Mensajes externos...

Mensajes externos de procedencia interna del Universo..

Nombre: RA
Ubicación: Orv.7, Neb, Sat.606, Ura.

8.09.2007

El décimo noveno año de Jesús.

EL AÑO DECIMONOVENO (AÑO 13 d. de J.C.)

Ya para esta época, Jesús y María se llevaban mucho mejor. Ella le consideraba menos como un hijo, más como un padre para los hijos de ella. La vida cotidiana abundaba en dificultades inmediatas y prácticas. Hablaban con menos frecuencia de la misión de Jesús en la vida, porque, según pasaba el tiempo, todos sus pensamientos estaban dedicados mutuamente al sostén y crianza de su familia de cuatro varones y tres mujeres.
A comienzos de este año, Jesús había acabado por convencer a su madre de las ventajas de su propio método de educación de los niños —la estimulación positiva para que hicieran el bien en vez del método judío más antiguo de la prohibición del mal. Tanto en su hogar como más tarde en su carrera pública, Jesús usó invariablemente la formula de exhortación positiva. Siempre y en todas partes solía decir: «Haréis esto, debéis hacer aquello». Nunca empleó el método negativo de enseñar derivado de los antiguos tabúes. Evitaba acentuar el mal mediante su prohibición; exaltaba la importancia del bien mandando su ejecución. La hora de la oración en esta casa era la ocasión para hablar de cada uno y todos los asuntos que se relacionaran con el bienestar de la familia.
Jesús tan sabiamente disciplinó a sus hermanos y hermanas desde su más temprana edad que poco o ningún castigo fue menester jamás para asegurar su pronta y total obediencia. La única excepción era Judá, a quien en diversas ocasiones Jesús hubo de castigar por sus infracciones a las reglas del hogar. En las tres ocasiones en las que se juzgó prudente castigar a Judá por confesas y deliberadas violaciones de las reglas de conducta de la familia, su castigo fue establecido por el decreto unánime de los hermanos mayores y sancionado por Judá mismo antes de que le fuera infligido.
Aunque Jesús era altamente metódico y sistemático en todo lo que hacía, había a la vez en sus decisiones administrativas una novedosa elasticidad de interpretación y una individualidad de adaptación que imponían en todos los niños una gran admiración por el espíritu de justicia con que actuaba su padrehermano. No disciplinó nunca arbitrariamente a sus hermanos y hermanas, y esa su constante justicia y consideración personal hizo que Jesús fuese muy querido por toda su familia.
Santiago y Simón crecieron tratando de seguir las enseñanzas de Jesús, y muchas veces trataban de aplacar a sus belicosos y a veces airados compañeros de juego mediante la persuasión y la falta de resistencia, y muchas veces lo consiguieron; José y Judá en cambio, si bien asentían a tales enseñanzas en el hogar, se apresuraban a defenderse cuando eran agredidos por sus compañeros; Judá en particular era culpable de violar el espíritu de estas doctrinas. Pero la resistencia pasiva no constituía una regla de la familia. No se imponía ningún castigo por la violación de estas enseñanzas personales.
En general, todos los pequeños, especialmente las niñas, consultaban a Jesús acerca de sus problemas infantiles y le confiaban secretos, como lo harían con un padre cariñoso.
Santiago se estaba convirtiendo en un joven bien equilibrado y de buen carácter, pero no tenía la misma inclinación espiritual de Jesús. Era mucho mejor estudiante que José, quien, si bien muy trabajador, tenía aún menos una mentalidad espiritual. A José, si bien trabajaba mucho, le faltaba aptitudes y el nivel intelectual de los otros niños. Simón era un muchacho bien intencionado pero excesivamente soñador, y demoraba en establecerse en su vida práctica. Él era la causa de considerable ansiedad para Jesús y María, pero siempre fue un chico bueno y bien intencionado. Judá era un revolucionario de ideales más elevados, pero de temperamento inestable. Poseía mucho de la determinación y la agresividad de su madre, pero carecía de su gran sentido de la medida y de la discreción.
Miriam era una hija equilibrada y sensata con una aguda apreciación de lo noble y lo espiritual. Marta era lenta de pensamiento y de acción, pero una chica altamente responsable y eficiente. La pequeña Ruth era el sol de la casa; aunque hablaba sin pensar, era de corazón sincero y adoraba a su hermano mayor y padre; pero ellos no la consentían. Era una bella niña, pero no tan hermosa como Miriam, quien era la belleza de la familia, si no de la ciudad.
A medida que pasaba el tiempo, Jesús se liberalizó considerablemente y modificó las doctrinas y prácticas de la familia relativas a la observancia del sábado y a otros aspectos religiosos. María aprobaba de todo corazón estos cambios. Por ese entonces Jesús era el jefe indisputado de la casa.
Este año Judá comenzó la escuela, y Jesús tuvo que vender su arpa para afrontar el gasto. Así desapareció el último de sus placeres recreativos. Amaba tocar el arpa cuando tenía la mente cansada y el cuerpo fatigado; pero se consoló pensando que por lo menos el arpa no había caído en manos del cobrador de impuestos.
REBECA, LA HIJA DE ESDRAS
Aunque Jesús era pobre, su nivel social en Nazaret no había sufrido menoscabo. Era uno de los jóvenes más destacados de la ciudad y casi todas las doncellas lo consideraban con gran respeto. Puesto que Jesús era un espléndido ejemplar de robustez física y desarrollo intelectual, y teniendo en cuenta su reputación de líder espiritual, no es de extrañar que Rebeca, la hija mayor de Esdras, un rico mercader de Nazaret, descubriera que se estaba enamorando de este hijo de José. Primero le confió sus sentimientos a Miriam, la hermana de Jesús, quien a su vez se lo comentó a su madre. María se alarmó mucho. ¿Es que iba ella a perder a su hijo ahora, cuando se había convertido en el indispensable jefe de familia? ¿Es que sus tribulaciones nunca tendrían fin? ¿Qué más podría ocurrir? También meditó sobre qué efecto podría tener el matrimonio para la futura carrera de Jesús. No muy a menudo, pero por lo menos de cuando en cuando aún recordaba el hecho de que Jesús era un «hijo de promesa». Después de discutir el asunto entre ellas, María y Miriam decidieron tratar de frenarlo antes de que Jesús se enterara, hablando directamente con Rebeca, contándole toda la historia y explicándole francamente que creían que Jesús era un hijo del destino, que había de convertirse en un gran líder religioso, tal vez en el mismo Mesías.
Rebeca escuchó atentamente, estremecida y más decidida que nunca a echar su suerte con este hombre de su elección y compartir su carrera de liderazgo. Argüía (consigo misma) que un hombre de tan especial naturaleza necesitaba aun más que otros de una esposa fiel y hacendosa. Interpretó el ansia de María por disuadirla como una reacción natural al temor de perder al jefe y el único sostén de su familia; pero sabiendo que su padre aprobaba de su atracción por el hijo del carpintero, pensó que no tendría inconveniente en proveer a la familia con suficientes ingresos como para compensar ampliamente la pérdida de las ganancias de Jesús; y tenía razón. Cuando su padre manifestó que así lo haría, Rebeca habló nuevamente varias veces con María y Miriam, pero al no conseguir su apoyo, decidió armarse de valor y acudir directamente a Jesús. Así lo hizo pues con la cooperación de su padre, quien invitó a Jesús a su casa para la celebración de los diecisiete años de Rebeca.
Jesús escuchó atenta y compasivamente la exposición de estos sentimientos, primero del padre de Rebeca, y luego de ella misma. Replicó con gentileza que no había suma de dinero que pudiera rescatarlo de su obligación personal para con la familia de su padre, «de cumplir con el deber humano más sagrado —la lealtad a la propia carne y sangre de uno». El padre de Rebeca se sintió profundamente conmovido por las palabras con que Jesús expresaba su devoción familiar y se retiró de la entrevista. Su único comentario a María, su esposa, fue: «No podemos tenerle como hijo; es demasiado noble para nosotros».
Allí comenzó esa extraordinaria conversación con Rebeca. Hasta ese momento de su vida, poca distinción había hecho Jesús entre muchachos y muchachas, jóvenes y doncellas. Su mente estaba tan ocupada con los problemas de los asuntos terrenales prácticos y la fascinante contemplación de su carrera futura «en los asuntos de su Padre», que jamás había considerado seriamente la consumación del amor personal en el matrimonio humano. Se encontraba ahora frente a frente con otro de esos problemas que todo ser humano común debe enfrentar y solucionar. En verdad fue él «tentado en todo según vuestra semejanza».
Después de escucharla con gran atención, expresó Jesús su gratitud por la admiración explícita que Rebeca le profesaba, añadiendo: «Aliviará mis penas y me consolará todos los días de mi vida»; pero le explicó que no era libre de entrar en relaciones con mujer alguna, más allá de las de fraterno afecto y pura amistad. Repitió que su primero y supremo deber era para con la familia de su padre, y que no podía albergar ideas matrimoniales hasta tanto no completara la tarea de la crianza de sus hermanos. Añadió luego: «Si en verdad soy un hijo del destino, no debo asumir obligaciones de por vida hasta que llegue el momento en que mi destino se haga manifiesto».
Grande fue la desesperación de Rebeca. No hubo forma de consolarla, y con el corazón adolorido, insistió con su padre para que se fueran de Nazaret, hasta que finalmente él convino en mudarse a Séforis. En los años que siguieron, Rebeca no tuvo más que una respuesta para los muchos hombres que pretendían su mano en matrimonio. Vivía para un único propósito —esperar la hora en que éste a quien ella consideraba el más grande hombre de todos los tiempos comenzara su carrera como maestro de la verdad viviente. Devotamente le siguió ella durante los años memorables de labor pública, estando presente (sin que Jesús advirtiera su presencia) el día de su ingreso triunfal a Jerusalén; y estuvo «entre las otras mujeres» junto a María, esa tarde fatídica y trágica en que estaba el Hijo del Hombre en la cruz, porque para ella, como para incontables mundos en lo alto, él era «el del amor total, el más grande entre diez mil».