hijos. Este hombre se llamaba Cimboitón, y sus antepasados provenían de muchos pueblos distintos.
Las conferencias y discusiones comenzaban en esta escuela religiosa a las 10:00 de la mañana. Las sesiones de la tarde comenzaban a las 3:00, y los debates nocturnos se iniciaban a las 8:00 de la noche. Estas sesiones de enseñanza, discusión y debate eran presididas siempre por Cimboitón o por uno de sus tres hijos. El fundador de esta escuela religiosa tan singular vivió y murió sin divulgar jamás sus creencias religiosas personales.
Varias veces participó Jesús en estas discusiones, y antes de que partiera de Urmia, Cimboitón acordó con Jesús que, durante su viaje de regreso, se hospedara con ellos dos semanas, dictara veinticuatro conferencias sobre «la fraternidad de los hombres», y dirigiera doce sesiones nocturnas de preguntas, discusiones y debates sobre sus conferencias en particular, y sobre la fraternidad de los hombres en general.
Conforme a este acuerdo, Jesús se detuvo en Urmia en su viaje de regreso y dictó las conferencias. Fue ésta la más formal y sistemática de las enseñanzas del Maestro en Urantia. Nunca antes ni después dijo tantas cosas sobre el mismo tema como en estas conferencias y discusiones sobre la fraternidad de los hombres. En realidad, tales conferencias fueron sobre el «Reino de Dios» y los «Reinos de los hombres».
Más de treinta religiones y cultos religiosos estaban representados en el cuerpo docente del templo de filosofía religiosa. Los profesores eran elegidos, mantenidos y plenamente acreditados por sus respectivos grupos religiosos. Por esta época, el cuerpo docente constaba aproximadamente de setenta y cinco profesores, los cuales vivían en cabañas con espacio para unas doce personas cada una. Durante la luna nueva se echaba la suerte para cambiar los grupos. La intolerancia, un espíritu pendenciero u otro rasgo que pudiera interferir con el funcionamiento apacible de la comunidad, daba lugar al despido inmediato y sumario del responsable. Éste era despedido sin ceremonia, y el suplente tomaba inmediatamente su puesto.
Estos maestros de religiones diferentes hacían un gran esfuerzo por mostrar cuán semejantes eran sus religiones en cuanto a los aspectos fundamentales de esta vida y de la próxima. Para obtener una cátedra en esta facultad bastaba que aceptase una doctrina —cada uno de los maestros debía representar una religión que reconociera a Dios— o algún tipo de Deidad suprema. En el cuerpo docente había cinco maestros independientes, que no representaban a una religión organizada, y como tal compareció Jesús ante ellos.
[Cuando nosotros, los seres intermedios, preparamos por primera vez el resumen de las enseñanzas de Jesús en Urmia, surgió un desacuerdo entre los serafines de las iglesias y los serafines del progreso sobre si sería o no prudente incluir estas enseñanzas en la Revelación de Urantia. Las condiciones imperantes en el siglo veinte, tanto en el campo religioso como en el de los gobiernos humanos, son tan diferentes de las que predominaban en los tiempos de Jesús que ciertamente era muy difícil adaptar las enseñanzas del Maestro en Urmia a los problemas del reino de Dios y de los reinos de los hombres, tal como estas funciones mundiales existen en el siglo veinte. Nunca conseguimos esbozar una exposición de las enseñanzas del Maestro que fuera aceptable para ambos grupos de estos serafines del gobierno planetario. Finalmente, el Melquisedek presidente de la comisión reveladora, nombró una comisión de tres de nosotros para que preparáramos nuestro punto de vista sobre las enseñanzas del Maestro en Urmia, adaptadas a las condiciones religiosas y políticas del siglo veinte en Urantia. Por consiguiente, nosotros tres, seres intermedios secundarios, completamos dicha adaptación de las enseñanzas de Jesús, expresando de nuevo sus pronunciamientos de una forma aplicable a las condiciones mundiales contemporáneas, y ahora presentamos esta exposición tal como quedó después de haber sido revisada por el presidente Melquisedek de la comisión reveladora.]

LA SOBERANÍA —DIVINA Y HUMANA

La fraternidad de los hombres está basada en la paternidad de Dios. La familia de Dios se deriva del amor de Dios —Dios es amor. Dios el Padre ama a sus hijos con un amor divino, a todos ellos.
El reino del cielo, el gobierno divino, se basa en el hecho de la soberanía divina: Dios es espíritu. Puesto que Dios es espíritu, este reino es espiritual. El reino del cielo no es material ni meramente intelectual; es un enlace espiritual entre Dios y el hombre.
Si las diferentes religiones reconocen la soberanía espiritual de Dios el Padre, todas estas religiones permanecerán en paz. Sólo cuando una religión supone que es, de alguna manera, superior a todas las otras y que posee autoridad exclusiva sobre las otras, dicha religión resulta ser intolerante con las otras religiones o se atreve a perseguir otros creyentes religiosos.
La paz religiosa —la fraternidad— no puede existir a menos que todas las religiones estén dispuestas a despojarse completamente de toda autoridad eclesiástica, y a renunciar plenamente a todo concepto de soberanía espiritual. Sólo Dios es el soberano espiritual.
No es posible que exista igualdad entre las religiones (libertad religiosa) sin guerras religiosas, a menos que todas las religiones consientan en transferir toda soberanía religiosa a un nivel sobrehumano, a Dios mismo.
El reino del cielo en el corazón de los hombres creará la unidad religiosa (no necesariamente la uniformidad), porque todos y cada uno de los grupos religiosos, compuestos de estos creyentes religiosos, estarán libres de toda noción de autoridad eclesiástica —soberanía religiosa.
Dios es espíritu, y Dios dispensa un fragmento de su ser espiritual para que resida en el corazón del hombre. Espiritualmente, todos los hombres son iguales. El reino del cielo no reconoce castas, clases, niveles sociales ni grupos económicos. Todos vosotros sois hermanos.
Pero en cuanto perdáis de vista la soberanía espiritual de Dios el Padre, alguna religión comenzará a afirmar su superioridad sobre las otras religiones; entonces, en lugar de paz en la tierra y buena voluntad entre los hombres, habrá desacuerdo, recriminaciones, e incluso guerras religiosas, o por lo menos, guerras entre los religiosos.
Los seres que gozan de libre albedrío y que se consideran iguales, a menos que se reconozcan mutuamente como súbditos de una soberanía superior, de una autoridad que está por encima de todos ellos, tarde o temprano caen en la tentación de probar su capacidad para imponer su poder y autoridad sobre otras personas y grupos. El concepto de igualdad no conduce nunca a la paz, a menos que exista un reconocimiento mutuo de una influencia controladora de soberanía superior.
Los religiosos de Urmia vivían juntos en relativa paz y tranquilidad, porque habían renunciado completamente a toda noción de soberanía religiosa. Espiritualmente, todos ellos creían en un Dios soberano; socialmente, la autoridad plena e indiscutible residía en su presidente —Cimboitón. Todos sabían qué le pasaría al maestro que tuviera la presunción de dominar a sus colegas. No puede haber una paz religiosa duradera en Urantia hasta que todos los grupos religiosos renuncien libremente a toda noción de favor divino, de pueblo elegido y de soberanía religiosa. Sólo cuando se conciba a Dios el Padre como supremo, podrán los hombres llegar a ser hermanos religiosos, y a vivir juntos en paz religiosa sobre la tierra.

LA SOBERANÍA POLÍTICA

[Aunque la enseñanza del Maestro sobre la soberanía de Dios es una verdad — complicada solo por la subsiguiente aparición entre las religiones del mundo de la religión formada alrededor de su persona—, sus exposiciones sobre la soberanía política se vieron complicadas en gran manera por la evolución política de las divisiones nacionales durante los últimos mil novecientos y tantos años. En la época de Jesús había solamente dos grandes potencias mundiales: el Imperio Romano en el occidente, y el Imperio Han en el oriente, y estaban ampliamente separados por el reino de la Partia y otras tierras intermedias de las regiones caspiana y turquestaní. Por lo tanto, en la siguiente presentación nos hemos apartado aun más de la substancia de las enseñanzas del Maestro en Urmia relativas a la soberanía política, intentando al mismo tiempo describir la esencia de dichas enseñanzas en la medida en que sean aplicables a la etapa especialmente crítica de la evolución de la soberanía política en el siglo veinte después de Cristo.]
Las guerras en Urantia no han de acabar nunca mientras las naciones se afierren a las nociones ilusorias de ilimitada soberanía nacional. Tan sólo hay dos niveles de soberanía relativa en un mundo habitado: el libre albedrío espiritual del mortal como individuo y la soberanía colectiva de toda la humanidad. Entre el nivel del ser humano individual y el nivel de la humanidad total, todas las agrupaciones y asociaciones son relativas, transitorias y de valor, únicamente si mejoran el bienestar y el progreso del individuo y de la humanidad en conjunto —el hombre y la humanidad.
Los maestros religiosos deben recordar siempre que la soberanía espiritual de Dios está por encima de todas las lealtades espirituales interpuestas e intermedias. Algún día aprenderán los gobernantes civiles que los Altísimos son quienes gobiernan en los reinos de los hombres.
El reinado de los Altísimos en los reinos de los hombres, no es para el beneficio exclusivo de un grupo especialmente favorecido de mortales. No existe tal cosa como un «pueblo elegido». El reinado de los Altísimos, los supercontroladores de la evolución política, es un régimen formado con el objeto de fomentar el máximo bien, para el máximo número de hombres, y durante un tiempo de la máxima longitud.
La soberanía es poder, y crece mediante la organización. Dicho crecimiento de la organización del poder político es bueno y apropiado, porque tiende a abarcar segmentos cada vez mayores de toda la humanidad. Pero este mismo crecimiento de las organizaciones políticas crea un problema en cada etapa intermedia entre la organización inicial y natural del poder político —la familia— y la resultante final del crecimiento político —el gobierno de toda la humanidad, por toda la humanidad y para toda la humanidad.
Partiendo del poder paterno en el grupo familiar, la soberanía política evoluciona mediante la organización, a medida que las familias se van superponiendo en clanes consanguíneos que, por varias razones, se unen en unidades tribales —las agrupaciones políticas superconsanguíneas. De allí, mediante el comercio, el intercambio y la conquista, las tribus se unifican en naciones, y las naciones a veces se unen en un imperio.
A medida que la soberanía pasa de grupos más pequeños a grupos más grandes, las guerras disminuyen. Es decir que disminuyen las guerras menores entre naciones más pequeñas, mientras que aumenta el potencial de guerras más grandes en la medida en que las naciones que ejercen la soberanía se hacen más y más extensas. Finalmente, cuando todo el mundo haya sido explorado y ocupado, cuando los países sean pocos, fuertes y poderosos, cuando estas naciones grandes y supuestamente soberanas lleguen a tocarse en las fronteras, cuando sólo los océanos las separen, se habrá preparado el escenario para grandes guerras, conflictos mundiales. Las así llamadas naciones soberanas, no pueden rozarse sin generar conflictos y provocar guerras.
La dificultad en la evolución de la soberanía política, desde el núcleo familiar hasta la humanidad en bloque, yace en la inercia-resistencia que se observa en todos los niveles intermedios. Las familias desafían en ocasiones a su clan, en tanto que los clanes y las tribus a menudo estaban subversivos en cuanto a la soberanía del estado territorial. Cada evolución nueva y progresiva de la soberanía política se encuentra (y se ha encontrado siempre) estorbada y entorpecida por las «etapas de andamio» de las evoluciones anteriores en la organización política. Y esto ocurre porque la lealtad humana, una vez en movimiento, es difícil de cambiar. La misma lealtad que posibilita la evolución de la tribu, dificulta la evolución de la supertribu —el estado territorial. Y la misma lealtad (el patriotismo) que hace posible la evolución del estado territorial, complica enormemente el desarrollo evolutivo del gobierno de toda la humanidad.
La soberanía política se crea a partir de la renuncia a la autodeterminación, primero del individuo dentro del núcleo familiar, y luego de la familia y del clan dentro de la tribu y de las agrupaciones más grandes. Esta transferencia progresiva de la autodeterminación, desde las organizaciones políticas más pequeñas a las cada vez más grandes, ha seguido su curso prácticamente sin interrupciones en el Oriente, desde el establecimiento de las dinastías Ming y Mogol. En el Occidente siguió durante más de mil años hasta el fin de la Guerra Mundial, momento este en el que un desafortunado movimiento retrógrado revirtió temporalmente esta tendencia normal restableciendo la soberanía política sumergida de numerosos grupos pequeños de Europa.
Urantia no disfrutará de una paz duradera hasta que las llamadas naciones soberanas no cedan inteligente y plenamente sus poderes soberanos en las manos de la fraternidad de los hombres —el gobierno de la humanidad. El internacionalismo —las ligas de las naciones— no puede asegurar la paz permanente a la humanidad. Las confederaciones mundiales de las naciones podrán prevenir eficazmente las guerras menores, y podrán controlar de forma aceptable a las naciones más pequeñas, pero no pueden prevenir las guerras mundiales, ni controlar a los tres, cuatro o cinco gobiernos más poderosos. En presencia de un conflicto real, una de estas potencias mundiales se retirará de la Liga y declarará guerra. Es imposible evitar que las naciones entren en guerra mientras éstas estén infectadas con el virus engañoso de la soberanía nacional. El internacionalismo es un paso en la dirección adecuada. Una policía internacional podrá prevenir muchas guerras menores, pero no hará ningún efecto en la prevención de las guerras mayores, los conflictos entre los grandes gobiernos militares de la tierra.
A medida que disminuye el número de las naciones verdaderamente soberanas (grandes potencias), aumenta tanto la posibilidad como la necesidad del gobierno de la humanidad. Cuando existan tan sólo unas pocas (grandes) potencias realmente soberanas, éstas tendrán que embarcarse en una lucha a muerte por la supremacía nacional (imperial) o, mediante la renuncia voluntaria a ciertas prerrogativas de la soberanía, crearán el núcleo esencial de la potencia supernacional que marcará el comienzo de la verdadera soberanía de toda la humanidad.
No habrá paz en Urantia hasta que todas las naciones llamadas soberanas entreguen el poder de declarar la guerra en las manos de un gobierno representativo de toda la humanidad. La soberanía política es innata en los pueblos del mundo. Cuando todos los pueblos de Urantia creen un gobierno mundial, tendrán el derecho y el poder de hacer que dicho gobierno sea SOBERANO; y cuando esa potencia mundial representativa o democrática, controle las fuerzas terrestres, aéreas, y navales del mundo, la paz en la tierra y la buena voluntad entre los hombres podrán prevalecer, pero no hasta entonces.
Podemos utilizar una ilustración importante de los siglos diecinueve y veinte: los cuarenta y ocho estados de la unión federal norteamericana viven en paz desde hace mucho tiempo. Ya no hay guerras entre éstos. Han renunciado a su soberanía, entregándosela a un gobierno federal, y por medio del arbitraje en caso de guerra, abandonaron toda pretensión ilusoria de autodeterminación. Aunque cada uno de los estados regula sus asuntos internos, no se ocupa de las relaciones exteriores, tarifas, inmigración, asuntos militares, ni comercio interestatal. Tampoco se ocupan los estados individuales de los asuntos de la ciudadanía. Los cuarenta y ocho estados sufren los azotes de la guerra sólo cuando se encuentra en peligro la soberanía del gobierno federal.
Estos cuarenta y ocho estados, al abandonar el doble sofisma de la soberanía y la autodeterminación, disfrutan de paz y tranquilidad interestatal. Así comenzarán a disfrutar de la paz las naciones de Urantia, cuando renuncien libremente a su soberanía para confiársela a un gobierno mundial —la soberanía de la fraternidad de los hombres. En este estado mundial las naciones más pequeñas serán tan poderosas como las más grandes, así como el pequeño estado de Rhode Island tiene sus dos senadores en el Congreso norteamericano, al igual que el estado de Nueva York con su gran población, o que el estado de Texas con su gran territorio. La soberanía (estatal) limitada de estos cuarenta y ocho estados, fue instituida por los hombres y para los hombres. La soberanía superestatal (nacional) de la unión federal norteamericana fue creada por los primeros trece estados para su propio beneficio, y para el beneficio de los hombres. Del mismo modo las naciones crearán alguna vez la soberanía supernacional del gobierno planetario de la humanidad, para su propio beneficio y para el beneficio de todos los hombres.
Los ciudadanos no nacen para el beneficio de los gobiernos; los gobiernos son organizaciones creadas y concebidas para el beneficio de los hombres. La evolución de la soberanía política no puede sino terminar en la aparición del gobierno soberano de todos los hombres. Todas las demás soberanías son de valor relativo, de significado intermedio y de carácter subordinado.
Con el progreso científico, las guerras serán cada vez más devastadoras, hasta volverse prácticamente un suicidio racial. ¿Cuántas guerras mundiales habrán de librarse, cuántas ligas de naciones habrán de fracasar, para que el hombre esté dispuesto a establecer el gobierno de la humanidad, y empiece a disfrutar de las bendiciones de la paz permanente, y a recoger los frutos de la tranquilidad de la buena voluntad entre sí mismos —la buena voluntad mundial—.

LA LEY, LA LIBERTAD Y LA SOBERANÍA

El hombre que ansía la libertad, la libertad completa, debe recordar que todos los demás hombres también la anhelan. Los grupos de mortales amantes de la libertad, no pueden convivir en paz a menos que los integrantes se sometan a leyes, normas y reglamentaciones que garanticen el mismo grado de libertad para cada uno de ellos, salvaguardando al mismo tiempo igual grado de libertad para todos sus semejantes. Si un hombre es absolutamente libre, entonces otro habrá de ser un esclavo absoluto. La relativa naturaleza de la libertad es verdadera, social, económica y políticamente. La libertad es el don de la civilización, hecho posible por el vigor de la LEY.
La religión permite la realización espiritual de la fraternidad de los hombres, pero hace falta un gobierno humano que regule los problemas sociales, económicos y políticos, relacionados con ese objetivo de felicidad y eficiencia humanas.
Habrá guerras y rumores de guerras —las naciones se alzarán unas contra otras— mientras que la soberanía política del mundo esté dividida, e injustamente mantenida, entre las manos de un grupo de estados nacionales. Inglaterra, Escocia y Gales no acabaron de guerrear entre sí hasta que cedieron su respectiva soberanía al Reino Unido.
Otra guerra mundial enseñará a los así llamadas naciones soberanas a formar una federación de algún tipo, creando así las condiciones necesarias para prevenir las guerras menores, las guerras entre las naciones más pequeñas. Pero las guerras mundiales continuarán hasta que se cree el gobierno de la humanidad. La soberanía mundial es la única solución para prevenir las guerras mundiales —no hay otra salida.
Los cuarenta y ocho estados libres norteamericanos conviven en paz. Entre los ciudadanos de estos cuarenta y ocho estados se encuentran todas las diversas nacionalidades y razas que viven en los países europeos en pugna constante. Entre los norteamericanos se encuentran casi todas las religiones, sectas religiosas y cultos de todo el mundo, y sin embargo aquí en Norteamérica conviven en paz. Lo cual sucede simplemente porque estos cuarenta y ocho estados han renunciado a su soberanía, abandonando toda noción falaz del así llamado derecho a la autodeterminación.
No se trata de armamento o de desarme. Tampoco influyen sobre el problema del mantenimiento de la paz mundial, los factores correspondientes al servicio militar obligatorio o voluntario. Si le quitáis a las naciones poderosas todas las armas mecánicas modernas y todos los tipos de explosivos, pelearán con los puños, piedras y palos, mientras que persistan en la ilusión de su derecho divino a la soberanía nacional.
La guerra no es la gran y terrible enfermedad del hombre; la guerra es un síntoma, un resultado. La verdadera enfermedad es el virus de la soberanía nacional.
Las naciones de Urantia no han poseído una soberanía verdadera; no han tenido nunca una soberanía que las protegiera de los estragos y devastaciones de las guerras mundiales. Al crear un gobierno mundial de la humanidad, las distintas naciones no dejan su soberanía como tal, sino que crean en realidad una soberanía mundial verdadera y permanente, que de ahí en adelante podrá protegerlas de todas las guerras. Los asuntos locales serán manejados por los gobiernos locales; los asuntos nacionales, por los gobiernos nacionales; los asuntos internacionales serán administrados por el gobierno mundial.
No se puede mantener la paz mundial mediante tratados, diplomacia, política exterior, alianzas, equilibrio de poderes, ni por otras medidas paliativas basadas en las soberanías del nacionalismo. Una ley mundial debe ser creada y puesta en vigencia por un gobierno mundial —la soberanía de toda la humanidad.
Con el gobierno mundial, el individuo gozará de una libertad mucho mayor. Hoy en día, los ciudadanos de las grandes potencias están gravados, regulados y controlados casi opresivamente, y gran parte de esta interferencia corriente con la libertad individual se desvanecerá cuando los gobiernos nacionales estén dispuestos a depositar su soberanía, en lo que se refiera a los asuntos internacionales, en las manos del gobierno mundial.
Bajo un gobierno mundial, los distintos grupos nacionales tendrán una oportunidad auténtica de realizar y disfrutar la libertad personal inherente a una verdadera democracia. Habrá terminado la noción falaz de la autodeterminación. Con un control a nivel mundial del dinero y del comercio, llegará la nueva era de la paz mundial. Poco después surgirá posiblemente un idioma mundial, y existirá por lo menos la esperanza de que haya en algún momento una religión mundial —o bien religiones con un punto de vista mundial.
La seguridad colectiva nunca podrá garantizar la paz, hasta que la colectividad incluya a toda la humanidad.
La soberanía política de un gobierno representativo de la humanidad traerá una paz duradera en la tierra, y la fraternidad espiritual de los hombres asegurará para siempre la buena voluntad entre todos ellos. No existe otro camino para conseguir la paz en la tierra y la buena voluntad entre los hombres.
Después de la muerte de Cimboitón, sus hijos encontraron grandes dificultades para mantener la paz en el cuerpo docente. Las repercusiones de las enseñanzas de Jesús habrían sido mucho más grandes si los maestros cristianos que posteriormente se unieron al cuerpo docente de Urmia, hubieran manifestado más sabiduría y ejercido más tolerancia.
El hijo mayor de Cimboitón recurrió a Abner en Filadelfia, para que le ayudara; pero desafortunadamente los maestros que Abner eligió resultaron ser de carácter rígido e intransigente. Estos maestros procuraban hacer que su religión dominara sobre todas las otras creencias. Jamás sospecharon que las tan mentadas conferencias del conductor de caravanas habían sido dictadas por Jesús mismo.
Al aumentar la confusión dentro del cuerpo docente, los tres hermanos retiraron su apoyo financiero, y al cabo de cinco años esta academia fue cerrada.
Posteriormente volvió a abrir sus puertas como templo mitráico, el cual desapareció finalmente en un incendio como resultado de una de sus celebraciones orgiásticas.

EL trigesimo año de Jesús. I

EL JESÚS HUMANO

(Podría decirse que el 30vo año)
Para las inteligencias celestiales del universo local que lo presenciaban, este viaje por el Mediterráneo fue el más cautivante de todas las experiencias terrenas de Jesús, por lo menos de toda su carrera hasta a su crucifixión y muerte. Fue éste el período fascinante de su ministerio personal, en contraste con la época de ministerio público que pronto le seguiría. Este episodio singular fue tanto más estupefaciente porque por entonces era aún el carpintero de Nazaret, el constructor de barcas de Capernaum, el escriba de Damasco; aún era el Hijo del Hombre. Todavía no había logrado el completo dominio de su mente humana; el Ajustador aún no había dominado y equiparado plenamente la identidad mortal. Aún él era un hombre entre los hombres.

La experiencia religiosa puramente humana —el crecimiento espiritual personal— del Hijo del Hombre alcanzó prácticamente su ápice durante este su vigésimo noveno año de edad. Esta experiencia de desarrollo espiritual fue un crecimiento uniformemente gradual desde el momento de la llegada de su Ajustador del Pensamiento hasta el día en que se completó y se confirmó esa relación humana normal y natural entre la mente material del hombre y la dote mental del espíritu —el fenómeno de hacer de estas dos mentes una sola, la experiencia que el Hijo del Hombre alcanzó en forma completa y final, como mortal encarnado del reino, el día de su bautismo en el Jordán.

A través de todos estos años, si bien no parecía estar en comunión frecuente con su Padre celestial, perfeccionó métodos cada vez más eficaces de comunicación personal con la presencia espiritual residente de su Padre del Paraíso. Vivió una vida verdadera, una vida plena y una vida verdaderamente normal, natural y común en la carne. Conoce por experiencia personal el equivalente verdadero de la suma y substancia completas del vivir la vida de los seres humanos en los mundos materiales del tiempo y del espacio.

El Hijo del Hombre experimentó la entera gama de las emociones humanas que van desde la alegría más espléndida hasta la pena más profunda. Fue un niño alegre y un ser de raro buen humor; asímismo fue un «varón de dolores, experimentado en quebranto». En un sentido espiritual, vivió su vida mortal de abajo hacia arriba, del principio al fin. Desde un punto de vista material, podría parecer que escapó de vivir en los dos extremos sociales de la existencia humana, pero intelectualmente llegó a estar completamente familiarizado con toda la experiencia completa de la humanidad.


Jesús conoce los pensamientos y los sentimientos, los deseos y los impulsos, de los mortales evolucionarios y ascendentes de los reinos, desde su nacimiento hasta su muerte. Ha vivido la vida humana desde los comienzos del yo físico, intelectual y espiritual, pasando por la infancia, la adolescencia, la juventud y la edad adulta, llegando hasta la experiencia humana de la muerte. No sólo pasó a través de estos períodos humanos comunes y conocidos de avance intelectual y espiritual, sino que también experimentó plenamente esas fases más elevadas y avanzadas que consisten en la reconciliación del humano con el Ajustador, que tan pocos mortales de Urantia consiguen alcanzar. Así pues experimentó la plena vida del hombre mortal, no sólo como la se vive en vuestro mundo, sino también como se la vive en todos los otros mundos evolucionarios del tiempo y del espacio, incluso en los más elevados y avanzados de todos los mundos ya establecidos en luz y vida.

Aunque esta vida perfecta que vivió en semejanza de la carne mortal puede no haber recibido la aprobación no cualificada y universal de sus semejantes mortales que tuvieron la oportunidad de ser sus contemporáneos en la tierra, sin embargo, la vida que Jesús de Nazaret vivió en la carne y en Urantia recibió la plena y no cualificada aprobación del Padre Universal: constituía al mismo tiempo, y en la misma vida de la personalidad, la plenitud de la revelación del Dios eterno, al hombre mortal y la presentación de una personalidad humana perfeccionada a la satisfacción del Creador Infinito.

Y era éste su verdadero y supremo propósito. No descendió a Urantia para vivir un ejemplo perfecto y detallado para cualquier niño o adulto, cualquier hombre o mujer, de esa época o de cualquier otra. De hecho todos podemos encontrar en su vida plena, rica, hermosa y noble mucho que es exquisitamente ejemplar, de inspiradora divinidad. Pero esto se debe a que vivió una vida verdadera y genuinamente humana. Jesús no vivió su vida en la tierra como un ejemplo para que la copiaran todos los demás seres humanos. Vivió su vida en la carne mediante el mismo ministerio de misericordia que todos vosotros podéis vivir vuestras vidas en la tierra; y así como vivió su vida mortal en su día y como él era, así pues dejó un ejemplo para que todos nosotros vivamos nuestras vidas en nuestros días y como somos. No podéis aspirar a vivir su vida, pero podéis resolver que viviréis vuestra vida, así como, y por los mismos medios que él vivió la suya. Puede que Jesús no sea el ejemplo técnico y detallado para todos los mortales de todas las edades en todos los reinos de este universo local, pero es perdurablemente la inspiración y el guía de todos los peregrinos al Paraíso que proceden de los mundos de ascensión inicial a través de un universo de universos y a través de Havona al Paraíso. Jesús es l a senda nueva y viviente que va del hombre a Dios, desde lo parcial hasta lo perfecto, de lo terrenal a lo celestial, del tiempo a la eternidad.

A fines de su vigésimo noveno año, Jesús de Nazaret había terminado virtualmente la experiencia de vivir la vida como se les exige a los mortales moradores en la carne. Vino a la tierra para que se le manifestase la plenitud de Dios al hombre; ya se ha convertido casi en la perfección del hombre que aguarda la ocasión de manifestarse a Dios. Y todo esto lo hizo antes de cumplir los treinta años de edad.

El vigesimo noveno año de Jesús.

EL AÑO VEINTINUEVE (AÑO 23 d. de J.C.)

Todo el vigésimo noveno año de su vida lo pasó Jesús completando su gira por el mundo mediterráneo. Los principales acontecimientos, dentro de lo que se nos ha permitido divulgar de estas experiencias, constituyen el objeto de las narraciones que siguen inmediatamente a este documento.
A través de esta gira por el mundo romano, por muchas razones a Jesús se le conoció como el escriba de Damasco. En Corinto y en otras escalas del viaje de regreso se le conoció, sin embargo, como el tutor judío.
Fue éste un período extraordinario en la vida de Jesús. Durante este viaje se puso en contacto con muchos de sus semejantes, sin embargo esta experiencia es la una fase de su vida que él nunca reveló ni a su familia ni a ninguno de los apóstoles. Jesús vivió su vida en la carne y partió de este mundo sin que nadie (salvo Zebedeo de Betsaida) supiera que él había hecho este extenso viaje. Algunos de sus amigos pensaron que había regresado a Damasco; otros pensaron que se había ido a la India. Su propia familia se inclinaba a creer que estaba en Alejandría, ya que sabían que una vez había sido invitado a ir allí con el objeto de convertirse en asistente de un chazán.
Cuando Jesús regresó a Palestina, nada hizo para cambiar la opinión de su familia de que había ido de Jerusalén a Alejandría; les dejó creer que todo el tiempo que había estado ausente de Palestina lo había pasado en esa ciudad de erudición y de cultura. Sólo Zebedeo, el fabricante de botes de Betsaida, conocía lo que era el hecho acerca de estos asuntos, y Zebedeo nunca dijo nada a nadie.
En todos vuestros esfuerzos para descifrar el propósito de la vida de Jesús en Urantia, debéis recordar la motivación del autootorgamiento de Micael. Si queréis comprender el significado de muchas de sus acciones aparentemente extrañas, debéis discernir el propósito de su estadía en vuestro mundo. En todo momento cuidó de que su carrera personal no resultara desproporcionadamente atrayente, de que no monopolizara la atención de los seres humanos. No quería atraer a sus semejantes en una forma excepcional o sobrecogedora. Estaba dedicado a la obra de revelar el Padre celestial a sus semejantes mortales y al mismo tiempo consagrado a la sublime tarea de vivir su vida terrena mortal, siempre sujeta a la voluntad del mismo Padre del Paraíso.
También será siempre provechoso comprender la vida de Jesús en la tierra, si los estudiantes mortales de este divino autootorgamiento recuerdan que, aunque vivió esta vida de encarnación en Urantia, la vivió para todo su universo. En la vida que vivió en la carne de naturaleza mortal había algo especial e inspirador para cada una de las esferas habitadas de todo el universo de Nebadon. Lo mismo también se aplica a todos aquellos mundos que han llegado a ser habitables después de la era memorable de su estadía en Urantia. Y esto es igualmente cierto de todos los mundos que puedan llegar a ser habitados por criaturas volitivas en toda la historia futura de este universo local.
El Hijo del Hombre, durante la época y mediante las experiencias adquiridas en su viaje por el mundo romano, completó prácticamente su preparación por educación y contacto con los pueblos diversificados del mundo de su día y de su generación. Al tiempo de su regreso a Nazaret, gracias a lo que había aprendido viajando, prácticamente ya sabía cómo vive el hombre y cómo forja su existencia en Urantia.
El verdadero propósito de este viaje alrededor de la cuenca del Mediterráneo fue conocer a los hombres. El llegó a estar muy cerca de centenares de seres humanos en este viaje. Conoció y amó a toda clase de hombres, ricos y pobres, de todas las clases sociales, negros y blancos, eruditos y menos eruditos, cultos e incultos, animalisticos y espirituales, religiosos e irreligiosos, rectos e inmorales.

En este viaje por el Mediterráneo hizo Jesús grandes progresos en su tarea humana de dominar la mente material y mortal, y su Ajustador residente hizo grandes progresos en la ascensión y conquista espiritual de este mismo intelecto humano. Al finalizar este viaje Jesús virtualmente conocía —con toda humana certeza— que él era un Hijo de Dios, un Hijo Creador del Padre Universal. El Ajustador pudo cada vez más evocar en la mente del Hijo del Hombre nebulosas memorias de su experiencia en el Paraíso en asociación con su Padre divino, antes de que él viniera a organizar y administrar este universo local de Nebadon. Así pues el Ajustador, poco a poco, trajo a la conciencia humana de Jesús esos recuerdos necesarios de su existencia anterior y divina en las diferentes épocas de su pasado casi eterno. El último episodio de su experiencia prehumana que el Ajustador le evocó fue su diálogo de despedida con Emanuel de Salvington poco antes de hacer entrega de su personalidad consciente para embarcarse en la encarnación urantiana. Y esta última imagen de recuerdo de su existencia prehumana se hizo claro en la conciencia de Jesús el mismo día de su bautismo por Juan en el río Jordán.

El vigesimo octavo año de Jesús.

EL AÑO VEINTIOCHO (AÑO 22 d. de J.C.)

En marzo del año 22 d. de J.C., Jesús se despidió de Zebedeo y de Capernaum. Pidió una pequeña suma de dinero para costear sus gastos de viaje a Jerusalén. Mientras trabajaba con Zebedeo tan sólo había cobrado pequeñas sumas de dinero, que mensualmente enviaba a su familia en Nazaret. Algunos meses iba José a Capernaum por el dinero, otros meses iba Judá para recibir el dinero y llevarlo a Nazaret. El centro pesquero donde trabajaba Judá estaba unos pocos kilómetros al sur de Capernaum.
Cuando Jesús se despidió de la familia de Zebedeo, convino en permanecer en Jerusalén hasta la Pascua, y ellos prometieron viajar a Jerusalén para esa ocasión. Incluso dispusieron celebrar juntos la cena pascual. Todos ellos lamentaban la partida de Jesús, especialmente las hijas de Zebedeo.
Antes de irse de Capernaum, Jesús tuvo una larga conversación con su nuevo amigo e íntimo compañero Juan Zebedeo. Le dijo que pensaba viajar extensamente hasta «que llegue mi hora» y le pidió que se ocupara en su lugar de enviar dinero a su familia en Nazaret todos los meses, hasta que se agotaran los fondos acumulados por él durante ese año. Y Juan así le expresó su promesa: «Maestro mío, ocúpate de tus asuntos, haz tu obra en el mundo; yo actuaré por ti en éste y en cualquier otro asunto, y velaré por tu familia como cuidaría de mi propia madre y de mis propios hermanos y hermanas. Emplearé tus fondos, guardados por mi padre tal como tú le pediste, según ellos los necesiten; cuando ya tu dinero se haya acabado, si no recibo nada más de ti, y si tu madre está necesitada, compartiré pues mis propias ganancias con ella. Vete en paz. Actuaré en tu lugar en todos estos asuntos».
Por tanto, cuando Jesús partió para Jerusalén, Juan consultó con su padre, Zebedeo, respecto del dinero que le debían a Jesús, sorprendiéndose de que fuera una suma tan considerable. Como Jesús había dejado el asunto enteramente en sus manos, convinieron que sería mejor invertir estos fondos en propiedades y usar los ingresos para asistir a la familia de Nazaret; y puesto que Zebedeo conocía de una casita en Capernaum que tenía una hipoteca y estaba en venta, mandó a Juan a comprar esta casa con el dinero de Jesús y mantener el título en fideicomiso para su amigo, y así lo hizo Juan. Por dos años la renta de la casa se aplicaría a la hipoteca, y ésta, aumentada por cierto dinero que Jesús poco después envió a Juan para ser usado como la familia lo necesitara, casi igualaba la suma de esta obligación; y Zebedeo suplió la diferencia, de manera que Juan pagó el resto de la hipoteca a su debido tiempo, asegurando así un título limpio para esta casita de dos piezas. De este modo Jesús sin saberlo, se convirtió en propietario de una casa en Capernaum.
Cuando se enteró la familia en Nazaret de que Jesús había partido de Capernaum, puesto que nada sabían de su pacto financiero con Juan, creyeron que había llegado la hora de que se arreglaran sin más ayuda de Jesús. Santiago recordó su contrato con Jesús y, con la ayuda de sus hermanos, de ahí en adelante asumió plena responsabilidad por el cuidado de la familia.
Pero, regresemos ahora a observar a Jesús en Jerusalén. Durante casi dos meses pasó la mayor parte de su tiempo escuchando las discusiones en el templo y visitando ocasionalmente las diversas escuelas rabínicas. Pasaba la mayoría de los sábados en Betania.
Jesús había llevado consigo a Jerusalén una carta de presentación de Salomé, la esposa de Zebedeo, dirigida al ex sumo sacerdote Anás, expresando que «es como si fuera mi propio hijo». Anás pasó mucho tiempo con él, llevándole personalmente a visitar las muchas academias de los maestros religiosos de Jerusalén. Aunque Jesús inspeccionaba estas escuelas concienzudamente y observaba con atención sus métodos de enseñanza, nunca hizo ni una sola pregunta en público. Aunque Anás consideró a Jesús un gran hombre, no sabía cómo asesorarlo. Le parecía tonto sugerirle que ingresara como estudiante en una de aquellas escuelas de Jerusalén, pero por otra parte sabía bien que no podría Jesús alcanzar la categoría de maestro regular porque no había recibido instrucción en ninguna de estas escuelas.
Ya se acercaba la época de la Pascua, y junto con las multitudes que venían de todos los rincones de la tierra, de Capernaum llegaron Zebedeo y su entera familia. Todos ellos se hospedaron en la espaciosa casa de Anás, donde celebraron la Pascua como una familia feliz.
Antes del fin de esta semana pascual, por una aparente casualidad, Jesús conoció a un rico viajero y a su hijo, un joven de unos diecisiete años. Estos viajeros procedían de la India camino a Roma y a otros lugares del Mediterráneo, y habían planeado visitar Jerusalén durante la Pascua, con la esperanza de encontrar a alguien a quien pudieran contratar como intérprete para ambos y tutor para el hijo. Al conocer a Jesús, el padre insistió que los acompañara en su viaje. Jesús le habló de su familia, agregando que no le parecía justo abandonarla por un período de casi dos años, período durante el cual podría correr el riesgo de pasar necesidades. Este viajero del Oriente le propuso pues a Jesús adelantarle los jornales correspondientes a un año de trabajo, para que él se los entregase a una persona de su confianza, asegurando así la protección de su familia contra cualquier necesidad. Y Jesús convino entonces en viajar con ellos.
Jesús entregó esta importante suma de dinero a Juan el hijo de Zebedeo. Ya sabéis cómo utilizó Juan este dinero para la liquidación de la hipoteca de la propiedad en Capernaum. Jesús le contó a Zebedeo todo el arreglo de este viaje por el Mediterráneo, pero le hizo prometer que no se lo diría a nadie, ni aun a su propia familia; y Zebedeo jamás reveló su conocimiento sobre el paradero de Jesús durante este largo período de casi dos años. Antes del retorno de Jesús, la familia en Nazaret ya casi lo había dado por muerto. Sólo las aseveraciones de Zebedeo, quien en varias ocasiones los visitaba con su hijo Juan en Nazaret, mantenían viva la esperanza en el corazón de María.
Durante este período le iba bastante bien a la familia nazarena; Judá había aumentado considerablemente su cuota y mantuvo esta contribución adicional hasta que se casó. Pese a que no parecían necesitar ayuda, Juan Zebedeo se hizo a la costumbre de llevar obsequios a María y Ruth todos los meses tal como Jesús le había instruido.

El vigesimo séptimo año de Jesús.

LA VIDA ADULTA DE JESÚS

JESÚS se había separado total y definitivamente de la administración de los asuntos domésticos de la familia nazarena y de la participación inmediata en guiar a cada uno de sus miembros. Hasta el día de su bautismo siguió contribuyendo a las finanzas de la familia y manteniendo un vívido interés personal en el bienestar espiritual de cada uno de sus hermanos y hermanas. Estaba siempre dispuesto a hacer todo lo que fuera humanamente posible para asegurar la comodidad y la felicidad de su madre viuda.
El Hijo del Hombre ya había emprendido todo preparativo necesario para separarse permanentemente de su hogar en Nazaret; por cierto lo no había sido fácil para él. Jesús amaba naturalmente a su gente; amaba a su familia, y este afecto natural se había aumentado enormemente por su extraordinaria devoción hacia ellos. Cuanto más nos entregamos a nuestros semejantes, tanto más llegamos a amarlos; puesto que Jesús se había entregado tan plenamente a su familia, la amaba con un afecto grande y ferviente.
Paulatinamente la familia estaba despertando al comprender que Jesús se preparaba para dejarles. La tristeza de la separación anticipada apenas si se mitigaba por la forma gradual que Jesús les preparaba para el anuncio de su futura partida. Hacía más de cuatro años que se habían dado cuenta de que Jesús estaba aprontándose para esta eventual separación.

EL AÑO VEINTISIETE (AÑO 21 d. de J.C.)
En enero de este año, el 21 d. de J.C., durante una lluviosa mañana de un domingo, Jesús partió sin ceremonia del seno de su familia, explicándoles tan sólo que iba a Tiberias y luego a visitar otras ciudades en torno al Mar de Galilea. Así les dejó, y nunca más volvería a ser un miembro regular de esta familia.
Pasó una semana en Tiberias, la nueva ciudad que pronto sucedería a Séforis como capital de Galilea; poco encontró allí que le interesara, procediendo pues sucesivamente a Magdala y Betsaida hasta llegar a Capernaum, donde se detuvo para visitar al amigo de su padre, Zebedeo. Los hijos de Zebedeo eran pescadores, él mismo era fabricante de barcas. Jesús de Nazaret era experto tanto en las tareas de diseño como de construcción y un verdadero especialista en el trabajo de madera; y Zebedeo conocía ya desde antes la habilidad de este artesano nazareno. Hacía mucho tiempo que Zebedeo quería construir mejores botes; expuso pues sus planes a Jesús, y le invitó al carpintero visitante a asociarse con él para esta empresa. Jesús prestamente aceptó la invitación.
Jesús tan sólo trabajó con Zebedeo poco más de un año, pero durante ese tiempo creó un nuevo estilo de barca y estableció métodos completamente nuevos para su fabricación. Mediante una técnica superior y métodos altamente perfeccionados devaporizar las tablas, Jesús y Zebedeo comenzaron a construir barcas de superior calidad y clase, embarcaciones mucho más seguras para navegar en el lago que las de tipo más antiguo. Durante varios años Zebedeo tuvo más trabajo, fabricando barcas de esta nueva clase, de lo que su pequeño establecimiento podía ocuparse; en menos de cinco años prácticamente todas las embarcaciones que navegaban en el lago habían sido construidas en el taller de Zebedeo en Capernaum. Jesús llegó a ser muy conocido entre los pescadores galileos como el diseñador de las nuevas barcas.
Zebedeo era un hombre de posición relativamente acomodada; sus astilleros estaban sobre el lago al sur de Capernaum, y su casa estaba situada junto a la orilla del lago cerca de los centros de pesca de Betsaida. Jesús vivió en la casa de Zebedeo durante el año largo de su estadía en Capernaum. Durante mucho tiempo había trabajado solas en el mundo, es decir, sin padre, y mucho disfrutaba de este período de trabajar con un socio-padre.
La mujer de Zebedeo, Salomé, era parienta de Anás, quien había sido sumo sacerdote en Jerusalén y seguía siendo el hombre más influyente de los saduceos, pues tan sólo había sido depuesto ocho años antes. Salomé llegó a admirar grandemente a Jesús. Lo amaba como a sus propios hijos, Santiago, Juan y David; sus cuatro hijas llegaron a considerar a Jesús como a su hermano mayor. Jesús salía a menudo a pescar con Santiago, Juan y David quienes descubrieron que era tan buen pescador como experto constructor de barcas.
Durante el curso de este año, Jesús envió dinero a Santiago todos los meses. Regresó a Nazaret en octubre para asistir a la boda de Marta. Desde entonces no volvió a ir a Nazaret por más de dos años, cuando regresó poco antes de la doble boda de Simón y Judá.
Jesús continuó durante este año construyendo barcas mientras seguía observando cómo vivían los hombres en la tierra. Frecuentemente salía a visitar la parada de las caravanas, ya que Capernaum estaba en la ruta directa de Damasco hacia el sur. Capernaum era un importante puesto militar romano, y el comandante de la guarnición era un gentil creyente de Yahvé, «un hombre piadoso» como los judíos gustaban de designar a estos prosélitos. Este oficial pertenecía a una rica familia romana, y tomó por sí mismo el trabajo de construir una hermosa sinagoga en Capernaum, donándola a los judíos poco tiempo antes de que Jesús viniera a vivir con Zebedeo. Durante este año, Jesús ofició en esta nueva sinagoga más de la mitad de las veces, y algunos de los viajeros de las caravanas que tuvieron la oportunidad de asistir, le recordaban como el carpintero de Nazaret.
En el patrón de impuestos Jesús se inscribió como un «artesano especializado de Capernaum». A partir de ese día y hasta el fin de su vida terrenal, se le conoció como residente de Capernaum. El nunca declaró residencia legal en ningún otro lugar, aunque, por diversas razones, permitió que otros le asignaran residencia en Damasco, Betania, Nazaret e incluso Alejandría.
En la sinagoga de Capernaum encontró muchos libros nuevos en las arcas de la biblioteca, y pasaba por lo menos cinco noches por semana estudiando intensamente. Dedicaba una noche a hacer vida social con los ancianos, otra, con los jóvenes. En la personalidad de Jesús había algo graciable e inspirador que atraía invariablemente a los jóvenes. A ellos siempre hacía sentir cómodos en su presencia. Acaso el gran secreto de su popularidad con ellos consistía en el doble hecho de que siempre mostraba interés en lo que ellos estaban haciendo, aunque rara vez les ofrecía consejo a menos que se lo pidieran.
La familia de Zebedeo casi adoraba a Jesús, y todos asistían fielmente a las sesiones de preguntas y respuestas que presidía cada noche después de la cena, antes de irse a estudiar a la sinagoga. Frecuentemente los jóvenes del vecindario también acudían a estas reuniones de sobremesa. Jesús les impartía enseñanzas variadas y avanzadas, dentro de lo que ellos podían comprender. Hablaba de manera abierta, expresando sus ideas e ideales sobre política, sociología, ciencia y filosofía, pero nunca presumía de hablar con finalidad autoritaria excepto cuando discutía de religión —la relación del hombre con Dios.
Una vez por semana celebraba Jesús una reunión con todos los jornaleros que trabajaban en la casa, en el taller y en el puerto, pues Zebedeo tenía muchos empleados. Y fue entre estos obreros entre los que Jesús fue llamado por primera vez «el Maestro». Todos ellos lo amaban. Disfrutaba de sus labores con Zebedeo en Capernaum, pero extrañaba a los niños que jugaban junto al taller de carpintería en Nazaret.
Entre los hijos de Zebedeo, Santiago era el más interesado en Jesús como maestro, como filósofo. A Juan le interesaban su enseñanza y opiniones religiosas. David lo respetaba como mecánico pero no le interesaban mucho sus puntos de vista religiosos ni sus enseñanzas filosóficas.
Judá comparecía frecuentemente los sábados para escuchar a Jesús en la sinagoga y se quedaba para conversar con él. Cuanto más veía Judá a su hermano mayor, tanto más se convencía de que Jesús era realmente un gran hombre.
Este año hizo Jesús grandes progresos en la dominación ascendente de su mente humana y alcanzó nuevos y elevados niveles de contacto consciente con su Ajustador del Pensamiento.
Fue éste el último año de vida estable que tuvo. Nunca más pudo Jesús vivir un año entero en un solo lugar, ni ocuparse de una sola empresa. Rápidamente se acercaban los días de sus peregrinaciones terrestres. No estaban lejos en el futuro los períodos de intensa actividad, pero el período que se avecinaba, entre su simple pero intensa vida activa del pasado y su aun más intenso y arduo ministerio público, sería de unos pocos años de extensos viajes y de actividad personal muy diversificada. Su formación como hombre del reino, tenía que ser completada antes de que pudiera entrar a su carrera de enseñanza y predicación como el Dios-hombre perfeccionado de las fases divina y posthumana de su autootorgamiento en Urantia.