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Nombre: RA
Ubicación: Orv.7, Neb, Sat.606, Ura.

9.04.2007

EL trigesimo primero año de Jesús.

EL AÑO TREINTA Y UNO (25 d. de J. C.)

Al regresar Jesús del Mar Caspio, sabía que sus viajes por el mundo prácticamente habían acabado. Tan sólo salió de Palestina una vez más para viajar a Siria. Después de una breve visita a Capernaum, fue a Nazaret, quedándose allí unos pocos días. A mediados de abril salió de Nazaret para Tiro. Desde allí viajó hacia el norte, pasando unos días en Sidón, pero su destino era Antioquía.
Éste es el año de los viajes solitarios de Jesús por Palestina y Siria. Durante este año de viajes se le conoció por distintos nombres en diferentes partes del país: el carpintero de Nazaret, el armador de Capernaum, el escriba de Damasco y el maestro de Alejandría.
En Antioquía, el Hijo del Hombre vivió durante más de dos meses, trabajando, observando, estudiando, visitando, ministrando y aprendiendo todo el tiempo cómo viven los hombres, cómo piensan, cómo sienten y cómo reaccionan ante el medio de la existencia humana. Durante tres semanas de este período, trabajó como fabricante de tiendas. Permaneció más tiempo en Antioquía que en ningún otro lugar durante este viaje. Diez años más tarde, al predicar el apóstol Pablo en Antioquía, y oír que sus seguidores hablaban de las doctrinas del escriba de Damasco, no se dio cuenta de que éstos habían oído la voz y escuchado las enseñanzas del Maestro mismo.
Desde Antioquía Jesús viajó hacia el sur, a lo largo de la costa, hasta Cesarea, donde permaneció unas pocas semanas, continuando luego por la costa hasta Jope. Desde Jope se internó hasta Jamnia, Asdod y Gaza. Desde Gaza se alejó de la costa en dirección a Beerseba, donde permaneció una semana.
Comenzó entonces Jesús su gira final de incógnito, por el corazón de Palestina, caminando de Beerseba en el sur hasta Dan en el norte. En este viaje hacia el norte, paró en Hebrón, Belén (donde vio el sitio de su nacimiento), Jerusalén (no visitó Betania), Beerot, Lebona, Sicar, Siquem, Samaria, Geba, En-Ganim, Endor, Madón; cruzó Magdala y Capernaum, y prosiguió hacia el norte; y pasó al este de las Aguas de Merom, caminó de Cárata, hasta Dan o Cesarea de Filipo.
El Ajustador del Pensamiento residente condujo a Jesús a apartarse de los lugares habitados por los hombres y ascender al Monte Hermón para terminar allí la labor de conquista de su mente humana y completar la tarea de su consagración plena al resto de su ministerio en la tierra.
Fue ésta una de esas épocas inusitadas y extraordinarias en la vida terrenal del Maestro en Urantia. Otra muy similar fue la que experimentó al retirarse solitario a las colinas cercanas a Pella, inmediatamente después de su bautismo. Este período de aislamiento en el Monte Hermón marcó la terminación de su carrera puramente humana, es decir, la terminación de hecho del autootorgamiento en semejanza de un mortal, mientras que el aislamiento posterior señaló el comienzo de la fase más divina del autootorgamiento. Jesús vivió a solas con Dios durante seis semanas en las faldas del Monte Hermón.

LA ESTADÍA EN EL MONTE HERMÓN

Después de pasar algún tiempo en la vecindad de Cesarea de Filipo, Jesús preparó sus provisiones, y tras conseguir una bestia de carga y los servicios de un muchacho llamado Tiglat, se dirigió por el camino de Damasco a una aldea conocida en otro tiempo como Beit Jenn, al pie del Monte Hermón. Aquí, a mediados de agosto del año 25 d. de J.C., estableció su centro de operaciones, y dejando las provisiones bajo la custodia de Tiglat, ascendió la solitaria ladera de la montaña. Durante este primer día de ascensión, Tiglat acompañó a Jesús hasta un punto designado a unos 2000 metros de altura sobre el nivel del mar, donde construyeron un depósito de piedra, en el cual Tiglat colocaría alimentos dos veces por semana.
Ese primer día, después de separarse de Tiglat, Jesús no había ascendido más que un breve tramo de la montaña cuando se detuvo para orar. Entre otras cosas le pidió a su Padre que enviara a su serafín guardián para que «acompañara a Tiglat». Pidió que se le permitiera enfrentarse a solas en su último combate con las fuerzas de la existencia mortal. Y esta petición le fue concedida. Acudió a la gran prueba con la única ayuda y respaldo de su Ajustador residente.
Jesús comió frugalmente durante su permanencia en las montañas; se abstuvo de todo alimento sólo un día o dos a la vez. Los seres superhumanos que se le enfrentaron en la montaña, contra quienes luchó en espíritu y a quienes derrotó en poder, eran verdaderos; eran sus enemigos acérrimos en el sistema de Satania; no eran fantasmas de la imaginación producidos por los desvaríos mentales de un mortal debilitado y hambriento que ya no podía distinguir la realidad de las visiones de una mente desordenada.
Jesús pasó las últimas tres semanas de agosto y las primeras tres semanas de septiembre en el Monte Hermón. Durante este período completó la tarea mortal de lograr los círculos de comprensión de la mente y de control de la personalidad. A lo largo de este período de comunión con su Padre celestial, también completó el Ajustador residente los servicios que se le habían asignado. La meta mortal de esta criatura terrenal fue alcanzada allí. Sólo faltaba la consumación de la fase final de armonización de la mente con el Ajustador.
Al cabo de más de cinco semanas de ininterrumpida comunión con su Padre del Paraíso, Jesús estuvo plenamente seguro de su propia naturaleza, y de la certidumbre de su triunfo sobre los niveles materiales de la manifestación espaciotemporal de su personalidad. Creía plenamente en la ascendencia de su naturaleza divina sobre su naturaleza humana y no dudó en afirmarlo.
Hacia el final de su estancia en la montaña, Jesús pidió a su Padre que le permitiera celebrar una conferencia con sus enemigos de Satania en su calidad de Hijo del Hombre, de Josué ben José. Esta petición le fue concedida. Durante la última semana en el Monte Hermón, tuvo lugar la gran tentación, la prueba cósmica. Satanás (representando a Lucifer) y el rebelde Príncipe Planetario Caligastia, estuvieron presentes con Jesús y se le hicieron plenamente visibles. Y esta «tentación», esta prueba final de la lealtad humana, en presencia de las tergiversaciones de las personalidades rebeldes, nada tuvo que ver con su falta de alimento, los pináculos del templo, ni acciones presuntuosas. No tuvo que ver con los reinos de este mundo, sino con la soberanía de un universo poderoso y glorioso. El simbolismo de las escrituras estaba destinado a las eras atrasadas del pensamiento infantil del mundo. Y las generaciones subsiguientes deben entender mejor la gran lucha por que pasó el Hijo del Hombre ese día extraordinario en el Monte Hermón.

A las muchas propuestas y contrapropuestas de los emisarios de Lucifer, Jesús solamente replicaba: «Que la voluntad de mi Padre del Paraíso prevalezca, y que tú, mi hijo rebelde, seas juzgado de acuerdo con las leyes divinas, por los Ancianos de los Días. Yo soy vuestro padre-Creador, no puedo juzgaros con justicia, y ya habéis desdeñado mi misericordia. Os remito a los jueces de un universo más grande».
Ante todas las componendas y expedientes temporales sugeridas por Lucifer, ante todas esas engañosas propuestas relativas al autootorgamiento en forma de encarnación, Jesús solamente tenía una respuesta: «Que se haga la voluntad de mi Padre que está en el Paraíso». Cuando la dura prueba hubo terminado, el serafín guardián volvió al lado de Jesús para confortarle.
Una tarde a finales del verano, entre los árboles y el silencio de la naturaleza, Micael de Nebadon ganó la indisputada soberanía de su universo. Ese día completó la tarea que han de cumplir los Hijos Creadores, la de vivir plenamente la vida encarnada en la semejanza de la carne mortal, en los mundos evolutivos del tiempo y del espacio. El anuncio del universo sobre este logro monumental no se efectuó hasta el día de su bautismo, meses más tarde, pero en realidad tuvo lugar ese día en la montaña. Y cuando Jesús descendió de su estancia en el Monte Hermón, la rebelión luciferina en Satania, y la secesión caligastiana en Urantia, quedaron prácticamente terminadas. Jesús había pagado el último precio que se le exigía para alcanzar la soberanía de su universo, que por sí misma regula el estado de todos los rebeldes y determina que toda sublevación futura (si se produce) se resuelva de manera sumaria y eficaz. En consecuencia, puede verse que la llamada «gran tentación» de Jesús tuvo lugar cierto tiempo antes de su bautismo, y no poco después de ese acontecimiento.
Al descender Jesús al final de su estancia en la montaña, se encontró con Tiglat que ascendía llevando alimentos al depósito. Al indicarle Jesús que se volviera, tan sólo le dijo: «El período de descanso ha terminado; debo volver a los asuntos de mi Padre». Parecía un hombre muy cambiado y taciturno durante su viaje de regreso a Dan. Al llegar allí, se despidió del mancebo, donándole el burro de carga. Luego siguió hacia el sur por el mismo camino que había venido, hasta Capernaum.

EL PERÍODO DE ESPERA

Ya estaba terminándose el verano, y se acercaba la fecha del día de la expiación y la fiesta de los tabernáculos. Jesús se reunió con su familia en Capernaum el sábado, y al día siguiente se dirigió a Jerusalén con Juan, el hijo de Zebedeo, tomando el camino al este del lago, y por Gérasa, y bajando por el valle del Jordán. Aunque Jesús departía de vez en cuando con su compañero de viaje por el camino, Juan notó en él un gran cambio.
Jesús y Juan se detuvieron en Betania donde pasaron la noche con Lázaro y sus hermanas, habiendo salido por la mañana siguiente a primera hora rumbo a Jerusalén. Pasaron casi tres semanas en la ciudad y en sus alrededores, por lo menos así lo hizo Juan. Muchos días, Juan fue solo a Jerusalén, mientras Jesús deambulaba por las colinas cercanas, dedicado a la comunión espiritual con su Padre en el cielo.
Ambos estuvieron presentes en los solemnes oficios del día de la expiación. Juan estaba muy conmovido por las ceremonias de este día importantísimo del ritual de la religión judía, pero Jesús permaneció como un espectador pensativo y taciturno. Esta ceremonia le resultaba penosa y patética al Hijo del Hombre. La veía como una tergiversación del carácter y de los atributos de su Padre celestial. Consideraba los sucesos de este día como una farsa de los hechos de la justicia divina y de la verdad de la misericordia infinita. Ardía en deseos de expresar abiertamente la verdad sobre el carácter amoroso y la conducta misericordiosa de su Padre en el universo, pero su fiel Monitor le advirtió que su hora aún no había llegado. Sin embargo, esa noche en Betania, Jesús hizo numerosos comentarios que perturbaron mucho a Juan; y Juan no acabó nunca de entender por completo el verdadero significado de lo que Jesús les dijo esa noche.
Jesús se proponía quedarse con Juan durante toda la semana de la fiesta de los tabernáculos. Esta fiesta era la fiesta anual de toda Palestina; era la época de las vacaciones de los judíos. Aunque Jesús no participó del júbilo de la ocasión, era evidente que se complacía y experimentaba satisfacción al contemplar la alegría y el gozoso abandono de jóvenes y ancianos.
A mediados de la semana de celebraciones, antes de que terminaran las festividades, Jesús se despidió de Juan, diciendo que deseaba retirarse a las colinas para comulgar mejor con su Padre Paradisiaco. Juan quería acompañarlo, pero Jesús insistió en que se quedara hasta el fin de las festividades, diciendo: «No necesitas llevar el peso del Hijo del Hombre; basta con que el centinela mantenga la vigilia, mientras la ciudad duerme en paz». Jesús no regresó a Jerusalén. Después de pasar casi una semana a solas en las colinas cerca de Betania, partió para Capernaum. Camino del hogar, pasó un día y una noche de soledad en las laderas de Gilboa, cerca de donde el rey Saúl se había quitado la vida; y cuando llegó a Capernaum, parecía más alegre que cuando se había despedido de Juan en Jerusalén.
A la mañana siguiente, Jesús se dirigió hacia el baúl que había dejado en el taller de Zebedeo y que contenía sus efectos personales; se puso su delantal, y se presentó al trabajo, diciendo: «Es menester que me mantenga ocupado mientras espero que llegue mi hora». Junto con su hermano Santiago, trabajó varios meses, hasta enero del año siguiente, en el taller de barcas. Después de trabajar junto a Jesús durante este período, y a pesar de las dudas que oscurecían su comprensión sobre la obra del Hijo del Hombre en la vida, Santiago nunca más renunció real y totalmente a su fe en la misión de Jesús.
Durante este período final de Jesús en el taller de barcas, dedicó la mayor parte de su tiempo al acabado interior de algunas de las barcas más grandes. Ponía gran cuidado en su artesanía, y parecía experimentar la satisfacción del logro humano cada vez que completaba una pieza digna de alabanza. Aunque no perdía el tiempo con pequeñeces, era un artesano paciente en la fabricación de los detalles esenciales de cualquier encargo que le encomendaban.
A medida que pasaba el tiempo, llegaban a Capernaum rumores de la aparición de un tal Juan que predicaba y bautizaba a los penitentes en el Jordán, y que su predicación era: «El reino del cielo se aproxima; arrepentíos y sed bautizados». Jesús escuchó estos informes mientras Juan remontaba lentamente el valle del Jordán desde el vado del río que estaba cerca de Jerusalén. Pero Jesús siguió trabajando, haciendo barcas, hasta que Juan llegó río arriba a un punto cercano a Pella, en el mes de enero del siguiente año, 26 d. de J. C. Entonces dejó sus herramientas, declarando, «Ha llegado mi hora», y seguidamente se presentó ante Juan para ser bautizado.

Pero un gran cambio se había producido en Jesús. Pocos de los que habían disfrutado de sus visitas y servicios en sus idas y venidas por la tierra, reconocerían más tarde en el maestro público a quien habían conocido y amado como persona privada en años anteriores. Había una razón para que estos primeros beneficiarios suyos no lo reconocieran en su papel posterior de maestro público lleno de autoridad. Durante muchos años, había estado en proceso ésta transformación de mente y espíritu, y se completó durante su extraordinaria permanencia en el Monte Hermón.