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7.21.2006

La verdadera naturaleza de la religión

LA RELIGIÓN, como experiencia humana, progresa de la esclavitud del temor primitivo del salvaje evolutivo hasta la libertad de fe sublime y admirable de aquellos mortales civilizados que son magníficamente conscientes de la filiación con el Dios eterno.
La religión es el antepasado de la ética y moral avanzadas de la evolución social progresiva. Pero la religión como tal no es meramente un movimiento moral, aunque las manifestaciones exteriores y sociales de la religión estén poderosamente influidas por el impulso ético y moral de la sociedad humana. La religión es siempre la inspiración de la naturaleza del hombre en evolución, pero no es el secreto de esa evolución.
La religión —la fe y convicción de la personalidad— puede siempre triunfar sobre la lógica superficialmente contradictoria de la desesperación, nacida en la mente material no creyente. Existe realmente una verdadera y genuina voz interior, esa «luz verdadera que alumbra a todo hombre que entra en el mundo». Y esta guía espíritu es distinta del impulso ético de la conciencia humana. La sensación de seguridad religiosa es más que un sentimiento emotivo. La seguridad de la religión trasciende la razón de la mente, aun la lógica de la filosofía. La religión es fe, confianza y seguridad.

LA VERDADERA RELIGIÓN
La verdadera religión no es un sistema de creencia filosófica que se pueda razonar y sustanciar mediante pruebas naturales, tampoco es una experiencia fantástica y mística de sentimientos indescriptibles de éxtasis que tan sólo puedan disfrutar los devotos románticos del misticismo. La religión no es el producto de la razón, pero vista desde adentro, es totalmente razonable. La religión no se deriva de la lógica de la filosofía humana, pero como experiencia mortal es totalmente lógica. La religión es la experiencia de la divinidad en la conciencia del ser moral de origen evolucionario; representa la verdadera experiencia con las realidades eternas en el tiempo, la realización de las satisfacciones espirituales aún en la carne.
El Ajustador del Pensamiento no tiene mecanismos especiales para obtener la autoexpresión; no hay ninguna facultad religiosa mística para la recepción o la expresión de las emociones religiosas. Estas experiencias se vuelven disponibles mediante el mecanismo natural de la mente mortal. Y en esto yace la explicación de las dificultades del Ajustador para ponerse en comunicación directa con la mente material de su morada permanente.
El espíritu divino hace contacto con el hombre mortal, no mediante sentimientos o emociones, sino en el dominio del pensamiento más elevado y más espiritualizado. Son vuestros pensamientos los que os conducen hacia Dios. Se puede percibir la naturaleza divina tan sólo con los ojos de la mente. Pero la mente que verdaderamente discierne a Dios, escucha al Ajustador residente, es la mente limpia. «Sin santidad ningún hombre podrá ver a Dios». Toda comunión interna y espiritual de este tipo se denomina discernimiento espiritual. Estas experiencias religiosas son el resultado de la impresión producida sobre la mente del hombre por la actuación combinada del Ajustador y del Espíritu de la Verdad a medida que éstos funcionan sobre y por intermedio de las ideas, ideales, visiones y luchas espirituales de los hijos evolutivos de Dios.
La religión vive y prospera, entonces no por la vista y el sentimiento, sino más bien por la fe y el discernimiento interior. Consiste, no en el descubrimiento de nuevos hechos o en el hallazgo de una experiencia única, sino más bien en el descubrimiento de significados nuevos y espirituales de los hechos ya bien conocidos por la humanidad. La experiencia religiosa más elevada no depende de actos previos de creencia, tradición y autoridad; tampoco es la religión el vástago de sentimientos sublimes y emociones puramente místicas. Más bien es una experiencia profundamente honda y real de comunión espiritual con las influencias espirituales residentes en la mente humana, y en cuanto dicha experiencia se pueda definir en términos de psicología, es simplemente la experiencia de experimentar la realidad de creer en Dios como la realidad de tal experiencia puramente personal.
Aunque la religión no sea el producto de las especulaciones racionalistas de una cosmología material, es, sin embargo, la creación de un discernimiento interior totalmente racional que se origina en la experiencia mental del hombre. La religión no nace de las meditaciones místicas ni de las contemplaciones aisladas, aunque sea por siempre más o menos misteriosa y siempre indefinible e inexplicable en términos de razón intelectual pura y de lógica filosófica. Los gérmenes de la verdadera religión se originan en el dominio de la conciencia moral del hombre, y son revelados en el crecimiento del discernimiento interior espiritual del hombre, esa facultad de la personalidad humana que crece como consecuencia de la presencia del Ajustador del Pensamiento revelador de Dios en la mente mortal hambrienta de Dios.
La fe une el discernimiento moral con las discriminaciones conscientes de los valores y el sentido de deber evolucionario preexistente, completa el linaje de la verdadera religión. La experiencia de la religión eventualmente da como resultado la conciencia certera de Dios y la seguridad indudable de la sobrevivencia de la personalidad creyente.
Así pues se puede ver que los deseos religiosos y los impulsos espirituales no son de naturaleza tal como para conducir a los hombres meramente a querer creer en Dios, sino más bien que son de una naturaleza y poder tal que los hombres quedan profundamente marcados por la convicción de que deben creer en Dios. El sentido de deber evolucionario y las obligaciones consiguientes a la iluminación de la revelación producen una impresión tan profunda sobre la naturaleza moral del hombre que éste finalmente llega a esa situación de la mente y actitud del alma en la que concluye que no tiene derecho a no creer en Dios. La sabiduría más elevada y superfilosófica de un individuo así esclarecido y disciplinado instruye en último término que dudar de Dios o desconfiar de su bondad equivaldría a traicionar la cosa más real y más profunda dentro de la mente y del alma humana —el Ajustador divino.

EL HECHO DE LA RELIGIÓN
La realidad de la religión consiste totalmente en la experiencia religiosa de los seres humanos racionales y promedios. Y éste es el único sentido en el cual la religión se puede considerar científica o aun psicológica. La prueba de que la revelación es revelación es este mismo hecho de la experiencia humana: el hecho de que la revelación sintetiza las ciencias aparentemente divergentes de la naturaleza y la teología de la religión en una filosofía uniforme y lógica del universo, una explicación coordinada y continua tanto de la ciencia como de la religión, creando así una armonía de mente y satisfacción de espíritu que responde en la experiencia humana a aquellas interrogaciones de la mente mortal que desea saber cómo cumple el Infinito su voluntad y sus planes en la materia, con las mentes y sobre el espíritu.
La razón es el método de la ciencia; la fe es el método de la religión; la lógica es la técnica intentada de la filosofía. La revelación compensa la ausencia del punto de vista morontial, proveyendo una técnica para llegar a la unidad en la comprensión de la realidad y de las relaciones de la materia y el espíritu por la mediación de la mente. La verdadera revelación no vuelve jamás artificial a la ciencia, irrazonable a la religión ni ilógica a la filosofía.
La razón, mediante el estudio de la ciencia, puede conducir, a través de la naturaleza, de vuelta a una Primera Causa, pero se necesita la fe religiosa para transformar la Primera Causa de la ciencia en un Dios de salvación; y la revelación se necesita ulteriormente para validar tal fe, tal discernimiento interior espiritual.
Existen dos razones básicas para creer en un Dios que fomenta la supervivencia humana:
1. La experiencia humana, la seguridad personal, la esperanza y confianza que de algún modo son registradas e iniciadas por el Ajustador del Pensamiento residente.
2. La revelación de la verdad, sea por ministerio personal directo del Espíritu de la Verdad, por el autootorgamiento mundial de Hijos divinos, o a través de las revelaciones de la palabra escrita.
La ciencia acaba su búsqueda por la razón en la hipótesis de una Primera Causa. La religión no se detiene en su trayectoria de fe hasta no estar segura de un Dios de salvación. El estudio discriminatorio de la ciencia sugiere lógicamente la realidad y existencia de un Absoluto. La religión cree sin reservas en la existencia y realidad de un Dios que fomenta la supervivencia de la personalidad. Lo que la metafísica completamente fracasa en hacer, lo que aun la filosofía parcialmente fracasa en hacer, lo hace la revelación; es decir, que afirma que esta Primera Causa de la ciencia y el Dios de salvación de la religión son una y la misma Deidad.
La razón es la prueba de la ciencia; la fe, la prueba de la religión; la lógica, la prueba de la filosofía, pero la revelación se valida sólo por la experiencia humana. La ciencia produce conocimiento; la religión produce felicidad; la filosofía produce unidad; la revelación confirma la armonía experimental de este alcance trino a la realidad universal.
La contemplación de la naturaleza puede tan sólo revelar a un Dios de la naturaleza, un Dios de movimiento. La naturaleza exhibe tan sólo la materia, el movimiento y la animación —la vida. La materia más la energía, bajo ciertas condiciones, se manifiesta en formas vivas, pero aunque la vida natural sea de esta manera relativamente continua como fenómeno, es totalmente transitoria en cuanto a las individualidades. La naturaleza no proporciona base para la creencia lógica en la supervivencia de la personalidad humana. El hombre religioso que encuentra a Dios en la naturaleza ya ha encontrado primero a este mismo Dios personal en su propia alma.
La fe revela a Dios en el alma. La revelación, el sustituto del discernimiento interior morontial en un mundo evolucionario, permite al hombre ver en la naturaleza al mismo Dios que la fe exhibe en su alma. Así pues la revelación consigue formar un puente entre lo material y lo espiritual, aun entre la criatura y el Creador, entre el hombre y Dios.
La contemplación de la naturaleza señala lógicamente que existe una guía inteligente, aun una supervisión viviente, pero no revela en ninguna forma satisfactoria a un Dios personal. Por otra parte, la naturaleza no demuestra nada que impida considerar al universo como obra del Dios de la religión. No se puede hallar a Dios a través de la naturaleza por sí sola, pero una vez que el hombre le haya encontrado de otra manera, el estudio de la naturaleza se vuelve completamente acorde con una interpretación más elevada y más espiritual del universo.
La revelación como fenómeno de época es periódica; como experiencia personal humana es continua. La divinidad funciona en la personalidad mortal como el don Ajustador del Padre, como el Espíritu de la Verdad del Hijo y como el Espíritu Santo del Espíritu del Universo; mientras que estas tres dotaciones supermortales se unifican en la evolución experiencial humana, como el ministerio del Supremo.
La verdadera religión es discernimiento interior de la realidad, el vástago de fe de la conciencia moral, y no un simple consentimiento intelectual en un cuerpo de doctrinas dogmáticas. La verdadera religión consiste en la experiencia de «que el Espíritu mismo da testimonio con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios». La religión consiste, no en proposiciones teológicas sino en discernimiento espiritual interior y sublimidad de la confianza del alma.
Tu naturaleza más profunda —el Ajustador divino— crea dentro de ti un hambre y sed de rectitud, un certero deseo de perfección divina. La religión es el acto de fe del reconocimiento de este impulso interior al alcance divino; así se obtiene esa confianza y seguridad del alma de la cual te vuelves consciente como camino hacia la salvación, la técnica de la supervivencia de la personalidad y todos aquellos valores que has llegado a considerar verdaderos y buenos.
La comprensión de la religión no ha sido nunca ni será jamás dependiente de gran saber o de lógica ingeniosa. Es discernimiento interior espiritual, y ésa es precisamente la razón por la cual algunos de los más grandes maestros religiosos del mundo, aun los profetas, a veces han poseído tan poco de la sabiduría del mundo. La fe religiosa está al alcance tanto de los cultos como de los incultos.
La religión debe ser por siempre su propio crítico y juez; no puede ser observada, ni mucho menos comprendida, desde afuera. La única seguridad que tienes de un Dios personal consiste en tu propio discernimiento en cuanto a tu creencia en las cosas espirituales y experiencia con ellas. Para todos aquellos de tus semejantes que hayan tenido una experiencia similar, no es necesario ningún argumento sobre la personalidad o la realidad de Dios, mientras que para todos los demás hombres que no están seguros de Dios de esta manera, no hay argumento posible que pueda ser jamás realmente convincente.
La psicología puede en efecto intentar estudiar los fenómenos de las reacciones religiosas al medio ambiente social, pero no puede esperar jamás penetrar los motivos y mecanismos reales e interiores de la religión. Tan sólo la teología, la provincia de la fe y la técnica de la revelación, puede proporcionar un recuento inteligente de la naturaleza y contenido de la experiencia religiosa.

LAS CARACTERÍSTICAS DE LA RELIGIÓN
La religión es tan vital que persiste en ausencia de la erudición. Vive a pesar de su contaminación con cosmologías erróneas y filosofías falsas; sobrevive aun a la confusión de la metafísica. A través de todas las vicisitudes históricas de la religión y en ellas siempre persiste aquello que es indispensable para el progreso y la supervivencia humanos: la conciencia ética y moral.
La fe-visión o intuición espiritual, es la dote de la mente cósmica en asociación con el Ajustador del Pensamiento, que constituye el don del Padre para el hombre. La razón espiritual, la inteligencia del alma, es la dote del Espíritu Santo, el don del Espíritu Creativo al hombre. La filosofía espiritual, la sabiduría de las realidades espirituales, es la dote del Espíritu de la Verdad, el don combinado de los Hijos autootorgadores a los hijos de los hombres. Y la coordinación e interasociación de estas dotes espirituales constituyen al hombre en una personalidad espiritual con un destino potencial.
Es lo que el Ajustador posee de esta misma personalidad espiritual en su forma primitiva y embrionaria lo que sobrevive a la muerte natural de la carne. Esta entidad compuesta de origen espiritual en asociación con la experiencia humana está habilitada, mediante el camino vivo previsto por los Hijos divinos, a sobrevivir (bajo la custodia del Ajustador) a la disolución del yo material de la mente y la materia cuando dicha asociación transitoria de lo material y lo espiritual se divorcia debido a la cesación del movimiento vital.
A través de la fe religiosa, el alma del hombre se revela a sí misma y demuestra la divinidad potencial de su naturaleza emergente por la forma característica en que induce a la personalidad mortal a reaccionar ante ciertas situaciones intelectuales y sociales difíciles y de prueba.
La genuina fe espiritual (conciencia moral auténtica) se revela en que:
1. Ocasiona el progreso de la ética y de la moral a pesar de las tendencias animalísticas inherentes y adversas.
2. Produce una confianza sublime en la bondad de Dios aun frente a un amargo desencanto y una derrota total.
3. Genera profundo valor y confianza a pesar de la adversidad natural y la calamidad física.
4. Exhibe un aplomo inexplicable y una tranquilidad constante a pesar de la presencia de enfermedades desconcertantes y aun de sufrimiento físico agudo.
5. Mantiene un aplomo misterioso y un equilibrio de la personalidad frente al maltrato y las injusticias más flagrantes.
6. Mantiene una confianza divina en la victoria final a pesar de las crueldades de un hado aparentemente ciego y de la aparente indiferencia total al bienestar humano de las fuerzas naturales.
7. Persiste en la creencia indestructible en Dios a pesar de todas las demostraciones contrarias de la lógica y resiste con éxito todos los demás sofismas intelectuales.
8. Continúa exhibiendo una fe infalible en la supervivencia del alma a pesar de las enseñanzas engañosas de la ciencia falsa y de los delirios persuasivos de una filosofía defectuosa.
9. Vive y triunfa a pesar del peso demoledor de las civilizaciones complejas y parciales de los tiempos modernos.
10. Contribuye a la supervivencia continuada del altruismo a pesar del egoísmo humano, de los antagonismos sociales, las avideces industriales y los desajustes políticos.
11. Se adhiere en forma inquebrantable a la creencia sublime en la unidad universal y en la guía divina a pesar de la presencia desconcertante del mal y del pecado.
12. Continúa adorando a Dios a pesar de todo y de cada cosa. Se atreve a declarar «aunque me matare, seguiré sirviéndole».

Sabemos pues mediante tres fenómenos, que el hombre tiene un espíritu o espíritus divinos residentes en él: en primer término, por experiencia personal —la fe religiosa; en segundo término, por la revelación —personal y racial; y en tercer término, por la exhibición sorprendente de reacciones tan extraordinarias y poco naturales a su medio ambiente material como las que se ilustran en la enumeración arriba mencionada de doce actuaciones de aspecto espiritual en la presencia de tesituras reales y difíciles de la existencia humana real. Y aún hay más.
Y es precisamente tal actuación vital y vigorosa de la fe en el dominio de la religión la que da al hombre mortal derecho a afirmar la posesión personal y la realidad espiritual de esa dote coronadora de la naturaleza humana: la experiencia religiosa.