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Nombre: RA
Ubicación: Orv.7, Neb, Sat.606, Ura.

1.23.2007

El decimosexto año de Jesús.

LOS AÑOS DE LA ADOLESCENCIA

AL ENTRAR a los años de su adolescencia, Jesús se encontró como jefe y único sostén de una numerosa familia. Pocos años después de la muerte de su padre habían perdido todas sus propiedades. Según pasaba el tiempo, Jesús iba cobrando conciencia de su preexistencia; al mismo tiempo se daba cuenta cada vez más plenamente de que su presencia en la tierra y en la carne respondía al propósito explícito de revelar su Padre Paradisiaco a los hijos de los hombres.

Ningún adolescente que haya vivido o haya de vivir en este mundo o en otro, ha tenido o tendrá jamás problemas tan difíciles y profundos que resolver ni tan intrincadas dificultades que desentrañar. Ningún joven de Urantia tendrá que pasar jamás por los conflictos angustiosos y las duras pruebas por los que Jesús mismo tuvo que atravesar durante esos arduos años que median entre los quince y los veinte de su edad.
Habiendo tenido pues la experiencia real de vivir estos años de adolescencia en un mundo asediado por el mal y perturbado por el pecado, el Hijo del Hombre llegó a poseer pleno conocimiento de la experiencia vital de los jóvenes de todos los dominios de Nebadon, y así para siempre se convirtió en el comprensivo refugio de los adolescentes acongojados y perplejos de todas las edades y de todos los mundos del universo local.
Lentamente y con certidumbre y a través de la experiencia real, este Hijo divino gana el derecho de convertirse en el soberano de su universo, el gobernante supremo e indisputado de todas las inteligencias creadas en todos los mundos del universo local, el comprensivo refugio de los seres de todas las edades y de todos los grados de dotes y experiencias personales.

EL AÑO DECIMOSEXTO (AÑO 10 d. de J.C.)

El Hijo encarnado tuvo una infancia y niñez sin experiencias extraordinarias. Emergió luego de la penosa y difícil etapa de transición entre la infancia y la juventud —llegó a ser el Jesús adolescente.
Este año alcanzó él su plena estatura física. Era un hermoso joven viril, cada vez más serio y reservado, al mismo tiempo que compasivo y amable. Tenía una mirada dulce, pero inquisitiva; su sonrisa era siempre simpática y reconfortante; su voz, musical y al mismo tiempo fuerte y enérgica; su saludo, cordial, pero sin afectación. Siempre, incluso en los contactos más comunes, parecía traslucirse la esencia de una doble naturaleza: la humana y la divina. Siempre se trasmitía esa combinación de amigo cordial y de maestro autoritario. Y estos rasgos de personalidad comenzaron a manifestarse desde temprano, ya desde su adolescencia.
Este joven físicamente robusto y fuerte también había adquirido el pleno desarrollo de su intelecto humano, aunque no la completa experiencia del pensamiento humano pero sí la plena capacidad para tal desarrollo del intelecto. Poseía un cuerpo sano y bien proporcionado, una mente aguda y analítica, una disposición de ánimo generosa y compasiva, un temperamento un tanto fluctuante pero acometedor, cualidades éstas que se estaban integrando en una personalidad fuerte, admirable y atractiva.

Según pasaba el tiempo, se hacía más difícil para su madre y sus hermanos y hermanas comprenderle; sus palabras los confundían e interpretaban mal sus acciones. No estaban preparados para comprender la vida de su hermano mayor, porque su madre les había dado a entender que él estaba destinado a ser el libertador del pueblo judío. Después de oír de labios de María tales insinuaciones como secretos de familia, imaginaos su confusión cuando escuchaban a Jesús negar categóricamente toda idea e intención en este sentido.

Este año Simón comenzó la escuela, y la familia se vio obligada a vender otra casa. Santiago se encargaba de la enseñanza de sus tres hermanas, dos de las cuales ya tenían edad para emprender estudios serios. Tan pronto como Ruth creció, confiaron su educación a Miriam y Marta. Ordinariamente las muchachas de las familias judías recibían poca educación, pero Jesús opinaba (y su madre convenía en esto) que las chicas debían ir a la escuela lo mismo que los varones, y puesto que la escuela de la sinagoga no las admitiría, hubo que establecer clases privadas especialmente para ellas en el hogar.

Durante este año entero Jesús no pudo alejarse casi nunca de su banco de carpintero. Afortunadamente tenía trabajo de sobra; la calidad de su producción era tal que no estuvo nunca ocioso aunque escasease el trabajo en esa región. A veces tenía tanto que hacer que Santiago lo ayudaba.
Para fines de este año ya casi había tomado la decisión de dedicarse públicamente, después de criar a sus hermanos y verlos casados, a su labor de maestro de la verdad y revelador del Padre celestial en el mundo. Sabía que no se convertiría en el Mesías que esperaban los judíos, pero decidió que no valía la pena hablar de estos asuntos con su madre; puesto que sus palabras en el pasado poco o nada habían hecho para convencerla, y recordaba además que su padre no había conseguido nunca hacerle cambiar de opinión, le pareció más práctico permitirle que siguiera abrigando las ilusiones que quisiese. A partir de este año conversó cada vez menos con su madre y con otros acerca de estos problemas. Su misión era tan singular que ningún ser habitante de la tierra podía aconsejarlo respecto a su consecución.

Pese a su juventud fue un verdadero padre para la familia; pasaba todo el tiempo posible con los pequeños, que lo amaban de todo corazón. Su madre sufría de verlo trabajar tan duro; se apenaba de que estuviera atado día tras día al banco de carpintero para mantener a la familia, en lugar de estar en Jerusalén y estudiar junto a los rabinos, como con tanto cariño lo habían planeado. Si bien en muchos aspectos María no lo comprendía, amaba a su hijo y estaba llena de admiración y gratitud por la buena voluntad de Jesús al asumir la responsabilidad del hogar.

El decimoquinto año de Jesús.



EL AÑO DECIMOQUINTO (AÑO 9 d. de J.C.)

A mediados de este quinceavo año —estamos computando el tiempo según el calendario del siglo veinte, no de acuerdo con el calendario judío— Jesús había tomado firmemente en sus manos la administración de los asuntos de su familia. Antes de finalizar el año ya casi habían desaparecido los ahorros de la familia, y tuvo que enfrentarse pues con la necesidad de vender una de las casas de Nazaret que José y su vecino Jacobo poseían en sociedad.
El miércoles 17 de abril del año 9 d. de J.C., por la noche, nació Ruth, la más pequeña de la familia; Jesús hizo todo lo que pudo por tomar el lugar de su padre, siendo el sostén y consuelo de su madre en estos momentos particularmente difíciles y colmados de tristeza. Durante casi veinte años (hasta que comenzó su ministerio público) ningún padre pudo haber amado y educado a su hija más afectuosa y fielmente de lo que Jesús cuidó a la pequeña Ruth. Fue un padre igualmente bueno para con los demás miembros de la familia.

Durante este año compuso Jesús la oración que posteriormente enseñaría a sus apóstoles, y que muchos conocen como «El Padre Nuestro». En cierto modo fue ésta algo que evolucionó antes del altar familiar, pues tenían ellos muchas fórmulas de alabar y varias oraciones formales. Después de la muerte de su padre, Jesús intentó enseñar a los niños mayores que podían expresarse individualmente en sus oraciones —así como le gustaba a él hacerlo— pero no alcanzaban a entender su pensamiento e invariablemente volvían a caer en la repetición de las oraciones aprendidas de memoria. Para estimular a los mayores entre sus hermanos y hermanas a que se expresaran espontáneamente en sus rezos, Jesús trataba de mostrarles el camino con palabras y frases sugestivas; de manera tal que, sin intención alguna por su parte, resultó que todos ellos utilizaban oraciones basadas casi enteramente en lo que Jesús les había sugerido.

Finalmente, Jesús renunció a la idea de que cada uno de los miembros de su familia formule sus oraciones espontáneas, y una noche de octubre, sentando junto a la mesa baja de piedra, escribió a la luz de la pequeña lámpara en una tablilla de cedro de unos cincuenta centímetros de cada lado, con un pedazo de carbón, la oración que desde ese momento sería la que habría de pronunciar normalmente toda su familia.
Durante este año Jesús estuvo atormentado por pensamientos confusos. La responsabilidad familiar le había quitado por el momento toda intención de dedicarse de inmediato a «los asuntos de su Padre» según se le había mandado durante la visitación que ocurriera en Jerusalén. Con justicia razonaba Jesús que el cuidado de la familia de su padre terrenal tenía prioridad sobre todos los demás deberes, que mantener a su familia debía ser su primera obligación.

En el curso de este año halló Jesús en el así llamado Libro de Enoc un pasaje que le sugirió la adopción futura del término «Hijo del Hombre» para designar su misión autootorgadora en Urantia. Mucho había reflexionado sobre la idea del Mesías judío y estaba firmemente convencido de que él no había de ser ese Mesías. Anhelaba ayudar al pueblo de su padre, pero no pensó nunca en conducir a los ejércitos judíos para derrocar la dominación extranjera en Palestina. Sabía que jamás ocuparía el trono de David en Jerusalén. Tampoco creía Jesús que su misión de liberador espiritual o de maestro de los valores morales se limitara únicamente al pueblo judío. Por eso su misión de vida no podía ser de ninguna manera el cumplimiento de los intensos anhelos y de las presuntas profecías mesiánicas de las escrituras hebreas; por lo menos no de la manera en que comprendían los judíos estas predicciones de los profetas. Asímismo estaba seguro de que nunca habría de aparecer como el Hijo del Hombre descrito por el profeta Daniel.

Pero cuando le llegara la hora de salir al mundo para desarrollar su misión de maestro universal, ¿cómo se llamaría a sí mismo? ¿De qué manera definiría su misión? ¿Por qué nombre lo llamarían las multitudes que acabarían por creer en sus enseñanzas?

Mientras le daba vueltas y más vueltas a estos problemas en su mente encontró, en la biblioteca de la sinagoga de Nazaret, entre los libros apocalípticos que había estado estudiando, este manuscrito llamado «El Libro de Enoc»; y aunque estaba seguro que no había sido escrito por el Enoc de antaño, le resultó muy interesante y lo leyó y releyó muchas veces. Un pasaje en particular le hizo mucha impresión, un pasaje en el cual aparecía este término de «Hijo del Hombre». El autor del llamado Libro de Enoc hablaba del Hijo del Hombre, describiendo la obra que habría de hacer en la tierra y explicando que este Hijo del Hombre, antes de descender a esta tierra para salvar a la humanidad, había caminado por los atrios de la gloria celestial junto a su Padre, el Padre de todos; y que le había dado la espalda a la majestad y la gloria para descender a la tierra con el fin de proclamar la salvación a los mortales necesitados. Según Jesús leía estos pasajes (sabiendo muy bien que gran parte del misticismo oriental entremezclado con esas enseñanzas era falaz), sintió en su corazón y reconoció en su mente que, de todas las predicciones mesiánicas de las escrituras hebreas y de todas las teorías acerca del liberador judío, ninguna estaba tan cerca de la verdad como este relato escondido en las páginas del Libro de Enoc, sólo parcialmente acreditado; allí mismo y en ese mismo momento decidió pues que adoptaría el nombre de «Hijo del Hombre» como título inaugural de su misión; cosa que efectivamente hizo más adelante al comenzar su ministerio público. Jesús tenía una habilidad infalible para reconocer la verdad, y nunca vacilaba en abrazar la verdad, no importa de cuál fuente pareciera emanar.

Por esta época ya había decidido mucho acerca de su obra futura para el mundo, pero nada dijo de estos asuntos a su madre, que seguía aferrándose a la idea de que él sería el Mesías judío.

La gran confusión de la época juvenil de Jesús volvió a surgir en estos momentos. Habiendo definido en cierto modo la naturaleza de su misión en la tierra, «ocuparse de los asuntos de su Padre» —revelar para toda la humanidad la naturaleza amorosa de su Padre— nuevamente se puso a discurrir las muchas declaraciones de las escrituras que se referían a la venida de un libertador nacional, un maestro o un rey judío. ¿A qué acontecimiento se referían estas profecías? ¿Acaso no era él judío? ¿Lo era o no era? ¿Era o no era él de la casa de David? Su madre afirmaba que lo era; su padre había dictaminado que no lo era. Él decidió que no. Pero, ¿habían confundido los profetas la naturaleza y misión del Mesías?

Después de todo, ¿era acaso posible que su madre tuviera razón? En la mayoría de los casos, cuando habían surgido diferencias de opinión en el pasado, ella había tenido razón. Si es cierto que él sería un nuevo maestro y no el Mesías, ¿cómo haría para reconocer al Mesías judío si apareciese éste en Jerusalén durante el tiempo de su misión terrestre? Más aun ¿cuál habría de ser su relación con este Mesías judío? Después de emprender su misión en la vida, ¿cuál habría de ser su relación con su familia, con la comunidad y la religión judías, con el Imperio Romano, con los gentiles y sus religiones? Cada uno de estos problemas importantísimos pasaban por la mente de este joven galileo quien los consideraba seriamente mientras seguía trabajando en el banco de carpintero, ganándose laboriosamente la vida, y ganándola para su madre y otras ocho bocas hambrientas.

Antes del fin de este año María vio que los fondos de la familia disminuían; delegó la venta de palomas a Santiago. Compraron una segunda vaca, y con la ayuda de Miriam comenzaron a vender leche a sus vecinos de Nazaret.
Sus períodos de meditación profundos, sus frecuentes viajes a lo alto de la colina para orar, y las muchas ideas extrañas que Jesús proponía de vez en cuando, alarmaban considerablemente a su madre. A veces ella pensaba que el joven estaba fuera de sí, pero se tranquilizaba al recordar que él era, después de todo, un hijo de promesa y, de alguna manera, diferente de los otros jóvenes.
Pero Jesús estaba aprendiendo a no expresar todos sus pensamientos, a no presentar todas sus ideas al mundo; ni siquiera a su propia madre. A partir de este año, las revelaciones de Jesús acerca de lo que pasaba por su mente fueron reduciéndose cada vez más; es decir, que cada vez hablaba menos de asuntos incomprensibles para una persona corriente, cuya mención pudiera llevar a otros a considerarlo raro, diferente del común de la gente. En apariencia se volvió un ser común y convencional, aunque anhelaba encontrarse con alguien que pudiera entender sus problemas. Deseaba tener un amigo fiel y de confianza, pero sus problemas eran demasiado complejos para la comprensión de los seres humanos que lo rodeaban. La singularidad de su situación especial le obligó a soportar a solas el peso de sus cargas.

EL PRIMER SERMÓN EN LA SINAGOGA

Al cumplir los quince años, Jesús ya podía ocupar oficialmente el púlpito de la sinagoga los sábados. Muchas veces antes, cuando faltaban oradores, le habían pedido a Jesús que leyese las escrituras, pero ahora había llegado el día en que, según la ley, podía oficiar el servicio. Por consiguiente, el primer sábado después de su decimoquinto cumpleaños el chazán dispuso que Jesús dirigiera los oficios matutinos en la sinagoga. Cuando todos los fieles en Nazaret se hubieron congregado, el joven, haciendo su selección de las escrituras, se levantó y comenzó a leer:
«El espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque me ungió el Señor; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar la libertad a los cautivos, y a los presos espirituales apertura de la cárcel, a proclamar el año de la buena voluntad de Dios y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados, a darles belleza en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, canto de alabanza en vez de espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío del Señor, para gloria suya.
«Buscad lo bueno, y no lo malo, para que viváis, porque así el Señor, el Dios de los ejércitos, estará con vosotros. Aborreced el mal y amad el bien; estableced el juicio en la puerta. Quizá el Señor Dios tendrá piedad del remanente de José.
«Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo y aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado. Haced justicia al huérfano, amparad a la viuda.
«¿Con qué me presentaré el Señor, a inclinarme ante el Señor de toda la tierra? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará el Señor de millares de carneros, decenas de millares de ovejas, o con ríos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? ¡No!, porque el Señor nos ha mostrado, oh hombres, lo que es bueno. Y qué pide el Señor de ti: solamente hacer justicia, amar misericordia, y caminar humildemente con tu Dios».
«¿A quién, pues, haréis semejante a Dios que está sentado sobre el círculo de la tierra? Levantad en alto vuestros ojos y mirad quien creó todos estos mundos, quien saca y cuenta su ejército, a todos llama por sus nombres. Él hace todas estas cosas por la grandeza de su poder, y porque es poderoso ninguna faltará. Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios. Te esfuerzo y te ayudaré; sí, te sustentaré con la diestra de mi justicia, porque yo soy el Señor tu Dios. Y te sostiene de tu mano derecha, y te dice: no temas, yo te ayudo.
«Y vosotros sois mis testigos, dice el Señor, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis en mí, y entendáis que yo soy el Eterno. Yo, sólo yo, soy el Señor, y fuera de mí no hay quien salve».

Después de leer así se sentó, y la gente se fue a sus casas discurriendo las palabras que con tanto donaire les había leído. Nunca le habían visto los de su pueblo tan magníficamente solemne; nunca le habían oído leer con una voz tan apremiante y tan sincera; nunca lo habían observado tan decidido y maduro, con tanta autoridad.

Ese mismo sábado por la tarde escaló Jesús la colina de Nazaret en compañía de Santiago. Al regresar al hogar Jesús escribió con un carbón sobre dos tablillas los Diez Mandamientos en griego. Luego Marta coloreó y adornó estas tablillas y durante mucho tiempo estuvieron colgadas en la pared sobre el pequeño banco de trabajo de Santiago.

LA LUCHA FINANCIERA

Paulatinamente, Jesús y su familia retornaron a la vida simple de sus primeros años. Sus ropas e incluso sus alimentos se simplificaron. Tenían leche, mantequilla y queso en abundancia, y durante la estación apropiada disfrutaban de los frutos de su huerto; pero cada mes que pasaba los obligaba a una mayor frugalidad. Su desayuno era muy simple, pues guardaban los mejores alimentos para la cena. Sin embargo, entre estos judíos la falta de riqueza no implicaba inferioridad social.
Ya este joven había llegado a tener una comprensión casi completa de cómo vivían los hombres de su tiempo. Y cuán bien entendía él la vida del hogar, del campo y del taller de trabajo quedó claramente demostrado en sus enseñanzas posteriores, que tan pletóricamente revelan su íntimo contacto con todas las fases de la experiencia humana.
El chazán de Nazaret seguía aferrado a la creencia de que Jesús había de convertirse en un gran maestro, probablemente en sucesor del famoso Gamaliel en Jerusalén.
Aparentemente todos los planes de Jesús para una carrera se habían desbaratado. Tal como estaban las cosas, el futuro no parecía sonreírle. Pero no vaciló ni se desalentó, sino que vivía, día tras día, desempeñando bien su deber presente y cumpliendo fielmente con las obligaciones inmediatas de su situación en el mundo. La vida de Jesús es el consuelo sempiterno de todos los idealistas desilusionados.

El pago de los carpinteros jornaleros iba disminuyendo lentamente. A fines de este año Jesús podía ganar, trabajando de sol a sol, sólo el equivalente de unos veinticinco centavos de dólar diarios. El año siguiente les resultó difícil pagar los impuestos civiles, sin hablar de la contribución a la sinagoga y el impuesto de medio siclo del templo. El recaudador de impuestos intentó sacarle aun más dinero a Jesús durante este año, llegando hasta amenazar con llevarse su arpa.
Temiendo que el ejemplar de las escrituras en griego pudiera ser descubierto y confiscado por los recaudadores de impuestos, Jesús lo obsequió a la biblioteca de la sinagoga de Nazaret en ocasión de su decimoquinto cumpleaños; fue ésta su ofrenda de madurez al Señor.

El peor momento de su decimoquinto año de vida lo pasó Jesús en Séforis cuando se encontraba allí para escuchar el veredicto de Herodes, ante quien había apelado para resolver una disputa sobre el pago adeudado a José en el momento de su muerte accidental. Jesús y María esperaban recibir una suma considerable de dinero, pero el tesorero de Séforis les había ofrecido una cantidad ínfima. Los hermanos de José resolvieron pues apelar ante el mismo Herodes; por eso se encontraba ahora Jesús en el palacio, de pie ante Herodes, y le escuchó decretar que nada se le debía a su padre en el momento de su muerte. Esta decisión tan injusta bastó para que Jesús no volviera a confiar nunca más en Herodes Antipas; no es sorprendente que en una ocasión se refiriera a Herodes como «ese zorro».

El duro trabajo de Jesús en el banco de carpintero durante este año y los subsiguientes, le impidió departir con los viajeros de las caravanas. Ya un tío suyo se había hecho cargo de la tienda de provisiones de la familia, y Jesús trabajaba en el taller de la casa para poder estar cerca de su familia y así ayudar a María en cuanto a los niños. Por aquel entonces, empezó a enviar a Santiago a la parada de las caravanas donde alimentaban a los camellos para obtener noticias sobre los acontecimientos mundiales; de este modo intentaba Jesús mantenerse al día.

Según se adentraba en la madurez, hubo de pasar por los conflictos y confusiones típicos de todo joven promedio de todas las eras humanas anteriores y subsecuentes. Y la dura disciplina inherente a la obligación de mantener a su familia fue una salvaguarda segura contra el que haya tenido tiempo para la meditación ociosa o la complacencia en tendencias místicas.

Éste fue el año en que Jesús arrendó una parcela considerable de terreno justo al norte de la casa, para que la familia tuviera su huerto. Se subdividió el terreno para que cada uno de los hermanos mayores tuviera su propia parcela, y compitieron entre sí al dedicarse con entusiasmo a las faenas agrícolas. Durante la temporada de cultivo de las legumbres, Jesús, su hermano mayor, pasaba algún tiempo con ellos todos los días en el huerto. Al trabajar con sus hermanos menores en el huerto, Jesús muchas veces abrigó el deseo de vivir con su familia en el campo, en una granja, para disfrutar de la libertad de una vida sin trabas. Pero no estaban en el campo, y Jesús, siendo tan un joven profundamente práctico como un idealista, atacó vigorosa e inteligentemente su problema tal como lo encontró, haciendo todo lo que estaba a su alcance para que él y su familia se adaptaran a la realidad de su situación y tratando de satisfacer en el mayor grado posible sus aspiraciones individuales y colectivas.

En cierto momento abrigó Jesús la vaga esperanza de poder comprar una pequeña granja con el dinero que le debían a su padre por su trabajo en la construcción del palacio de Herodes, siempre y cuando pudieran recaudar esa suma considerable de dinero. Había pensado seriamente en establecer a su familia en el campo. Pero al negarse Herodes a pagarles el dinero que se le debía a José, tuvieron que renunciar a la ambición de tener una casa en el campo. Tal como estaban las cosas, se las ingeniaban para disfrutar de muchas de las experiencias de la vida campestre, puesto que ahora tenían tres vacas, cuatro ovejas, una cría de pollos, un asno y un perro, además de las palomas. Aun los más pequeños tenían sus obligaciones regulares dentro del plan de administración bien organizado que caracterizaba la vida doméstica de esta familia nazarena.

Al concluir su decimoquinto año concluyó Jesús la peligrosa y difícil travesía de ese período intermedio de la vida humana, ese período de transición entre la despreocupación y complacencia de la niñez y la noción del advenimiento de la edad adulta con su carga de responsabilidades y oportunidades para la adquisición de la experiencia avanzada en el desarrollo de un carácter noble. Ya había concluído el período de crecimiento mental y físico; ahora comenzaría la verdadera carrera de este joven nazareno.

El decimocuarto año de Jesús.

LOS DOS AÑOS CRUCIALES

DE TODAS las experiencias de la vida terrenal de Jesús, los años catorce y quince de su vida fueron los más cruciales. Estos dos años, después de que comenzara Jesús a cobrar conciencia de su divinidad y destino, y antes de que lograra un alto grado de comunicación con su Ajustador residente fueron los más atribulados de su extraordinaria vida en Urantia. Es este período de dos años el que debería llamarse la gran prueba, la verdadera tentación. Ningún joven humano, al experimentar las confusiones y los problemas de adaptación inherentes a la adolescencia, hubo de someterse jamás a una prueba más crucial que aquella por la que pasó Jesús durante su transición de la niñez a la juventud.

Este importante período en el desarrollo juvenil de Jesús comenzó al término de su visita a Jerusalén y a su regreso a Nazaret. Al principio María estaba feliz con la idea de haber nuevamente recobrado a su hijo, de que Jesús había vuelto al hogar como hijo obediente, como siempre lo había sido, y que de ahí en adelante sería más receptivo a los planes de ella para su vida futura. Pero no habría de solazarse por mucho tiempo en este sol de ilusión materna y de orgullo familiar no confesado; muy pronto habría de desilusionarse aun más. Cada vez más gozaba el muchacho en la compañía de su padre; cada vez acudía menos a ella con sus problemas; al mismo tiempo ambos padres cada vez más tenían dificultades en entender las frecuentes fluctuaciones de Jesús entre los asuntos de este mundo y la contemplación de su relación con los asuntos de su Padre. Francamente, no lo comprendían, aunque lo amaban tiernamente.

A medida que Jesús crecía, se profundizaban en su corazón la compasión y el amor por el pueblo judío; pero con el paso de los años se fue acentuando en su mente un recto resentimiento por la presencia de los sacerdotes nombrados por razones políticas en el templo del Padre. Jesús tenía un gran respeto a los fariseos sinceros y a los escribas honestos, pero mucho despreciaba a los fariseos hipócritas y a los teólogos deshonestos, y miraba con desdén a todos los líderes religiosos que no eran sinceros. Cuando escudriñaba el liderazgo de Israel, le tentaba a veces contemplar la posibilidad de convertirse en el Mesías que esperaban los judíos, pero no cayó nunca en esa tentación.
La crónica de sus hazañas entre los sabios del templo en Jerusalén causó placer en Nazaret, especialmente entre los antiguos maestros de Jesús en la escuela de la sinagoga. Durante un tiempo las alabanzas andaban en labios de todos. La aldea entera relataba su sabiduría y su conducta ejemplar cuando niño y predecía que estaba destinado a convertirse en un gran líder de Israel; finalmente saldría de Nazaret de Galilea un maestro verdaderamente superior. Todos ellos anhelaban el momento en que Jesús cumpliera los quince años, porque entonces se le permitiría leer regularmente las escrituras en la sinagoga durante los servicios del sábado.

EL AÑO DECIMOCUARTO (AÑO 8 d. de J.C.)

Es éste el año calendario de su catorze cumpleaños. Había aprendido muy bien a hacer yugos y también sabía trabajar la lona y el cuero. Tambíen se estaba convirtiendo rápidamente en carpintero y ebanista experto. Ese verano frecuentemente trepaba a la cima de la colina situada al noroeste de Nazaret, para orar y meditar. Gradualmente iba cobrando más y más conciencia de la naturaleza de su autootorgamiento en la tierra.

Esta colina había sido, poco más de cien años antes, el «lugar alto de Baal»; allí se encontraba la tumba de Simeón, renombrado santo varón de Israel. Desde la cima de la colina de Simeón, Jesús dominaba Nazaret y el campo circundante. Divisaba Meguido y recordaba la historia del ejército egipcio que allí ganó su primera gran victoria en Asia; y cómo, posteriormente, otro ejército como ése derrotó al rey judeo Josías. No muy lejos de allí podía divisar Taanac, allí donde Débora y Barac derrotaron a Sísara. A lo lejos se asomaban las colinas de Dotán, donde, según le habían enseñado, los hermanos de José lo vendieron como esclavo a los egipcios. Al volver la vista hacia Ebal y Gerizim, rememoraba las tradiciones de Abraham, Jacob y Abimelec. Así que recordaba y reflexionaba sobre los acontecimientos históricos y tradicionales del pueblo de su padre José.

Proseguía con sus cursos avanzados de lectura bajo la dirección de los maestros de la sinagoga; al mismo tiempo también se ocupaba de la educación en el hogar de sus hermanos y hermanas a medida que crecían.
A principios de este año, José dispuso ahorrar los ingresos que proveían de sus propiedades en Nazaret y Capernaum para pagar el prolongado curso de estudios de Jesús en Jerusalén puesto que se había planeado que Jesús vaya a Jerusalén en agosto del año siguiente, después de cumplir los quince años.

Ya para comienzos de este año abrigaban José y María frecuentes dudas acerca del destino de su hijo primogénito. Por cierto, Jesús era un muchacho brillante y amable, pero él era tan difícil de comprender, tan evasivo de entender; además, nada acontecía que tuviera visos de extraordinario o de milagroso. Decenas de veces, esta madre orgullosa había esperado ansiosamente, casi sin respirar, un gesto sobrehumano, una acción milagrosa de su hijo; pero siempre esta esperanza anhelante se había visto destruída, dando paso a la desilusión más cruel. Esta situación era desalentadora, aun descorazonadora. El pueblo devoto de aquellos tiempos creía sinceramente que los profetas y los hombres de promesa manifestaban siempre su misión y establecían su autoridad divina por realizar milagros y por hacer maravillas. Pero Jesús no hacía nada de eso; por lo cual la confusión de sus padres se acrecentaba con el paso del tiempo al contemplar el futuro de este hijo.
De muchas maneras se reflejaba en el hogar la situación económica más desahogada de esta familia de Nazaret, siendo una de ellas la aparición de mayor cantidad de tablillas blancas lisas que se usaban como pizarras en las que se escribía con carbón. También pudo Jesús reanudar sus clases de música, pues le encantaba tocar el arpa.
A lo largo de este año puede decirse en verdad que Jesús «creció en el favor de los hombres y de Dios». Las perspectivas de la familia parecían buenas; el futuro, resplandeciente.

LA MUERTE DE JOSÉ

Todo marchaba bien hasta aquel aciago martes 25 de septiembre; ese día un mensajero proveniente de Séforis trajo a esta casa nazarena la trágica noticia de que José, mientras trabajaba en la residencia del gobernador, había sufrido graves lesiones al desmoronarse una cabría. El mensajero de Séforis, camino a la casa de José, se detuvo en el taller, donde informó a Jesús del accidente de su padre; ambos fueron juntos a la casa para llevar la triste nueva a María. Jesús quería ir inmediatamente a ver a su padre, pero María no quiso atender razones excepto que sólo sabía que debía correr a estar junto a su marido. Decidió que iría a Séforis en compañía de Santiago, por entonces de diez años de edad, mientras que Jesús se quedaría en la casa cuidando de los niños más pequeños hasta su regreso, pues no sabía cuán grave era el estado de José. Pero José murió como consecuencia de sus lesiones antes de la llegada de María. Lo trajeron a Nazaret y al día siguiente se le enterró junto a sus padres.

En el preciso momento en que el futuro parecía sonreírles lleno de buenas perspectivas, una mano al parecer cruel había derribado al jefe de esta familia de Nazaret, desgarrando el corazón de este hogar; los planes para Jesús y para su educación futura quedaron destruidos. Este joven carpintero, que acababa de cumplir catorce años, despertó a una cruel realidad: no sólo tendría que cumplir con el mandato de su Padre celestial, o sea revelar la naturaleza divina en la tierra y en la carne, sino que en su joven naturaleza humana debería asumir también la responsabilidad de su madre viuda y de siete hermanos y hermanas y de la que aún no había nacido. Este joven nazareno se convirtió de golpe en el único sostén y consuelo de su familia tan súbitamente afligida por la desgracia. Así pues se permitió que ocurriesen en Urantia estos acontecimientos de orden natural que obligarían a este joven de destino a asumir tan pronto la responsabilidad, onerosa pero a la vez altamente educacional y disciplinaria, de convertirse en el jefe de una familia humana, padre de sus propios hermanos y hermanas, sostén y apoyo de su madre, guardián de la casa de su padre, el único hogar que había de conocer mientras estuvo en este mundo.

Jesús supo aceptar con buena disposición las responsabilidades caídas tan súbitamente sobre sus hombros y cumplió fielmente con estas obligaciones hasta el fin. Por lo menos se había resuelto, aunque en forma trágica, un gran problema, una dificultad prevista en su vida —ya no tendría que ir a Jerusalén para estudiar con los rabinos. Siempre fue verdad que Jesús «no se doblegó ante los pies de nadie». Estaba siempre dispuesto a aprender de quien fuese, aun del más humilde entre los niños, pero jamás derivó de fuentes humanas la autoridad para enseñar la verdad.

Aún nada sabía de la visitación de Gabriel a su madre antes de su nacimiento; lo supo por Juan el día de su bautismo, al comienzo de su ministerio público.
Según pasaban los años, este joven carpintero de Nazaret valoraba cada vez más las instituciones de la sociedad y las costumbres religiosas con un criterio invariable: ¿Qué es lo que hace por el alma humana? ¿Acerca Dios al hombre? ¿Acerca el hombre a Dios? Aunque el joven no había abandonado por completo el aspecto recreativo y social de la vida, cada vez más dedicaba su tiempo y energías a sólo dos fines: el cuidado de su familia y la preparación para hacer en la tierra la voluntad celestial de su Padre.
En las noches de invierno de este año, los vecinos se hicieron el hábito de aparecerse por la casa para escuchar a Jesús tocar el arpa, relatar historias (porque el mancebo era un narrador magistral) y leer las escrituras en griego.
Los asuntos económicos de la familia seguían andando bastante bien pues había quedado una suma considerable de dinero en el momento de la muerte de José. Jesús no tardó en demostrar que poseía un agudo sentido de los negocios y sagacidad en los asuntos financieros. Era liberal, pero frugal; ahorrativo, pero generoso, y demostró ser un administrador prudente y eficaz de la herencia de su padre.

Pero a pesar de todos los esfuerzos de Jesús y de los vecinos nazarenos por traer un poco de alegría a la casa, María y aun los pequeños estaban sumidos en la tristeza. José ya no estaba. José había sido un marido y un padre excepcional, y todos lo extrañaban. Su muerte parecía aun más trágica por no haber podido ellos hablarle ni recibir su última bendición.

El treceavo año de Jesús. Continuación II

LA PARTIDA DE JOSÉ Y MARÍA (continuación del 13vo año)

Se había dispuesto que el grupo de Nazaret debía reunirse en la zona del templo al promediar la mañana del primer día de la semana siguiente al festival de la Pascua. Así lo hicieron, y allí comenzaron su viaje de regreso a Nazaret. Jesús había ido al templo para escuchar los debates mientras sus padres aguardaban la llegada de sus compañeros de viaje. Enseguida los nazarenos se prepararon para partir, separándose como era costumbre en estos viajes de ida o vuelta a las festivales de Jerusalén en un grupo de hombres y uno de mujeres. En el viaje de ida Jesús había acompañado a su madre y a las otras mujeres. Pero ahora, siendo un joven consagrado, se suponía que viajaría de vuelta a Nazaret con su padre en el grupo de los hombres. Sin embargo, al emprender los nazarenos el camino de regreso hacia Betania, Jesús aún se encontraba en el templo, tan absorto en escuchar una discusión sobre los ángeles, que había perdido completamente la noción del tiempo y se le pasó la hora indicada para partir con sus padres. No se dio cuenta de que se había quedado atrás hasta el receso del mediodía de los debates en el templo.

Los viajantes nazarenos por su parte tampoco se dieron cuenta de la ausencia de Jesús, porque María suponía que él se había integrado al grupo de los hombres, mientras que José pensaba que viajaría con las mujeres, puesto que en el viaje de ida había ido con ellas, conduciendo el asno de María. Así pues no descubrieron la ausencia de Jesús hasta llegar a Jericó y prepararse para pasar la noche. Después de preguntarles a los rezagados que iban llegando a Jericó y de enterarse de que ninguno de ellos había visto a su hijo, pasaron una noche sin reposo haciendo conjeturas de toda índole sobre qué podía haberle ocurrido a Jesús, rememorando a la vez sus extrañas reacciones ante los acontecimientos de la semana pascual, y regañándose suavemente el uno al otro por no haberse asegurado de su presencia en el grupo antes de salir de Jerusalén.

EL PRIMER DÍA Y EL SEGUNDO DÍA EN EL TEMPLO
Entretanto Jesús había permanecido en el templo durante toda la tarde escuchando las discusiones y disfrutando de una atmósfera más apacible y decorosa, puesto que las grandes multitudes de la semana de Pascua casi habían desaparecido. Al concluir las discusiones de la tarde, en ninguna de las cuales participó Jesús, se dirigió a Betania, llegando precisamente cuando la familia de Simón se disponía a sentarse a la mesa. Los tres jóvenes se regocijaron mucho de ver a Jesús, el cual pasó la noche en casa de Simón. Poco participó en las conversaciones esa velada, permaneciendo en cambio a solas largo rato en el jardín, sumido en sus meditaciones.

Al día siguiente Jesús se levantó temprano, dirigiéndose al templo. En la cresta del Monte de los Olivos se detuvo y lloró el espectáculo que se desenvolvía ante sus ojos —el de un pueblo espiritualmente empobrecido, encadenado por las tradiciones, viviendo bajo la vigilancia de las legiones romanas. Al promediar la mañana se encontraba en el templo, decidido a tomar parte en los debates. Mientras tanto, José y María también se habían levantado al amanecer con la intención de desandar el camino a Jerusalén. Primero acudieron apresuradamente a la casa de sus parientes en la que todos ellos se habían hospedado durante la semana pascual; pero por averiguaciones dedujeron de hecho que nadie había visto a Jesús. Después de buscar todo el día sin hallar rastros de él, regresaron a la casa de sus parientes para pasar la noche.

En la segunda conferencia, Jesús se atrevió a hacer algunas preguntas, participando de un modo sorprendente en las discusiones del templo, aunque siempre respetuoso, como correspondía a su corta edad. En ocasiones, sus preguntas directas ponían en aprietos a los eruditos maestros de la ley judía, pero tan clara e ingenuamente se manifestaba su noción sincera de la justicia y tan evidente era su sed de conocimiento que casi todos los maestros del templo estaban dispuestos a tratarle con la mayor consideración. Pero cuando se atrevió a poner en tela de juicio la justicia en la pena de muerte para un gentil que, embriagado, se había salido del patio de los gentiles penetrando inadvertidamente en los recintos prohibidos, supuestamente sacros, del templo, uno de los maestros más intolerantes se impacientó con la crítica implícita del muchacho y, fulminándole con la mirada desde su imponente altura, le preguntó cuántos años tenía. Jesús replicó: «Trece años aunque me falta un poco más de cuatro meses para cumplirlos». «Entonces», reiteró el airado maestro, «¿qué haces aquí, si ni siquiera tienes edad suficiente para ser hijo de la ley?» Al explicar Jesús que había sido consagrado durante la Pascua, y que era un estudiante graduado de las escuelas de Nazaret, los maestros replicaron al unísono con aire burlón: «Haberlo sabido: ¡es de Nazaret!» Pero el jefe arguyó que Jesús no tenía la culpa si los dirigentes de la sinagoga nazarena le habían permitido que se graduara formalmente a los doce años en lugar de los trece; aunque varios de sus detractores se levantaron y se fueron, se dictaminó pues que el muchacho podía seguir asistiendo como alumno a las discusiones en el templo.

Al acabar ésta, su segunda jornada en el templo, nuevamente fue Jesús a Betania para pasar la noche. Nuevamente salió al jardín para meditar y orar. Bien se podía ver que su mente se debatía bajo el peso de problemas muy serios.

EL TERCER DÍA EN EL TEMPLO

Durante esta tercera jornada de Jesús en el templo con los escribas y maestros, se reunió en la sinagoga una muchedumbre curiosa, pues se había corrido la voz de la presencia de este mancebito de Galilea que confundía a los sabios de la ley. También vino Simón desde Betania, para ver qué estaba haciendo el muchacho. Durante toda la jornada José y María seguían buscando ansiosamente a Jesús, e incluso llegaron a entrar varias veces al templo, pero no se les ocurrió acercarse a los diversos grupos de discusión, aunque en una ocasión se encontraban casi al alcance de la fascinante voz del joven.

Antes de que terminara el día, la atención del grupo de debate principal del templo estuvo monopolizada por las preguntas de Jesús. Algunas de estas preguntas eran:
1. ¿Qué es lo que hay realmente en el santo de los santos, detrás del velo?
2. ¿Por qué las madres de Israel deben separarse de los creyentes varones en el templo?
3. Si Dios es un padre que ama a sus hijos, ¿por qué tanta matanza de animales para ganar el favor divino? ¿Es que se han interpretado erróneamente las enseñanzas de Moisés?
4. Puesto que el templo está dedicado al culto del Padre celestial, ¿no resulta incongruente permitir allí la presencia de los que se dedican a los negocios y comercio seculares?
5. ¿Será el esperado Mesías un príncipe temporal que ocupe el trono de David, o será más bien la luz de la vida, en el establecimiento de un reino espiritual?

Durante la entera jornada se admiraron los espectadores de estas preguntas, y nadie estaba más atónito que Simón. Durante más de cuatro horas este joven nazareno acosó a los maestros judíos con preguntas que estimulaban el intelecto y obligaban al examen de conciencia. Hizo pocos comentarios sobre las observaciones de sus mayores. Trasmitía sus enseñanzas con las preguntas que hacía. Mediante la agudeza y sutileza con que planteaba su pregunta, conseguía a la vez poner en tela de juicio las enseñanzas de ellos y sugerir las suyas propias. Había tan encantadora combinación de sagacidad y humor en su forma de preguntar, que suscitaba la simpatía aun entre aquellos que resentían en mayor o menor grado su juventud. Al hacer estas preguntas penetrantes, su tono se mantenía en todo momento altamente imparcial y considerado. En esta tarde memorable en el templo, se mostró tan reacio a derrotar a los opositores por medios desleales, como se mostraría siempre en su subsecuente ministerio público. Tanto de joven como más adelante cuando hombre, parecía estar completamente libre de todo deseo egoísta de ganar una discusión sólo para experimentar el triunfo de su lógica sobre la de sus contrincantes: su interés supremo sólo y exclusivamente residía en proclamar la verdad, sempiterna revelando así más plenamente al Dios eterno.

Al terminar el día, Simón y Jesús se dirigieron de regreso a Betania. Durante la mayor parte del camino, el hombre y el niño callaron. Nuevamente se detuvo Jesús en la cresta del Monte de los Olivos; pero ya no lloró al contemplar la ciudad y su templo, sino que inclinó la cabeza en devoción silenciosa.
Después de la cena en Betania nuevamente rehusó la invitación de participar en la alegre rueda de conversación, yéndose al jardín. Allí permaneció largas horas, hasta bien entrada la noche, en vano intentando esbozar un plan definido de acción para acometer el problema de su misión en la vida, y para decidir cuál sería la mejor manera de enfrentar la tarea de revelar a sus compatriotas tan espiritualmente ciegos un concepto más bello del Padre celestial, librándolos así de las duras cadenas de la ley, los ritos, las ceremonias y las tradiciones enmohecidas. Pero la luz esclarecedora no se le presentaba a este joven que tanto anhelaba la verdad.

EL CUARTO DÍA EN EL TEMPLO

Jesús estaba extrañamente despreocupado de sus padres terrenales. Aun cuando, durante el desayuno, la madre de Lázaro le comentó que sus padres debían ya estar por llegar al hogar, no se le ocurrió a Jesús que tal vez estarían un poco preocupados por su ausencia.
Se dirigió nuevamente al templo, esta vez sin detenerse en la cresta del Monte de los Olivos para meditar. Mucho se habló esa mañana de la ley y de los profetas, y los maestros se asombraron de los extraordinarios conocimientos de Jesús sobre las escrituras, tanto en hebreo como en griego. Pero más les asombraba su juventud que su conocimiento de la verdad.

En la conferencia de la tarde no habían hecho más que empezar a responder a su pregunta sobre cuál era el propósito de la oración, cuando el jefe invitó al mancebo a que se acercara, y sentando a su lado le solicitó que expusiera su punto de vista respecto a la oración y la adoración.
La noche antes, los padres de Jesús habían oído hablar de este extraño mancebo que tan hábilmente se ponía a la altura de los intérpretes de la ley, pero no se les había ocurrido que ese joven fuera su hijo. Estaban a punto de dirigirse a la casa de Zacarías, pensando que Jesús podría haber ido hasta allá para visitar a Elizabeth y a Juan. Pero, reflexionando que tal vez Zacarías estaría en el templo, se detuvieron allí, camino a la Ciudad de Judá. Mientras deambulaban por los patios, imaginaos su sorpresa y asombro cuando reconocieron la voz de su hijo extraviado, y le vieron sentado entre los maestros del templo.

José se quedó mudo; pero María dio rienda suelta al temor y la ansiedad largamente reprimidos, corrió hacia el mancebo, quien se había levantado para saludar a sus atónitos padres, diciendo: «Hijo mío, ¿por qué nos tratas así? Hace más de tres días que tu padre y yo te buscamos acongojados. ¿Qué te llevó a abandonarnos?» Fue un momento de tensión. Todas las miradas se volvieron hacia Jesús para ver cómo respondería. Su padre lo miraba con reproche pero no decía nada.

Debe recordarse que Jesús era supuestamente un joven adulto. Había completado el curso escolar normal para un niño, había sido reconocido como hijo de la ley y consagrado como ciudadano de Israel. Y sin embargo su madre acababa de regañarlo más que suavemente ante el público reunido, en medio del esfuerzo más serio y sublime de su joven existencia, poniendo fin ignominiosamente a una de las mejores oportunidades que se le habían presentado hasta ese momento de enseñar la verdad, predicar la justicia y revelar el carácter amoroso de su Padre celestial.
Pero el joven supo hacerle frente a la situación. Si tomáis en cuenta con imparcialidad todos los factores que se combinaron para dar lugar a esta situación, estaréis mejor preparados para medir la sabiduría de la respuesta del niño a la inintencionada reprimenda de su madre. Después de pensar un momento, Jesús le respondió diciendo: «¿Por qué me habéis buscado durante tanto tiempo? ¿No os imaginabais que me encontraríais en la casa de mi Padre, puesto que ha llegado el momento para mí de ocuparme de los asuntos de mi Padre?»
Todo el mundo se asombró de la manera de hablar del mancebo. Todos se retiraron en silencio, dejándolo a solas con sus padres. De inmediato el joven alivió la embarazosa situación de los tres, al decir de manera más suave: «Vamos, padres míos, nadie hizo sino nada que no considerara su deber. Nuestro Padre que está en los cielos ha ordenado estas cosas; vamos a casa.»
En silencio emprendieron el viaje; por la noche llegaron a Jericó. Sólo una vez se detuvieron, y eso en la cima del Oliveto donde levantó el joven su cayado hacia el cielo, y temblando con intensa emoción de pies a cabeza, dijo: «Oh Jerusalén, Jerusalén, oh habitantes de Jerusalén ¡cuán esclavizados estáis — sometidos al yugo romano, víctimas de vuestras propias tradiciones— pero yo volveré para purificar el templo y liberar a mi pueblo de esta esclavitud!»
Poco habló Jesús durante los tres días de viaje a Nazaret; sus padres tampoco dijeron mucho en su presencia. En verdad no comprendían la conducta de su hijo primogénito, pero las palabras de Jesús se habían grabado en su corazón, aunque ellos no entendieran plenamente su significado.

Al llegar al hogar, Jesús hizo una breve declaración a sus padres, reiterándoles su afecto de un modo que sugería tácitamente que ya no debían temer que nuevamente les ocasionara ansiedades con su conducta. Concluyó esta importante declaración diciéndoles: «Si bien debo hacer la voluntad de mi Padre celestial, no dejaré de obedecer a mi padre terrenal. He de aguardar a que llegue mi hora».

Aunque Jesús muchas veces después rehusaría mentalmente consentir con los esfuerzos, ciertamente bien intencionados pero descaminados, de sus padres de dictar el curso de su pensamiento y de promulgar el plan de su obra en la tierra, siempre trató por todos los medios posibles, dentro de su dedicación al cumplimiento de la voluntad de su Padre del Paraíso, de conformarse con mucho donaire a los deseos de su padre terrenal y a las costumbres de su familia en la carne. Aun cuando no pudiera consentir, haría todo lo posible por conformarse.
En el delicado equilibrio entre deber y lealtad, Jesús fue un verdadero artista, pues siempre supo balancear su dedicación al deber con sus obligaciones para con su familia y la sociedad.

José estaba perplejo, pero María, después de reflexionar sobre estos acontecimientos, encontró consuelo, pues acabó por ver en las palabras de Jesús en el Oliveto una profecía de la misión mesiánica de su hijo como liberador de Israel. Con renovada energía se dedicó ella pues a moldear la mente de Jesús con pensamientos nacionalistas y patrióticos, aliándose con su hermano, el tío favorito de Jesús; y en todo sentido la madre de Jesús se entregó a la tarea de preparar a su hijo primogénito para que se convirtiera en el líder de los que restaurarían el trono de David, rompiendo para siempre las cadenas de la dominación política de los gentiles.

El treceavo año de Jesús. Continuación I

JESÚS EN JERUSALÉN continuación del 13vo año

NINGÚN episodio de la extraordinaria carrera terrenal de Jesús fue más conmovedor, más humanamente estremecedor, que esta su primera recordable visita a Jerusalén. El hecho de haber ido por su cuenta a presenciar las discusiones en el templo le resultó particularmente estimulante y se grabó en su memoria durante mucho tiempo como el acontecimiento más importante de su niñez y de su juventud. Fue ésta su primera oportunidad de disfrutar de unos pocos días de vida independiente, el regocijo de ir y venir sin sujeción ni restricciones. Este breve período de vivir a su antojo, durante la semana siguiente a la Pascua, representó la primera, total liberación de las obligaciones que hubiera disfrutado jamás. Muchos años habrían de transcurrir antes de que pudiera de igual manera liberarse, aunque fuera por un corto tiempo, de todo sentido de responsabilidad.

Las mujeres rara vez iban a Jerusalén para la Pascua, pues no era de rigor que hicieran acto de presencia. Sin embargo, Jesús virtualmente rehusó ir a menos que los acompañara su madre. Cuando ella finalmente decidió ir, muchas otras nazarenas se sintieron motivadas a emprender el viaje, de manera que la expedición pascual estuvo compuesta del mayor número de mujeres que jamás había ido de Nazaret a la celebración pascual —en relación con el número de hombres. Camino a Jerusalén, los viajeros entonaban por momentos el salmo ciento treinta.

Desde el momento en que salieron de Nazaret hasta que llegaron a la cima del Monte de los Olivos, Jesús sintió el apremio de una prolongada expectativa. En el transcurso de su alegre infancia había escuchado con reverencia las alusiones a Jerusalén y su templo; por fin podría contemplarlos con sus propios ojos. Desde el Monte de los Olivos, y más tarde desde afuera, al observarlo más de cerca, el templo era todo lo que él esperaba y más; pero al traspasar los sagrados pórticos, comenzó la gran desilusión.

En compañía de sus padres, Jesús atravesó los recintos del templo para reunirse con el grupo de nuevos hijos de la ley que estaban a punto de ser consagrados ciudadanos de Israel. Sintió el primer desencanto por el comportamiento general de las multitudes que llenaban el templo; pero la primera gran conmoción del día se produjo cuando su madre tuvo que dejarles para dirigirse al atrio de las mujeres. A Jesús nunca se le había ocurrido que su madre no le acompañaría en las ceremonias de consagración, y mucho le indignó que ella tuviese que sufrir tan injusta discriminación. Aunque estaba muy resentido por este hecho, nada dijo, excepto unas palabras de protesta a su padre. Pero mucho pensó y muy profundamente reflexionó, tal como lo demostrarían las preguntas que hizo a los escribas y maestros una semana después.

Participó en la ceremonia de la consagración, pero le decepcionó su naturaleza rutinaria, casi mecánica; echaba de menos ese interés personal que caracterizaba las ceremonias de la sinagoga de Nazaret. Luego de regresar para saludar a su madre, se preparó para acompañar a su padre en su primer recorrido del templo y de sus varios patios, atrios y corredores. Los recintos del templo podían dar cabida a más de doscientos mil creyentes a la vez, y aunque la vastedad de estos edificios —en comparación con cualquiera que hubiera visto nunca— causó una gran impresión en su mente, más le intrigaba la contemplación de la significación espiritual de las ceremonias del templo y el culto que con éstas se asociaba.

Aunque muchos de los rituales del templo conmovieron vivamente su sentido de lo bello y lo simbólico, la explicación del verdadero significado de estas ceremonias que le daban sus padres respondiendo a sus muchas preguntas curiosas le desilusionaba una y otra vez. Jesús simplemente no podía aceptar las explicaciones de culto y devoción religiosa basadas en la idea de la ira de Dios o de la cólera del Todopoderoso. Después de la visita al templo, mientras seguían conversando sobre estos asuntos, su padre le insistía suavemente que se aviniera a aceptar las creencias ortodoxas judías; Jesús se volvió repentinamente hacia sus padres y, fijando la mirada llena de fervor en los ojos de su padre, le dijo: «Padre, no puede ser verdad —no es posible que el Padre celestial considere de este modo a sus hijos descarriados en la tierra. No es posible que el Padre celestial ame menos a sus hijos de lo que tú me amas a mí. Yo bien sé que tú nunca darías rienda suelta a tu cólera, derramando tu ira sobre mi cabeza, sean cuales fueran las necedades que yo pudiera cometer. Si tú, mi padre terrenal, posees ese reflejo humano de lo Divino, cuánto más lleno de bondad y rebosante de misericordia deberá ser el Padre celestial. Me niego a creer que mi Padre que está en los cielos me ame menos que mi padre que está en la tierra».

Al oír José y María estas palabras de su hijo primogénito, guardaron silencio. De allí en adelante no trataron nunca más de cambiar sus ideas sobre el amor de Dios y la misericordia del Padre celestial.

JESÚS VISITA EL TEMPLO
Al recorrer los patios del templo, se encontró Jesús por doquier con un espíritu de irreverencia que le llenó el corazón de disgusto y pesadumbre. Juzgaba que la conducta de las multitudes no armonizaba con el hecho de que estaban presentes en «la casa de su Padre». Pero su joven corazón se estremeció particularmente al conducirle su padre al patio de los gentiles donde se topó con la jerga ruidosa de las masas que gritaban y maldecían en voz alta, mezclada indiscriminadamente con el balido de las ovejas y la cháchara que traicionaba la presencia de los cambistas y de los vendedores que pregonaban animales sacrificiales y otras mercancías.

Pero por sobre todo su sentido de la decencia se sublevaba a la vista de las frívolas cortesanas que deambulaban dentro del recinto del templo, mujeres pintarrajeadas como las que había visto recientemente en su visita a Séforis. Esta profanación del templo suscitó su plena indignación juvenil, que no titubeó en expresar libremente a José.
Jesús admiraba el concepto y el oficio del templo, pero le acongojaba la fealdad espiritual que descubría en el rostro de tantos adoradores desconsiderados.
De allí descendieron al patio de los sacerdotes bajo el saliente rocoso que se encontraba en el frente del templo, donde se levantaba el altar, para observar la matanza de las manadas de animales y la lavada de la sangre de las manos, en la fuente de bronce, de los sacerdotes que oficiaban la masacre. El piso manchado de sangre, las manos ensangrentadas de los sacerdotes y el balido de los animales agonizantes era más de lo que podía soportar este muchacho amante de la naturaleza. El terrible espectáculo descompuso al joven nazareno, aferrando la mano de su padre le imploró que se lo llevara de allí. Regresaron cruzando el patio de los gentiles, y las risas groseras y las bromas profanas de la multitud le parecieron más soportables que lo que acababa de presenciar.

Al ver José de qué manera habían afectado a su hijo los ritos del templo, prudentemente lo llevó a ver «la hermosa puerta», la artística puerta de bronce corintio. Pero Jesús ya había visto bastante para esta primera visita al templo. Regresaron pues al patio superior en busca de María y salieron a caminar al aire libre, distanciándose por una hora de la multitud; contemplaron el palacio asmoneo, la imponente residencia de Herodes, y la torre de los guardias romanos. Durante este paseo José explicó a Jesús que sólo los habitantes de Jerusalén podían presenciar los sacrificios diarios en el templo, y que los galileos tan sólo concurrían al templo tres veces por año para participar de las ceremonias: en la Pascua, en la fiesta de Pentecostés (siete semanas después de Pascua), y en octubre para la fiesta de los tabernáculos. Estos festivales habían sido establecidos por Moisés. Hablaron también de las dos fiestas establecidas con posterioridad: la de la dedicación y la de Purim. Después regresaron a su albergue y se prepararon para la celebración de la Pascua.
JESÚS Y LA PASCUA
Cinco familias de Nazaret habían sido invitadas por la familia de Simón de Betania para celebrar la Pascua. Simón había comprado el cordero pascual para compartirlo con sus invitados. El sacrificio de un número tan enorme de estos corderos es lo que tanto había afectado a Jesús en su visita al templo. José y María habían pensado festejar la Pascua con los parientes de María, pero Jesús persuadió a sus padres que aceptaran la invitación de ir a Betania.

Esa noche se reunieron para los ritos de la Pascua, comiendo la carne asada con pan ázimo e hierbas amargas. Se le pidió a Jesús, como novel hijo del pacto, que relatara la historia del origen de la Pascua; así lo hizo pues, desconcertando sin embargo un poco a sus padres con comentarios que reflejaban suavemente las impresiones captadas por su mente joven, pero lúcida, de lo mucho que tan recientemente había visto y oído. Esta cena marcó el comienzo de los siete días de ceremonias de la fiesta pascual.
Ya en esta parte de su vida, aunque nada dijo a sus padres sobre estos asuntos, Jesús había comenzado a darle vueltas en la cabeza a la idea de celebrar la Pascua sin el cordero sacrificado. Estaba plenamente seguro de que el Padre celestial no se complacía con este espectáculo de ofrendas sacrificatorias y, con el paso de los años, estaba cada vez más determinado de que algún día establecería una celebración incruenta de la Pascua.

Esa noche Jesús durmió muy poco. Su descanso se vio gravemente turbado por horribles pesadillas de matanzas y sufrimientos. Su mente estaba perturbada y su corazón torturado por los elementos contradictorios y absurdos que descubría en la teología de todo el sistema ceremonial judío. Sus padres tampoco pudieron dormir. Estaban muy desconcertados por los acontecimientos del día que acababa de terminar. El corazón y la mente de ellos estaban perturbados por la actitud, según ellos, extraña y empecinada del mancebo. María pasó la primera mitad de la noche en gran agitación mientras José se mantenía calmo, aunque estaba igualmente perplejo. No se atrevían a encarar francamente estos problemas con el joven, aunque Jesús hubiera conversado libremente con sus padres si éstos se hubiesen atrevido a alentarlo.
Al día siguiente las ceremonias en el templo fueron más aceptables para Jesús, borrando en parte los recuerdos desagradables del día anterior. A la mañana siguiente el joven Lázaro se hizo cargo de Jesús; juntos emprendieron una exploración sistemática de Jerusalén y sus alrededores. Antes de que acabara el día, Jesús ya había descubierto los varios sitios, alrededor del templo, en los que se daban cursos y conferencias de enseñanza y se respondía a las preguntas de los asistentes; de allí en adelante, aparte de unas cuantas visitas al santo de los santos para contemplar el velo de separación, preguntándose qué era lo que realmente se ocultaba tras el mismo, Jesús pasó la mayor parte de su tiempo en torno al templo asistiendo a dichas conferencias docentes.

Durante toda la semana de Pascua, Jesús ocupó su lugar entre los nuevos hijos de los mandamientos, o sea debía sentarse fuera de la baranda divisoria que separaba a los que no disfrutaban de la plena ciudadanía de Israel. Habiéndosele así recordado su juventud, se abstuvo pues Jesús de hacer las muchas preguntas que acudían una y otra vez a su mente; por lo menos, se abstuvo hasta que concluyera la celebración de la Pascua y se levantaran las restricciones impuestas sobre los jóvenes recién consagrados.

El miércoles de la semana de Pascua, le permitieron a Jesús ir a la casa de Lázaro para pasar la noche en Betania. Esa noche escucharon Lázaro, Marta y María las palabras de Jesús sobre asuntos temporales y eternos, humanos y divinos, y desde aquella noche los tres lo amaron como si hubiera sido su propio hermano.
Para el fin de la semana, Jesús vio menos a Lázaro puesto que éste no tenía derecho a entrar ni siquiera en el círculo exterior de las discusiones del templo, aunque asistía a algunas de las charlas públicas dictadas en los patios externos. Lázaro tenía la misma edad que Jesús, pero en Jerusalén los jóvenes rara vez eran admitidos a la consagración de los hijos de la ley antes de cumplir los trece años de edad.
Una y otra vez, durante la semana pascual, los padres de Jesús lo encontraban sentado a solas, con su cabeza joven entre las manos, profundamente pensativo. Nunca lo habían visto comportarse de este modo y, desconociendo cuán confundido de mente y cuán atribulado de espíritu estaba, debido a la experiencia por la que atravesaba, estaban dolorosamente perplejos, sin saber qué hacer. No veían la hora de que pasara la semana de Pascua, ansiando volver a la calma de Nazaret con este hijo que actuaba de manera tan extraña.
Día a día Jesús se debatía entre estos problemas. Para el fin de la semana ya había hecho muchos ajustamientos; pero cuando llegó la hora de regresar a Nazaret, su mente juvenil aún estaba repleta de perplejidad y acosada por cientos de preguntas sin respuesta y de problemas sin solución.

José y María, antes de partir de Jerusalén, en compañía del maestro nazareno de Jesús, habían tomado medidas definidas para que Jesús regresara a Jerusalén cuando cumpliera los quince años con el propósito de comenzar un prolongado curso de estudios en una de las más renombradas academias rabínicas. Jesús visitó la academia en compañía de sus padres y su maestro, pero todos ellos estaban afligidos al ver cuán indiferente parecía Jesús a todo lo que decían y hacían. María estaba profundamente dolida por la reacción de Jesús a la visita a Jerusalén, mientras que José estaba profundamente perplejo por los extraños comentarios y la sorprendente conducta del muchacho.

Después de todo, la semana de Pascua había sido un acontecimiento imponente en la vida de Jesús. Tuvo la oportunidad de conocer a decenas de muchachos de su misma edad, candidatos a la consagración como él, y aprovechó la ocasión para aprender cómo vivía la gente en Mesopotamia, Turquestán, Partia y en las provincias más occidentales del Imperio Romano. Ya él conocía bastante bien el modo de vida de los jóvenes egipcios y el de otras regiones próximas a Palestina. Había miles de jóvenes en Jerusalén en ese momento, y el adolescente de Nazaret conoció personalmente, y entrevistó más o menos extensamente, a más de ciento cincuenta. Le interesaban en particular los que provenían del Lejano Oriente y de los remotos países del Occidente. Como resultado de estos intercambios, el joven comenzó a abrigar el deseo de viajar por el mundo con el fin de aprender cómo se ganaban la vida los diversos grupos de sus semejantes.

El treceavo año de Jesús.

EL AÑO TRECEAVO (AÑO 7 d. de J.C.)

Éste fue el año en que el muchacho de Nazaret pasó de la niñez a la adolescencia, el comienzo de la edad adulta; su voz empezó a cambiar y otros rasgos mentales y físicos evidenciaron el advenimiento del estado adulto.
Durante la noche del domingo del 9 de enero del año 7 d. de J.C. nació su hermanito Amós. Judá aún no contaba dos años de edad, y su hermanita Ruth aún no había nacido. Se ve pues que Jesús tenía una familia numerosa de niños pequeños que quedaron a su cuidado cuando, el año siguiente, su padre murió en un accidente.
Promediaba el mes de febrero cuando Jesús estuvo humanamente seguro de que estaba destinado a realizar una misión sobre la tierra para el esclarecimiento del hombre y la revelación de Dios. Decisiones fundamentales y planes de gran envergadura se estaban formando en la mente de este joven que parecía exteriormente un muchacho judío común de Nazaret. La vida inteligente de todo Nebadon contemplaba fascinada y maravillada lo que había empezado a desarrollar en el pensamiento y las acciones de este hijo adolescente de un carpintero.

El primer día de la semana, el 20 de marzo del año 7 d. de J.C., Jesús se graduó en la escuela local de la sinagoga de Nazaret. Era un día muy importante en la vida de toda familia judía ambiciosa, el día en que el hijo primogénito era nombrado «hijo de los mandamientos» y el primogénito rescatado del Señor Dios de Israel un «hijo del Altísimo» y siervo del Señor para toda la tierra.

El viernes de la semana anterior, José había regresado de Séforis donde estaba trabajando en una nueva obra pública, para presenciar esta ocasión feliz. El maestro de Jesús creía firmemente que este alumno alerta y diligente estaba destinado a una carrera distinguida, a una misión importante. Los ancianos, a pesar de los problemas con las tendencias no conformistas de Jesús, estaban muy orgullosos del muchacho y ya hacían planes para que pudiera ir a Jerusalén y continuar su educación en las renombradas academias hebreas.

Jesús oía de vez en cuando las discusiones relativas a estos planes, y se convencía cada vez más de que nunca iría a Jerusalén para estudiar con los rabinos. Pero no podía imaginarse la inminente tragedia que le haría abandonar todos esos planes, pues tendría que asumir la responsabilidad de mantener y guiar a su numerosa familia, que en ese momento consistía en cinco hermanos y tres hermanas además de él y su madre. Jesús tuvo una experiencia más amplia y prolongada en la crianza de su familia que la que tuvo José, su padre; y vivió de acuerdo con los principios que subsiguientemente estableciera para sí mismo: ser un maestro y hermano mayor sabio, paciente, comprensivo y eficaz dentro de esta familia —su familia— tan repentinamente afligida por el dolor y tan inesperadamente acongojada.

EL VIAJE A JERUSALÉN

Jesús, en el umbral de la vida adulta y ya graduado de las escuelas de la sinagoga, reunía las condiciones necesarias para ir a Jerusalén con sus padres y participar con ellos en la celebración de su primera Pascua. El festival de la Pascua de este año caía un sábado, el 9 de abril del año 7 d. de J.C. Un grupo numeroso ( 103 ) se preparó para salir de Nazaret temprano por la mañana del lunes 4 de abril, camino a Jerusalén. Viajaron hacia el sur en dirección a Samaria, pero al llegar a Jezreel se encaminaron hacia el este, rodeando el Monte Gilboa en el valle del Jordán para evitar cruzar Samaria. José y su familia hubieran querido cruzar Samaria pasando por el pozo de Jacob y por Betel, pero los judíos no querían mezclarse con los samaritanos, por lo tanto la familia de Jesús decidió seguir camino con sus vecinos a través del valle del Jordán.
El muy temido Arquelao había sido depuesto, y no temían llevar a Jesús a Jerusalén. Habían pasado doce años desde que el primer Herodes intentó destruir al niño de Belén, y nadie pensaría en asociar ese acontecimiento con el desconocido muchacho de Nazaret.

Antes de llegar al cruce de Jezreel, y al continuar el viaje, muy pronto, a su izquierda, pasaron por delante la antigua aldea de Sunem, y Jesús escuchó otra vez la historia de la virgen más bella de todo Israel que había vivido allí y también de las fantásticas obras que Eliseo había realizado allí. Al pasar por Jezreel, los padres de Jesús relataron las hazañas de Acab y Jezabel y las de Jehú. Pasando alrededor del Monte Gilboa hablaron mucho de Saúl, que había inmolado su vida en las pendientes de esta montaña, del rey David y de los importantes acontecimientos de ese lugar histórico.

Al pasar por la periferia de Gilboa los peregrinos podían ver la ciudad griega de Escitópolis a la derecha. Miraron con curiosidad desde lejos las estructuras de mármol, pero no se acercaron a la ciudad gentil por temor a profanarse, lo cual no les permitiría participar en las solemnes y sagradas ceremonias de la Pascua en Jerusalén. María no podría entender, por qué ni José ni Jesús hablaran de Escitópolis. No sabía nada acerca de su altercado del año anterior, porque nunca le contaron tal episodio.
El camino descendía rápidamente desde allí hasta el valle tropical del Jordán, y muy pronto Jesús pudo contemplar el serpenteante y tortuoso río Jordán, fluyendo hacia el Mar Muerto con sus resplandecientes y ondulantes aguas agitadas por el viento. Se quitaron los abrigos mientras proseguían hacia el sur en este valle tropical, disfrutando de los fértiles campos de trigo y de los bellos oleandros cubiertos de flores rosadas, mientras a lo lejos, hacia el norte el majestuoso Monte Hermón cubierto de nieve dominaba el histórico valle. A unas tres horas de viaje desde Escitópolis llegaron a una fuente burbujeante, y allí acamparon durante la noche bajo un cielo estrellado.
Durante el segundo día de viaje pasaron por donde el río Jaboc, proveniente del este, fluye en el Jordán; contemplando este valle hacia el este, recordaron los días de Gideón, cuando los medianitas bajaron a esta región ocupando el país. Hacia fines del segundo día de viaje acamparon junto a la montaña más alta que domina el valle del Jordán, el Monte Sartaba, en cuya cumbre estaba la fortaleza alejandrina donde Herodes había encerrado a una de sus esposas y sepultado a sus dos hijos estrangulados.

En el tercer día de viaje pasaron por dos aldeas que habían sido construidas recientemente por Herodes y observaron la excelente arquitectura y sus hermosos jardines de palmas. Al anochecer llegaron a Jericó, y allí permanecieron hasta el día siguiente. Esa noche José, María y Jesús caminaron un par de kilómetros hasta el sitio del Jericó antiguo, donde Josué por quien Jesús había sido llamado, había realizado sus renombradas hazañas según la tradición judía.
Durante el cuarto y último día de viaje, el camino era una procesión continua de peregrinos. Comenzaron entonces a subir las colinas que llevaban a Jerusalén. Al acercarse a la cumbre, pudieron ver más allá del valle del Jordán las montañas y las aguas quietas del Mar Muerto. A mitad de camino a Jerusalén, Jesús vio por primera vez el Monte de los Olivos (región que jugaría un papel tan importante en su vida futura), y José le indicó que la Ciudad Santa estaba allende esa altura. El corazón del muchacho aceleró su ritmo en feliz anticipación de mirar pronto a la ciudad y a la casa de su Padre celeste.

Sobre las pendientes orientales del Oliveto pausaron para descansar junto a una aldea llamada Betania. Los hospitalarios aldeanos atendieron a los peregrinos; y por casualidad, la familia de José se había detenido cerca de la casa de un tal Simón, que tenía tres hijos de la edad de Jesús: María, Marta y Lázaro. Invitaron a la familia de Nazaret para que entrara a descansar, y de allí empezó una amistad que habría de durar toda la vida entre las dos familias. Durante su vida, llena de acontecimientos, Jesús se detuvo muchas veces en esa casa.

Así siguieron camino, y pronto llegaron a la cumbre del Oliveto y desde allí Jesús vio por primera vez (en su memoria) la Ciudad Santa, los imponentes palacios y el inspirador templo de su Padre. Nunca vivió Jesús una emoción tan puramente humana como la que le sobrecogió en ese momento, al contemplar embelesado, por primera vez a Jerusalén en ese atardecer de abril sobre el Monte de los Olivos. Años después, en este mismo lugar se detuvo y lloró por la ciudad que estaba a punto de rechazar a otro profeta, al último y al más grande de sus maestros celestiales.
Siguieron de prisa su viaje a Jerusalén. Era el jueves por la tarde. Al llegar a la ciudad pasaron por el templo; Jesús no había visto jamás tal multitud de seres humanos. Meditó profundamente sobre cómo se había reunido aquí esta congregación de judíos llegados de los lugares más distantes del mundo conocido.
Poco después llegaron al lugar donde iban a alojarse durante su estadía para la semana de Pascua, la amplia casa de un pariente rico de María, uno quien por Zacarías conocía algo de la historia de Juan y de Jesús. Al día siguiente, el día de la preparación, se aprontaron para la apropiada celebración del sábado de Pascua.
Aunque todo Jerusalén estaba activo y ocupado con las preparaciones de la Pascua, José encontró tiempo para llevar a su hijo de visita a la academia donde se había pensado que proseguiría su educación dos años más tarde, en cuanto cumpliera la edad requerida de quince años. José estaba verdaderamente perplejo cuando observaba el poco interés de Jesús por estos cuidadosos planes.

Jesús, estaba profundamente impresionado por el templo, todos sus servicios y las otras actividades relacionadas. Por primera vez desde los cuatro años estaba tan preocupado por sus propios pensamientos que se le olvidó hacer muchas preguntas. Sin embargo consiguió plantearle a su padre varias preguntas embarazosas (como ya lo había hecho en previas ocasiones) como por qué el Padre celestial exigía el sacrificio de tantos animales inocentes y desamparados. Bien sabía su padre, porque podía leerlo en la expresión del rostro del muchacho, que sus respuestas y explicaciones no satisfacían a este hijo de pensamientos profundos y raciocinio preclaro.

El día antes del sábado de Pascua, una oleada de iluminación espiritual llenó la mente mortal y el corazón humano de Jesús de desbordante y afectuosa piedad por las multitudes espiritualmente ciegas y moralmente ignorantes reunidas para celebrar la antigua conmemoración de Pascua. Fue éste uno de los días más extraordinarios que el Hijo de Dios viviera en la carne; y durante la noche, por primera vez en su carrera terrenal, apareció ante él un mensajero autorizado de Salvington, enviado por Emanuel, que dijo: «Ha llegado tu hora. Ya es tiempo que comiences los asuntos de tu Padre».

Así, cuando las pesadas responsabilidades de la familia de Nazaret descendían sobre sus hombros juveniles, llegaba al mismo tiempo un mensajero celestial para recordar a este muchacho, que aún no había cumplido los trece años, que había llegado la hora de empezar la reanudación de las responsabilidades de un universo. Fue éste el primer acto de una larga sucesión de acontecimientos que finalmente culminaron en la consumación de la encarnación del Hijo en Urantia y de la colocación del «gobierno de un universo sobre sus hombros humanosdivinos».

Con el paso del tiempo, el misterio de la encarnación se tornó para todos nosotros cada vez más incomprensible. Apenas podíamos comprender que este muchacho de Nazaret era el creador de todo Nebadon. Y todavía no comprendemos cómo el espíritu de este mismo Hijo Creador y el espíritu de su Padre Paradisiaco están asociados con las almas de la humanidad. A medida que pasaba el tiempo, podíamos observar que su mente humana discernía cada vez más el hecho de que, mientras vivía su vida en la carne, en espíritu la responsabilidad de un universo estaba sobre sus hombros.

Así termina la carrera del niño de Nazaret, y comienza el relato de su adolescencia —de este ser humano divino cada vez más autoconsciente— que ahora comienza a discurrir su carrera en el mundo mientras lucha por integrar su gran propósito de vida con los deseos de sus padres y las obligaciones para con su familia y para con la sociedad de su tiempo y edad.

El doceavo año de Jesús.

EL AÑO DOCEAVO (AÑO 6 d. de J.C.)

Éste fue un año memorable de la vida de Jesús. Continuó progresando en la escuela y estudiaba la naturaleza sin cansarse; al mismo tiempo, se interesaba cada vez más por los métodos que usaba la gente para ganarse la vida. Empezó a trabajar regularmente en el taller de carpintería y se le permitió que manejara sus ganancias, un arreglo muy poco común en una familia judía. Ese año también aprendió la cordura de mantener tales cosas como secreto de familia. Estaba adquiriendo conciencia sobre la manera como él había causado problemas en la aldea, y de allí en adelante se volvió más discreto, ocultando todo aquello que lo hiciera aparecer distinto de sus compañeros.

Durante todo este año tuvo muchas temporadas de inseguridad, y hasta de dudas, respecto a la naturaleza de su misión. Su mente humana en desarrollo natural aún no podía comprender llenamente la realidad de su doble naturaleza. El hecho de que tenía una sola personalidad, lo hizo difícil para su conciencia reconocer el doble origen de esos factores que componían la naturaleza asociada con la misma personalidad.

Desde ese momento en adelante las relaciones con sus hermanos y hermanas mejoraron mucho. Había adquirido más tacto; su actitud estaba siempre llena de compasión y consideración por el bienestar y la felicidad de sus hermanos, y mantuvo buenas relaciones con ellos hasta el principio de su trabajo público. Para ser más explícito: se llevó muy bien con Santiago, Miriam y los dos niños más pequeños Amós y Ruth (que aún no habían nacido). Siempre se llevó bastante bien con Marta. Los problemas que tuvo en el hogar surgían de fricciones con José y Judá y particularmente con éste último.

Criar a un ser que reunía tan inaudita combinación de divinidad y humanidad fue tarea sumamente difícil para José y María; son pues merecedores de admiración por haber cumplido con sus deberes paternos tan fielmente y con tanto éxito. Los padres de Jesús sentían cada vez más que había algo de sobrehumano en su hijo mayor, pero nunca se imaginaron que este hijo de promesa fuese en verdad el creador de este universo local de cosas y seres. José y María vivieron y murieron sin llegar a saber que su hijo Jesús era realmente el Creador del Universo, encarnado en carne mortal.

Durante este año Jesús se ocupó más que nunca de la música, mientras continuaba enseñando a sus hermanos y hermanas en el hogar. En esta época el muchacho se volvió agudamente consciente de la diferencia entre el punto de vista de José y el de María sobre la naturaleza de su misión. Mucho reflexionó sobre las opiniones opuestas de sus padres, escuchando frecuentemente sus discusiones cuando creían que estaba dormido. Cada vez más se inclinaba hacia el punto de vista de su padre, de modo que su madre estaba destinada a sufrir al darse cuenta de que poco a poco, su hijo no aceptaba sus consejos en asuntos que tuvieran que ver con su carrera en la vida. Con los años esta brecha de incomprensión entre ellos fue incrementándose. María comprendía cada vez menos el significado de la misión de Jesús, y cada vez más a esta buena madre le dolía la omisión de su hijo favorito de llevar a cabo sus esperanzas anheladas.

José cada vez se convencía más de la naturaleza espiritual de la misión de Jesús. Aparte de otras razones más importantes, es una pena que no hubiera vivido para ver la realización de su idea del autootorgamiento de Jesús en la tierra.
Durante su último año en la escuela, cuando contaba doce años, Jesús recriminaba a su padre la costumbre hebrea de tocar un trozo de pergamino clavado en el marco de la puerta y luego besar el dedo que lo había tocado, cada vez que entraban o salían de la casa y era costumbre decir, como parte de este rito: «El Señor protege nuestra entrada y nuestra salida, de ahora en adelante y para siempre jamás». José y María habían explicado a Jesús repetidas veces la razón por las que estaba prohibido dibujar, pintar o moldear imágenes, alegando que estas creaciones podían ser usadas para fines idólatras. Aunque Jesús no comprendía plenamente la prohibición de dibujos e imágenes, tenía una mente altamente lógica y por consiguiente manifestó a su padre la naturaleza esencialmente idólatra de esta costumbre del pergamino en la puerta. José acabó por quitar el pergamino después de las objeciones de Jesús.

Con el correr del tiempo Jesús modificó considerablemente la práctica religiosa de su familia, tales como los rezos y otras costumbres. Muchas de estas cosas eran posibles en Nazaret porque su sinagoga estaba bajo la influencia de la escuela liberal de rabinos, como por ejemplo el renombrado maestro de Nazaret, Josué.

Durante el curso de este año y de los dos siguientes Jesús sufrió grave aflicción mental al tratar constantemente de reconciliar su punto de vista personal sobre prácticas religiosas y amenidades sociales con las creencias de sus padres. Lo perturbaba el conflicto entre el impulso de lealtad hacia sus propias convicciones y los dictados de su conciencia que le ordenaban sumisión a sus padres; este supremo conflicto se desarrollaba entre los dos grandes mandatos de suprema importancia en su mente juvenil. Uno era: «Sé fiel a los dictámenes de tus más altas convicciones de verdad y rectitud»; el otro: «Honrarás a tu padre y tu madre porque ellos te han dado el ser y crianza». Sin embargo, nunca dejó de lado la responsabilidad de hacer ajustes diarios entre la lealtad a sus convicciones personales y el deber para con su familia, y consiguió la satisfacción de poder reconciliar cada vez más sus convicciones personales con las obligaciones familiares, y adquirió así un excepcional concepto de solidaridad de grupo basado en la lealtad, la justicia, la tolerancia y el amor.

El onceavo año de Jesús.

EL ONCEAVO AÑO (AÑO 5 d. de J.C.)

En el curso de este año nuestro mancebo viajó repetidas veces con su padre, también visitaba frecuentemente a la granja de su tío y de cuando en cuando iba a Magdala para pescar con el tío pescador que tenía su base cerca de esa ciudad.
A veces José y María estuvieron tentados en mostrar favoritismo por Jesús, o revelar su conocimiento de que era el hijo de promesa, el hijo del destino. Pero ambos padres eran extraordinariamente sagaces y sabios en estos asuntos. Las pocas veces cuando dejaron traslucir una preferencia por él, aun en pequeñísimo grado, el muchacho inmediatamente rechazó toda consideración especial.
Jesús pasaba mucho tiempo en la tienda de abastecimientos de las caravanas, y conversando con los viajeros de todas las regiones del mundo, adquirió un conocimiento sobre los asuntos internacionales, el cual era sorprendente para su edad. Éste fue el último año en que pudo disfrutar de juegos y de la alegría juvenil; de aquí en adelante las dificultades y las responsibilidades se multiplicaron en la vida de este joven.

Durante la noche del miércoles 24 de junio del año 5 d. de J.C., nació Judá. Hubo complicaciones en el alumbramiento de este séptimo niño. María estuvo tan enferma por varias semanas que José se quedó en la casa. Jesús estuvo muy ocupado trabajando para su padre y ocupándose de las múltiples tareas ocasionadas por la grave enfermedad de su madre. Nunca más pudo este joven volver a la actitud infantil de sus primeros años. Desde el momento de la enfermedad de su madre —poco antes que él cumpliera los once años— tuvo que asumir las responsabilidades inherentes al hijo primogénito y hacerlo todo uno o dos años antes de lo que normalmente hubiera sido el caso.

El chazán pasaba una velada por semana con Jesús ayudándole a aprender las escrituras hebreas. Le interesaba mucho el progreso de este prometedor estudiante; por eso estaba dispuesto a ayudarlo como pudiera. Este pedagogo judío ejerció gran influencia sobre la mente en crecimiento de Jesús, pero nunca pudo comprender por qué Jesús era tan indiferente a sus sugerencias sobre la perspectiva de que fuese a Jerusalén para continuar su educación con los rabinos eruditos.

Promediaba el mes de mayo cuando el joven acompañó a su padre en un viaje de trabajo a Escitópolis, la principal ciudad griega de la Decápolis, la antigua ciudad hebrea de Bet-seán. Por el camino José le contó mucho de la antigua historia del rey Saúl, los filisteos y los subsiguientes acontecimientos de la turbulenta historia de Israel. Jesús quedó gratamente impresionado por la limpieza y el orden que dominaban a esta llamada ciudad pagana. Se maravilló del teatro al aire abierto y admiró el hermoso templo de mármol dedicado a la adoración de los dioses «paganos». José se preocupó mucho por este entusiasmo del joven y trató de contrarrestar estas impresiones favorables hablándole de la belleza y de la magnificencia del templo judío en Jerusalén. Jesús muchas veces había observado con curiosidad esta magnífica ciudad griega desde la colina de Nazaret, preguntando qué eran las amplias obras públicas y los elegantes edificios, pero su padre siempre evitaba contestar estas preguntas. Ahora, encontrándose cara a cara con las bellezas de esta ciudad gentil, José no pudo ya dejar de prestar atención a las preguntas de Jesús.

Ocurrió que por aquella época se estaban realizando los juegos competitivos anuales y las demostraciones públicas de proeza física entre las ciudades griegas de la Decápolis en el anfiteatro de Escitópolis. Jesús insistió que lo llevase a ver los juegos, e insistió tanto que José no pudo negárselo. El joven se entusiasmó con los juegos y participó de todo corazón en el espíritu de las demostraciones de desarrollo físico y habilidad atlética. José se escandalizó inefablemente al observar el entusiasmo de su hijo que miraba estas «paganas» exhibiciones de vanagloria. Una vez que los juegos hubieron terminado, José recibió la sorpresa de su vida, al oír que Jesús no sólo expresaba su aprobación a los juegos, sino que sugería que los jóvenes de Nazaret también deberían tener la oportunidad de practicar estas sanas actividades físicas. José tuvo una larga y seria conversación con Jesús tratando de hacerle ver la naturaleza proterva de estas prácticas pero sabía muy bien que el joven no estaba convencido.

La única vez que Jesús vio a su padre enfadado con él fue esa noche cuando, en el cuarto de la posada, el niño se olvidó a tal punto los principios del pensamiento judío, que llegó a sugerir que se vuelvan a casa y actúen en favor de la construcción de un anfiteatro en Nazaret. Al oír José a su primogénito expresar pensamientos tan poco judíos, olvidó su calma habitual y, aferrándolo por el hombro, exclamó con enojo: «¡Que no te oiga nunca más en tu vida expresar pensamientos tan protervos, hijo mío!» La explosión de su padre sorprendió a Jesús; por primera vez sentía en carne propia la indignación paternal, y se quedó pasmado y sobresaltado. Se limitó a contestar: «Muy bien, padre, así será». Nunca más, en vida de su padre, aludió el muchacho a los juegos o otras actividades atléticas de los griegos.

Más tarde vio Jesús el anfiteatro griego en Jerusalén y comprendió cuán odiosas podían ser tales cosas desde el punto de vista judío. Sin embargo, intentó integrar en su vida actividades de sana recreación y más tarde, dentro de lo que la práctica judía permitía, programas regulares de actividades para sus doce apóstoles.

Al fin de su undécimo año de vida, Jesús era un joven vigoroso, bien desarrollado, moderadamente dotado del sentido del humor, y con tendencias optimistas, pero de allí en adelante pasaba con más frecuencia períodos de profunda meditación y seria contemplación. Mucho pensaba en cómo cumplir con sus obligaciones familiares y obedecer al mismo tiempo al llamado de su misión en el mundo; ya había concebido la idea de que su ministerio no se limitaría al mejoramiento del pueblo judío.

El décimo año de Jesús.

EL DÉCIMO AÑO (AÑO 4 d. de J.C.)

El cinco de julio, el primer sábado del mes, Jesús, mientras paseaba por el campo con su padre, dio por primera vez expresión a sentimientos e ideas que indicaban que estaba empezando a adquirir conciencia de la naturaleza de su extraordinaria misión en la vida. José escuchó atentamente las palabras importantes de su hijo pero hizo muy pocos comentarios; tampoco contribuyó información alguna. Al día siguiente Jesús tuvo una charla similar pero más larga con su madre. María también escuchó su razonamiento, pero tampoco proporcionó información alguna. Pasaron casi dos años antes de que Jesús nuevamente hablara con sus padres sobre la creciente revelación, dentro de su propia conciencia, sobre la naturaleza de su personalidad y el carácter de su misión en la tierra.

En agosto ingresó a la escuela avanzada de la sinagoga. En la escuela creaba constantes problemas por sus preguntas permanentes. Más y más, mantenía a Nazaret en batahola. Sus padres no querían prohibirle que hiciera esas preguntas inquietantes, y su maestro principal se interesaba mucho en la curiosidad, inteligencia y sed de conocimientos del muchacho.
Los compañeros de juego de Jesús no veían nada sobrenatural en su conducta; en la mayoría de los aspectos él era semejante a ellos. Su interés por el estudio era un tanto superior al término medio pero no totalmente singular. Es verdad que hacía más preguntas en la escuela que los demás niños en su clase.

Tal vez la más desusada y notable característica era el hecho de que se negara a luchar por sus derechos. Era un muchacho bien desarrollado para su edad, por eso sus compañeros de juego se sorprendían de que no se defendiera de las injusticias ni de los abusos personales. En realidad, no sufrió mucho por este rasgo debido a su amistad con Jacob, su vecino, que era un año mayor. Jacob era hijo del albañil, socio de José. Jacob admiraba profundamente a Jesús y se aseguraba de que nadie se aprovechase de la aversión de Jesús por la lucha física. Varias veces ocurrió que jóvenes mayores y mal educados atacaron a Jesús, contando con su notoria docilidad, pero siempre sufrieron un castigo expedito y seguro de su autonombrado campeón y siempre listo defensor, Jacob, el hijo del albañil.

Jesús era el líder aceptado entre los muchachos nazarenos que tenían los ideales más elevados de su tiempo y generación. Sus amigos juveniles lo amaban verdaderamente, no sólo porque era justo, sino también porque poseía una rara comprensión que llegaba al amor y que rayaba en la compasión discreta.
Ese año empezó a mostrar una marcada preferencia por la compañía de personas mayores. Le gustaba hablar de temas culturales, educacionales, sociales, económicos, políticos y religiosos con mentes más adultas, y su profundidad de raciocinio y agudeza de observación tanto encantaban a los adultos que lo conocían, que siempre estaban dispuestos a conversar con él. Hasta el momento en que tuvo que hacerse cargo de mantener el hogar, sus padres trataban de que se asociese con los de su propia edad en vez de conversar con adultos mejor informados con quienes el prefería estar.

Hacia fines de ese año, pasó dos meses con su tío en el Mar de Galilea, pescando y aprendiendo mucho. Antes de llegar a la vida adulta, ya era un experto pescador.

Su desarrollo físico continuaba; era un estudiante avanzado y privilegiado en la escuela; se llevaba relativamente bien en el hogar con sus hermanos y hermanas más jóvenes, teniendo la ventaja de contar con tres años y medio más que el mayor de otros niños. Todos tenían buena opinión de él en Nazaret a excepción de los padres de algunos de los niños menos inteligentes, que le acusaban de impertinencia, opinando que no mostraba suficiente humildad y reserva juvenil. Cada vez más intentaba dirigir las actividades de juego de sus amigos juveniles hacia campos más serios y razonables. Era un maestro innato y no podía dejar de actuar como tal aun cuando supuestamente jugaba.

José comenzó muy pronto a enseñar a Jesús las diversas maneras de ganarse la vida, explicándole las ventajas de la agricultura sobre la industria y el comercio. Galilea era un distrito más hermoso y próspero que el de Judea, y vivir en Galilea costaba un cuarto de lo que costaba vivir en Jerusalén y Judea. Era una provincia formada de aldeas agrícolas y florecientes ciudades industriales, con más de doscientas ciudades de más de cinco mil habitantes cada una y treinta de más de quince mil habitantes.

Cuando viajó por primera vez con su padre para estudiar la industria pesquera en torno al lago de Galilea, Jesús prácticamente decidió hacerse pescador; pero su relación estrecha con la vocación de su padre le impulsó más adelante a hacerse carpintero, y aun más tarde decidió, debido a una combinación de influencias diversas, que sería un maestro religioso de una nueva orden.

El noveno año de Jesús.

LA NIÑEZ POSTERIOR DE JESÚS

AUNQUE Jesus hubiera tenido en Alejandría mejores oportunidades educacionales que en Galilea, no se hubiera encontrado en un medio ambiente tan espléndido para hacer frente a sus problemas de la vida, con el mínimo de guía didáctica, disfrutando al mismo tiempo de la gran ventaja de una relación constante con tan gran cantidad de hombres y mujeres de todo tipo que provenían de todas las regiones del mundo civilizado. Si hubiera permanecido en Alejandría su educación habría sido dirigida por los judíos según principios exclusivamente judíos. En Nazaret recibió una educación y una capacitación que lo prepararon mucho mejor para comprender a los gentiles y le proporcionaron una idea mejor y más equilibrada de los relativos méritos de los puntos de vista oriental o babilónico, y occidental o helénico de la teología hebrea.

EL NOVENO AÑO DE JESÚS (AÑO 3 d. de J.C.)

Aunque no se pueda decir que Jesús hubiera estado jamás gravemente enfermo, sufrió algunas de las enfermedades menores de la infancia durante este año, juntamente con sus hermanos y su hermanita.
En la escuela, seguía siendo un estudiante favorecido, con una semana libre por mes; también seguía dividiendo su tiempo en partes más o menos iguales entre viajes a las ciudades vecinas con su padre, estadías en la granja de su tío al sur de Nazaret y excursiones de pesca desde Magdala.
La dificultad más grave que ocurriera hasta el momento en la escuela se produjo a fines del invierno cuando Jesús se atrevió a discutir la enseñanza del chazán, de que todas las imágenes, pinturas y dibujos eran de naturaleza idólatra. A Jesús le gustaba dibujar paisajes y modelar en arcilla una gran variedad de objetos. Todo eso estaba estrictamente prohibido por la ley judía, pero hasta ese momento había podido controlar las objeciones de sus padres para que le permitieran continuar con estas actividades.

Pero hubo problemas en la escuela cuando uno de los estudiantes menos brillantes descubrió a Jesús haciendo un retrato al carbón del maestro sobre el piso del aula. Ahí estaba el retrato, tan claro como la luz del día, y muchos de los ancianos lo vieron antes de reunirse en consejo y apersonarse ante José para exigirle que algo tenía que hacer para reprimir la desobediencia de su hijo mayor. Aunque no era la primera vez que José y María recibían quejas sobre las reacciones de su versátil y enérgico niño, se trataba de la acusación más seria hasta el momento. Por un rato Jesús escuchó las acusaciones relativas a sus esfuerzos artísticos, sentado en una gran piedra junto a la puerta trasera. Le molestó que culparan a su padre por sus así llamados pecados; entonces entró a la casa, enfrentándose sin temor a sus acusadores. Los ancianos quedaron desconcertados. Algunos tendían a ver el aspecto humorístico de este episodio, mientras que uno o dos parecían pensar que el niño era sacrílego, o por lo menos blasfemo. José estaba perplejo, María estaba indignada, pero Jesús insistió en que se le escuchara. Lo dejaron hablar, y defendió valientemente su punto de vista, concluyendo con gran dominio de sí mismo que acataría la decisión de su padre tanto en este asunto como en toda otra divergencia. Y el consejo de ancianos partió en silencio.

María intentó convencer a José de que le permitiera a Jesús modelar la arcilla en la casa, siempre y cuando prometiese no llevar este tipo de actividad dudosa a la escuela, pero José se vio obligado a decidir que la interpretación rabínica del segundo mandamiento debía prevalecer. Y desde ese día, mientras Jesús vivió en la casa de su padre, no volvió a dibujar ni modelar objetos. Pero no estaba convencido de que lo que había hecho fuera un mal, y abandonar una actividad para él tan placentera fue una de las cosas más difíciles de su niñez.
En la segunda parte de junio, Jesús, en compañía de su padre, trepó por primera vez a la cumbre del Monte Tabor. Era un día claro y el panorama, espléndido. A este niño de nueve años le pareció que, a excepción de la India, África y Roma, veía el mundo entero.

La segunda hermana de Jesús, Marta, nació durante la noche del jueves 13 de septiembre. Tres semanas después de la llegada de Marta, José, que a la sazón se encontraba en casa, empezó a construir un agregado a la casa, un cuarto que sería combinación de taller y dormitorio. También se construyó un pequeño banco de trabajo para Jesús, que por primera vez en su vida poseía herramientas propias. Durante muchos años y en distintos momentos trabajó en su banco y aprendió a hacer yugos con gran pericia.
Ese invierno y el siguiente fueron los más fríos en Nazaret de muchas décadas. Jesús había visto nieve en las montañas, y varias veces había nevado en Nazaret, aunque allí se derretía casi en seguida; pero hasta ese invierno no había visto hielo. El hecho de que el agua pudiera ser sólida, líquida y gaseosa —hacía mucho tiempo que observaba el vapor que escapaba del agua hirviente— dio al joven mucho que pensar sobre el mundo físico y su constitución. A pesar de que la personalidad encarnada en este niño en desarrollo había creado y organizado todas estas cosas a lo largo y a lo ancho del vasto universo.

El clima de Nazaret no era severo. Enero era el mes más frío con una temperatura media de alrededor de 10 °C. Durante julio y agosto, los meses más calurosos, la temperatura variaba entre 23 ° y 32 °C. Desde las montañas hasta el Jordán y el valle del Mar Muerto, el clima de Palestina pasaba de frígido a tórrido. Así los judíos estaban preparados para vivir prácticamente en cualquier clima variable del mundo.

Aun durante los meses más calurosos del verano generalmente soplaba una brisa fresca del mar desde el oeste a partir de las 10 de la mañana y hasta las 10 de la noche. Pero de vez en cuando, vientos muy cálidos provenientes del desierto oriental soplaban sobre toda Palestina. Estos vientos cálidos generalmente aparecían en febrero y marzo, hacia fines de la temporada de las lluvias. Por aquel entonces la lluvia caía en chaparrones refrescantes de noviembre hasta abril, pero no llovía en forma constante. Tan sólo había dos estaciones en Palestina: el verano y el invierno; la temporada seca y la temporada de las lluvias. En enero empezaban a abrirse las flores, y hacia fines de abril la tierra entera parecía un vergel florido.

En mayo de ese año, en la granja de su tío, Jesús ayudó por primera vez a cosechar trigo. Antes de cumplir los trece años ya había averiguado algo de prácticamente todo trabajo que desempeñaban los hombres y mujeres en Nazaret, excepto el trabajo en metal; cuando fue mayor, después de la muerte de su padre, pasó varios meses en el taller de un herrero.
Cuando había poco trabajo y disminuían las caravanas, hacía viajes de placer o de negocios con su padre a las ciudades cercanas de Caná, Endor y Naín. Incluso desde joven visitaba con frecuencia Séforis, a aproximadamente cinco kilómetros al noroeste de Nazaret, ciudad que era la capital de Galilea desde el año 4 a. de J.C. hasta alrededor del año 25 d. de J.C., y una de las residencias de Herodes Antipas.

Jesús seguía creciendo física, intelectual, social y espiritualmente. Los viajes afuera del hogar le proporcionaron una comprensión mejor y más generosa de su propia familia; a esta altura, sus padres aprendían de él tanto como seguían enseñándole. Jesús era un pensador original y un maestro experto aun en su juventud. Se encontraba en conflicto constante con la así llamada «ley oral», pero siempre intentaba adaptarse a las prácticas de su familia. Se llevaba muy bien con los niños de su edad, pero a menudo se desalentaba porque la mente de estos niños era de reacción lenta. Antes de los diez años ya era el líder de un grupo de siete muchachos que formaron una sociedad para promover la conquista de la vida adulta, tanto física como intelectual y religiosa. Con estos muchachos Jesús con éxito introdujo muchos juegos nuevos y varias formas mejoradas de recreación física.