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9.04.2007

El vigesimo tercero año de Jesús.

EL AÑO VEINTITRÉS (AÑO 17 d. de J.C.)

Este año la presión financiera cedió ligeramente ya que había cuatro miembros de la familia trabajando. Miriam ganaba bastante dinero con la venta de leche y mantequilla; Marta se había convertido en una tejedora experta. Se había pagado más de un tercio del precio de compra del taller de reparaciones. La situación era tal que Jesús dejó de trabajar durante tres semanas para llevar a Simón a Jerusalén para la Pascua, siendo éste el período más largo de tiempo libre de los quehaceres diarios que había disfrutado desde la muerte de su padre.
Viajaron a Jerusalén por el camino de las Decápolis y a través de Pella, Gerasa, Filadelfia, Hesbón, y Jericó. Regresaron a Nazaret por la ruta costera, haciendo escala en Lida, Jope, Cesarea, y de allí, bordeando el Monte Carmelo, a Tolemaida y Nazaret. Este viaje le dio a Jesús la oportunidad de conocer bastante bien toda Palestina al norte del distrito de Jerusalén.
En Filadelfia, Jesús y Simón conocieron a un mercader de Damasco quien gustó mucho de los jóvenes nazarenos e insistió se detuvieran con él en su centro de operaciones en Jerusalén. Mientras Simón visitaba el templo, Jesús pasó la mayor parte de su tiempo conversando sobre los acontecimientos del mundo con este hombre erudito y muy viajado. Este mercader poseía más de cuatro mil camellos de caravana, tenía intereses en todo el mundo romano y estaba por viajar a Roma. Le propuso a Jesús que fuese a Damasco para trabajar en su negocio de importaciones de mercancías orientales, pero Jesús le explicó que no le parecía justificable ir tan lejos de su familia en este momento. Sin embargo, durante el viaje de regreso mucho pensó Jesús acerca de esas ciudades distantes y de los países aun más remotos del Lejano Occidente y del Lejano Oriente, países de los que con tanta frecuencia oía hablar a los pasajeros y conductores de las caravanas.
Mucho disfrutó Simón su visita a Jerusalén. Fue debidamente recibido en la comunidad de Israel mediante la consagración pascual de los nuevos hijos de los mandamientos. Mientras Simón asistía a las ceremonias pascuales, Jesús se mezclaba con las multitudes de visitantes y participaba en muchas interesantes conversaciones personales con numerosos prosélitos gentiles.
Acaso el más notable de todos estos encuentros fue el con un joven helenista llamado Esteban. Este joven visitaba Jerusalén por primera vez y se encontró casualmente con Jesús el jueves por la tarde de la semana de Pascua. Se conocieron junto al palacio asmoneo pues ambos estaban paseando por allí, y Jesús comenzó una conversación casual que despertó un interés mutuo, lo cual llevó a una discusión de cuatro horas sobre el estilo de vida y el verdadero Dios y su culto. Esteban quedó muy impresionado con lo que decía Jesús, y nunca olvidó sus palabras.
Y fue éste el mismo Esteban que posteriormente se convertiría en creyente de las enseñanzas de Jesús, y cuya audacia al predicar este nuevo evangelio provocó la ira de los judíos, que terminaron por apedrearlo a muerte. Parte del extraordinario coraje de Esteban al proclamar su fe en el nuevo evangelio provenía directamente de esa conversación anterior con Jesús. Pero Esteban jamás supuso que el joven galileo con quien había conversado unos quince años antes era la misma persona a quien él llamaría el Salvador del mundo, y por quien pronto daría su vida, convirtiéndose así en el primer mártir de la nueva fe cristiana en evolución. Cuando Esteban dio su vida en pago de su ataque al templo judío y a sus prácticas tradicionales, estaba presente un ciudadano de Tarso llamado Saulo. Al ver Saulo cómo supo este griego dar la vida por su fe, nació en su corazón la emoción que finalmente lo llevaría a abrazar la causa misma por la cual murió Esteban; más tarde se convertiría en el acometedor e indómito Pablo, el filósofo, si no el único fundador, de la religión cristiana.
El domingo después de la semana de Pascua Simón y Jesús comenzaron su viaje de regreso a Nazaret. Simón nunca olvidaría lo que Jesús le enseñó en este viaje. Siempre había amado a Jesús, pero ahora sentía que había comenzado a conocer a su padre-hermano. Pudieron tener muchas conversaciones íntimas y cordiales mientras viajaban por el campo preparando sus comidas a la vera del camino. Llegaron a la casa el jueves a mediodía, y Simón mantuvo a la familia despierta hasta tarde en la noche relatándoles sus experiencias.
Mucho se preocupó María al oír a Simón contar que Jesús había pasado la mayor parte del tiempo en Jerusalén «conversando con los extranjeros, especialmente los que provenían de países remotos». La familia de Jesús nunca pudo comprender su gran interés en la gente, su impulso de hablar con todos, de averiguar el estilo de vida de cada uno, y de averiguar lo que pensaba.
Esta familia nazarena estaba cada vez más enfrascada en sus problemas inmediatos y humanos; pocas veces se mencionaba la futura misión de Jesús, y él mismo muy rara vez hablaba de su carrera futura. Rara vez pensaba su madre en que él era un hijo de promesa. Poco a poco iba renunciando a la idea de que Jesús habría de cumplir una misión divina en la tierra, aunque de cuando en cuando la llama de su fe se reavivaba al recordar ella la visitación de Gabriel antes de que el niño naciera.
EL EPISODIO EN DAMASCO
Los últimos cuatro meses de este año los pasó Jesús en Damasco, como huésped del mercader a quien conociera por primera vez en Filadelfia, cuando iba camino de Jerusalén. Un representante de este mercader, que se encontraba de paso en Nazaret, buscó a Jesús y lo escoltó a Damasco. Este mercader medio judío proponía donar una cuantiosa suma de dinero para el establecimiento de una escuela de filosofía religiosa en Damasco. Soñaba con crear un centro de estudios que pudiera rivalizar y ser superior al de Alejandría. Le propuso a Jesús que emprendiera inmediatamente una larga gira por los centros educacionales del mundo, como paso preparatorio para convertirse luego en el director de este nuevo proyecto. Fue ésta una de las más grandes tentaciones que Jesús tuvo que enfrentar en el curso de su carrera puramente humana.
También este mercader trajo ante Jesús a un grupo de doce mercaderes y banqueros quienes habían acordado patrocinar la proyectada academia. Jesús manifestó un profundo interés en la escuela proyectada, ayudándoles a planificar su organización, pero siempre expresó el temor de que sus otras obligaciones previas, no declaradas, le impedirían aceptar la dirección de una empresa tan ambiciosa. Su pretendido benefactor era persistente; empleó a Jesús como traductor pago en su casa, mientras que él, su esposa, y sus hijos e hijas trataban de convencerlo de que aceptara el honor que se le ofrecía. Pero no se dejó convencer. Bien sabía que su misión en la tierra no requería el patrocinio de ninguna institución de enseñanza; sabía que no debía comprometerse en lo más mínimo a la dirección de los «consejos de los hombres», aunque fueran éstos muy bien intencionados.
Quien fue rechazado por los líderes religiosos de Jerusalén aun después de haber demostrado su liderazgo, fue reconocido y aclamado como maestro magistral por los empresarios y banqueros de Damasco, y todo esto cuando no era aún sino un oscuro y desconocido carpintero de Nazaret.
Él jamás mencionó esta oferta a su familia; a fines de este mismo año nuevamente estaba en Nazaret, cumpliendo con sus deberes cotidianos como si no hubiera tenido que vencer la tentación de las halagadoras propuestas de sus amigos de Damasco. Tampoco asociaron nunca estos hombres de Damasco al futuro ciudadano de Capernaum, que tanto cambiaría el mundo judío, con el excarpintero nazareno que se había atrevido a rechazar el honor que sus fortunas combinadas podrían haberle procurado.
Con gran sagacidad e intencionalmente Jesús se ingenió para separar varios episodios de su vida para que estos nunca llegaran asociarse, a los ojos del mundo, como acciones realizadas por un mismo individuo. Muchas veces, en años posteriores, escuchó el relato de esta misma historia, la crónica de un extraño galileo que declinó la oportunidad de fundar una academia en Damasco para competir con Alejandría.
Uno de los propósitos que Jesús tenía en mente al procurar la separación de ciertos aspectos de su experiencia terrenal, era prevenir la formación de una trayectoria tan versátil y espectacular, que pudiera llevar a las generaciones futuras a venerar al maestro en vez de obedecer la verdad que él había vivido y enseñado. No quería Jesús que una imagen de actuación humana tan destacada llegara a distraer la atención de sus enseñanzas. Muy pronto reconoció que sus seguidores estarían tentados a elaborar una religión basada en él, que tal vez habría de competir con el evangelio del reino que se proponía proclamar al mundo. Por consiguiente, intentó en todo momento suprimir todo elemento de su extraordinaria carrera en la tierra, que, según él, pudiera alimentar esta tendencia humana natural de exaltar al maestro en lugar de proclamar sus enseñanzas.
Este mismo motivo explica también por qué permitió que le conocieran por diferentes títulos durante las distintas épocas de su diversificada vida en la tierra. Además, no quería ejercer cualquier clase de influencia sobre su familia, u otros, que pudieran llevarlos a creer en él, en contra de sus propias convicciones honestas. Siempre rehusó aprovecharse indebida o injustamente de la mente humana. Quería que los hombres creyeran en él sólo si el corazón de ellos respondía sinceramente a las realidades espirituales reveladas por sus enseñanzas.
Hacia fines de este año las cosas marchaban bastante bien en el hogar de Nazaret. Los niños crecían, María se estaba acostumbrando a las ausencias de Jesús. Seguía entregándole sus ganancias a Santiago para el sostén de la familia, reservándose sólo una pequeña porción para sus gastos personales más inmediatos.

Según pasaban los años, resultaba más difícil darse cuenta de que este hombre era un Hijo de Dios sobre la tierra. Parecía tornarse bien semejante a cualquier nativo del reino, un hombre entre los hombres. El Padre celestial había ordenado que el autootorgamiento debiese desarrollarse precisamente de esta manera.